—¡Qué fácil ha sido deshacerse de los idiotas del Vaticano!
Mirielle Manson, la vampira vestida de monja, lanzó una risa burlona y mostró los colmillos mientras miraba a su presa con ojos lascivos.
—Por fin nos encontramos, monstruito. ¿Quieres que nos presentemos formalmente?
—Me da lo mismo, señora.
Aunque estaba esposada y encadenada, Eris no parecía haber perdido el ánimo. Llamándola señora ya había conseguido empezar a provocar a Mirielle.
—Sea como sea, nos vamos a despedir en seguida… —añadió con odio—. Ya que te has esforzado tanto para encontrarme, al menos te diré adiós.
—¿Despedirnos? No digas tonterías. Puede ser que te deshicieras de los torpes de antes, pero esta vez es distinto… Ya sé que sin tocar a tu adversario no puedes usar tus poderes.
—¡!
Cuando la vampira le agarró de los cabellos rubios con violencia, Eris lanzó un grito de dolor. Mirielle sacó más los colmillos; parecía que se estaba divirtiendo.
—Pareces muy guapa, pero eres un monstruo horrible… Los Rosenkreuz estarán muy contentos. Los Fleurs du Mal vamos a dar el salto. Ya nadie podrá decir que somos unos pueblerinos.
—¿Rosenkreuz?
¿Qué quería decir aquella palabra? ¿Había más vampiros aparte de aquéllos?
—Hay gente muy interesada en ti… Se tomaron incluso la molestia de buscar en qué centro de beneficencia estabas escondida.
—¡!
O sea que desde el principio el objetivo había sido…
—¡Demonios! ¡Y para eso matasteis a tanta…!
—¡Huy!, mira quién fue a hablar…
«Lo sé todo», decían riendo los ojos grises. «Los padres biológicos, el padre adoptivo, los niños del orfanato…».
—No te conviene sacar ese tema. Tu vida está salpicada de cadáveres. Somos casi inofensivos comparados contigo.
—Yo…, yo…
Eris intentó responder desesperadamente, pero no pudo sino morderse los labios y quedarse en silencio.
Quizá sí que era un monstruo. Muy a su pesar, aquellos horribles poderes que ahogaban el alma d sus víctimas no hacían más que sembrar desastres.
Su primera víctima había sido el cura de su aldea, que había intentado abusar de ella. Con lágrimas en los ojos, se había atravesado el corazón con un crucifijo. El suicidio de sus padres había sido provocado por la desesperación ante sus poderes. El suicidio de su padre adoptivo también había sido culpa suya. Al darse cuenta de las habilidades de Eris, había intentado matarla. No había tenido más remedio que usar los poderes y hacer que volviera contra sí mismo el arma con la que pretendía matar a su hija adoptiva. Y la otra noche en la taberna…
«Pero, Dios mío, yo no quería matar a nadie…».
—Estás completamente sola —susurró con voz pegajosa Mirielle, como si adivinara los conflictos que desgarraban interiormente a la niña—. Eres un monstruo. No eres humana, pero tampoco como nosotros… No tienes a nadie.
—…
Eris miraba a todos, atemorizada.
En el tren, que avanzaba veloz por el túnel, estaban ella y diez vampiros armados. Aunque pudiera escapar de allí, sería para encontrarse con los humanos, que también querían cazarla.
—No… tengo… a nadie…
Eris sollozó desesperadamente, levantando la mirada borrosa hacia la luz que se veía al final del túnel.
La vampira tenía razón. No tenía a nadie… Era un monstruo y no tenía…
—Yo…, yo…
—¡Eriiiiiiiiiiiiiiiiiiiis! —gritó entonces una voz conocida.
—¿Qu…, qué es eso?
Ya fuera del túnel, un sacerdote de gafas redondas flotaba al lado del tren. No era que flotara, era que…
—Un… acorazado aéreo… ¡El Vaticano!
Una cruz romana decoraba las curvas elegantes de la gigantesca aeronave de más de trescientos metros de largo que corría al lado del tren.
—¡Hermana Kate! ¡Hay que acercarse más! —gritó el sacerdote, balanceándose en la cuerda que pendía de la cabina—. ¡Necesito estar más cerca para saltar!
—¡Es imposible! Padre Nightroad, ¿estáis seguro de que esto está dentro de vuestra misión? ¿Tenéis permiso de la cardenal? Si se pone en contacto con nosotros ahora…
—Sé que tengo permiso…, pero ya lo pediré después.
—¿¡Eh!? Pero… ¿os parece que ésa es la manera apropiada de actuar?
—Tranquilizaos y acercadme un poco m… ¿¡Ah!?
De repente, un grito.
Al sacerdote le había resbalado la mano. El fuerte viento había hecho que la cuerda se curvase, y el sacerdote salió disparado, dibujando un gran arco…
—¡Aaa…, aaa…, aaaaah!
Junto a la explosión de cristales, se extendieron por el vagón los gritos de dolor. Abel había impactado directamente contra la ventana y había volado, con la cabeza por delante; había destrozado dos o tres asientos antes de impactar contra el suelo. En medio del círculo de vampiros, que se habían quedado helados de la sorpresa, estuvo unos segundos inmóvil, como si se hubiese muerto, pero…
—¡Ay, ay, ay!, pensé que me mataba… Perdona el retraso, Eris.
—Pa…, padre… —dijo aún estupefacta Eris, mirando cómo el sacerdote se levantaba pesadamente—. ¿Por qué…? ¿Por qué…?
—Pero, bueno, ¿no te lo he dicho antes? —dijo sonriendo Abel con expresión jovial, aunque las vendas que llevaba en el hombro y el muslo estaban teñidas de rojo—. Yo soy tu aliado.
—No sé si llamarte valiente o simplemente estúpido… —dijo una voz que escocía los oídos.
Mirielle había clavado en la pared las uñas, que medían más de treinta centímetros. Desgarrando las planchas de acero como si fueran papel, miró con odio al huésped que nadie había invitado.
—Mira que venir solo… Espero que te hayas preparado para morir, Vaticano.
—¿Sois Fleurs du Mal? Estáis detenidos por ochenta casos de asesinato y vampirismo, además de rapto de menores. Os conmino a que depongáis las armas y os rindáis —declaró el sacerdote con voz seria.
—¡Ja! ¡No digas tonterías! ¿Qué puedes hacernos tú solo?
—Negativo. ¿Quién dice que esté solo?
El eco de una voz fría interrumpió los insultos de Mirielle.
Cuando levantó la cabeza, ya era demasiado tarde. Era un instante, el techo se partió con estruendo y cayó una lluvia de balas a través del grueso metal.
—¡!
Los ángeles de la muerte de trece milímetros devoraron a los vampiros antes de que se dieran cuenta de lo que ocurría. El aire se convirtió en un torbellino de sangre y carne desgarrada.
—¡Im…, imposible! ¿¡A través del techo…!?
Un joven vampiro que intentaba apuntar su arma hacia arriba se desplomó partido por la mitad. Una figura cayó encima del cadáver después de atravesar el techo.
—¡Dis…, disparad! ¡Matadlos!
—Cero coma veintisiete segundos demasiado tarde.
Rodando entre los resquicios de las líneas de fuego que convergían sobre él, Tres sacó una segunda M13 con la mano izquierda. Estirando los brazos, proyectaba una tormenta continua de acero y fuego.
—¡Tres, no los mates!
—Positivo. Tenemos muchas preguntas que hacerles —respondió Tres al mismo tiempo que cesaba el torrente de acero.
Se le habían acabado las balas. Al darse cuenta de ello, un vampiro jorobado dio un salto sobre él por la espalda.
—Cero coma catorce segundos demasiado tarde.
De súbito, como por arte de magia, apareció una luz.
Con un movimiento de las muñecas, Tres hizo que los cargadores vacíos cayeran de las pistolas. A la vez, se oyó el ruido de un resorte, y dos cargadores llenos le aparecieron en las mangas. Casi en el mismo instante en que entraban en las armas sonaron tres disparos…
—¡Aaah!
Atravesaron por una columna metálica caída del techo, el vampiro jorobado cayó por el suelo como una mariposa preparada por un coleccionista.
Mientras tanto, Tres ya se estaba encargando del resto de los enemigos. En menos de diez segundos se habían extinguido los últimos ecos de los gritos y el ruido de las balas. En el vagón, que parecía una pintura abstracta en rojo, sólo quedaban el sacerdote de gafas redondas, la niña rubia y Gunslinger, que miraba su obra con ojos de vidrio.
—Despejado. Cambio de programa de asalto a modo busca y captura… Informe de daños, padre Nightroad.
—Cre…, creo que estoy vivo…, me parece. ¿Estás bien, Eris?
—Sí…, sí… ¡Cuidado! —gritó la niña, aún esposada.
El vampiro joven que había caído al lado de Tres se había levantado de nuevo. Mejor dicho, algo que había debajo…
—¡Vete al infierno, Vaticano!
Aun atravesando el corazón de su compañero le sobraban veinte centímetros de uñas, que salieron volando hacia Tres.
—¡Esquivadlo!
Si Eris no hubiera salido disparada para interceptarlas, probablemente habrían abierto un agujero muy profundo en el cuerpo de Tres. En vez de eso, las garras se clavaron con fuerza en la pared, después de rasgar el hombro de la niña.
—…
Caído en el suelo, Tres intentó apuntar sus armas, pero no tuvo tiempo. Las M13 salieron volando tras recibir una potente patada.
—Cero coma cincuenta y dos segundos demasiado tarde, guapo.
Mirielle sacó las uñas de la pared con una sonrisa. Dando un salto por el aire, se abalanzó sobre Tres y Eris, que protegía al sacerdote, cuando…
Se oyó un ruido húmedo.
—¿¡Qué!?
Mirielle abrió los ojos, desmesuradamente.
—Padre Tres, moved a la niña hacia allí —ordenó Abel a su compañero, sin sacar el puño que atravesaba el cuerpo de la vampira.
Mirielle intentaba desplegar las garras con todas sus fuerzas, pero parecía que las tenía pegadas y no podía moverlas.
—¿Qu…, qué demonios eres?
—Una persona, como tú y como ella…
Abel se quitó las gafas y se giró hacia su compañero y la niña. Sonrió con una leve tristeza.
—Padre Tres, te la confío —añadió.
—¿Vais a hacerlo, padre Nightroad? —preguntó Tres con la voz monótona de siempre, aunque con un leve eco de sorpresa. Sujetando a la niña, que intentaba acercarse a Abel, levantó las cejas—. ¿Aunque os vea ella?
—Sí… —respondió Abel mirando a Tres, a la niña y, finalmente, sus propias manos—. Cuida de ella cuando entre en furia.
—Positivo.
—¡Pa…, padre!
—Eris, hay algo que tengo que contarte —dijo el sacerdote lentamente y con voz clara, mientras retorcía los dedos aún clavados en la vampira—. Yo soy como tú. Mi cuerpo encierra un poder horrible que intenta devorarme el alma…
Los ojos de Abel cambiaron de color: del azul de un lago invernal pasaron al rojo de la sangre.
—Pero no por eso dejaré de vivir. No se puede escapar de la culpa que tenemos que cargar. Si muriera así, no sería más que un monstruo. Como soy una persona, seguiré viviendo con los poderes que me han toca…
—Nanomáquina Krusnik 02 iniciando operación a límite de cuarenta por ciento. Confirmado.
De la mano cerrada salió un ruido seco.
—¡Im…, imposible!
Las garras cayeron partidas al suelo. Dando un paso hacia atrás, Mirielle dijo con voz nerviosa:
—¿¡Eres uno de los nuestros!?
—No… —musitó el sacerdote mientras se arrodillaba.
En el suelo bañado en la sangre de los vampiros se produjo un fenómeno espantoso.
La alfombra de líquido escarlata bullía como si fuera una ameba. En el centro del remolino de sangre se encontraba la mano de Abel, que sorbía el fluido.
—¿No se te había ocurrido nunca? Las vacas y los pollos son el alimento de los humanos. La sangre de los humanos es vuestro alimento. Del mismo modo, tiene que haber algo que se nutra de vosotros…
Ya no quedaba ni una gota de sangre en el suelo. En cambio, cuando se levantó lentamente, el sacerdote tenía los labios teñidos de rojo.
—Yo soy Krusnik…, un vampiro que chupa la sangre de otros vampiros.
—¡No! ¡No digas estupideces!
Las garra de Mirielle lanzaron un destello. Arqueándose, cayó con fuerza cortando el aire…
Con un ruido limpio, la vampira dejó de moverse. El sacerdote la había atravesado con su propia garra, tapándose la cara.
—¿¡Eh!?
Se produjo un ruido húmedo cuando el sacerdote subió la garra hasta el hombro. No se derramó ni una gota de sangre. Sólo salió una sombra oscura y pastosa. Solidificándose en la mano de Abel, tomó la forma de una guadaña gigante de doble filo.
—Quae enim seminaverit homo, haec et metet[9]. Recogerás lo que siembres… —murmuró el sacerdote al mismo tiempo que blandía la guadaña.