V

—Padre Tres, ¿qué se supone que…?

—He estado investigando el pasado de esta niña.

La voz del sacerdote, al que envolvía el aroma de la pólvora, era tranquila como la de un muerto. El arma seguía apuntando sin vacilación a Abel o, mejor dicho, a la chica que Abel protegía.

—Dos años atrás, su padre asesinó a su madre y luego se suicidó. En la familia que la acogió después, el padre se voló la cabeza con una escopeta de caza. El año pasado entró en una institución benéfica y, al poco tiempo, hubo una pelea con heridos graves entre ocho niños del centro. Las causas están aún por aclarar…

Oyendo la voz monótona, la chica palideció. Sin disimular el castañeteo de los dientes, se acurrucó más a la espalda de Abel.

—Y ya he descubierto la razón de la matanza del otro día en la taberna. No fue una discusión interna del grupo. Esa niña hizo que se mataran unos a otros. Cuando he consultado con la Inquisición, me han dicho que ya tenían abierto un expediente por bruja…

—¡Telepatía por contacto! Lo de antes ha sido telepatía por…

Antes del Armagedón, la humanidad había logrado descifrar los secretos de sus propios genes para manipularlos.

La bruja era descendiente lejana de alguna de las personas que habían sufrido alteraciones genéticas entonces. Se decía que la telepatía y la telequinesis, como las llamaban antiguamente, aprovechaban las capacidades de percepción extrasensorial para leer los pensamientos de terceras personas y controlar sus actos sin ni siquiera tocarlas. Era difícil tener información cierta, porque después del Armagedón, desde que había empezado la guerra entre la humanidad y los vampiros, se las había perseguido como monstruos y entonces ya estaban casi extinguidas. Pero en algunas ocasión aparecía un caso especial que no podía calificarse sino de atávico…

—¡Esperad un momento! Es evidente que posee habilidades especiales, pero sin comprobar que realmente son el motivo de todos esos casos…

—Sus intenciones no importan. Hay que tener en cuenta el riesgo que entraña su mera existencia. Considerando que era la única superviviente de la taberna, hay muchas posibilidades de que los vampiros quieran utilizar sus poderes… Vos mismo habéis visto lo que es capaz si quiere.

El horror bajo la luna. Si se repetía en una gran ciudad o en una base militar…

—Esa niña no es humana. Es una bomba con forma de persona. Hay que encargarse de ella antes de que caiga en su poder… Tenéis que aceptarlo y apartaros, padre Nightroad.

—Me niego —respondió Abel en voz baja pero firme mientras sacaba su revólver—. He prometido cuidar de esta niña. ¿Queréis luchar conmigo, Gunslinger?

El cable de alta tensión hizo un ruido seco al caer del cuadro de control. Las chispas iluminaron con un tono azul a las tres figuras…

Pasados unos segundos tensos, Gunslinger asintió en silencio.

—Positivo, si no hay otro remedio.

—Me alegro de que hayáis comprendido.

—Positivo. No me deja otra alternativa. Anulación de la alarma de diferenciación de amigos y enemigos respecto al agente de Ax Abel Nightroad.

—¿¡!?

Si hubiese sido humano, se le habría visto el instinto asesino. En milésimas de segundo, el programa de combate que tenía instalado en los circuitos que le recorrían las cervicales entró en modo genocida y un frío brillo azulado se le extendió por la mirada.

—Abel Nightroad va a ser eliminado por incumplimiento de los reglamentos eclesiásticos y el artículo ciento ochenta y ocho de los Cánones.

—¡A ver si me pillas!

Abel dio un salto, llevando consigo a la niña consigo, pero el cuerpo de Tres ya había desaparecido como en un película a cámara rápida.

—¡Oh!

Antes de que Abel pudiera apretar el gatillo, un relámpago salido de la oscuridad le hizo volar el revólver de la mano. Inmediatamente después, un segundo impacto le alcanzó con precisión en la frente.

—Es inútil, Nightroad. Nuestras habilidades no son comparables. No puedes escapar de mí.

Siguiendo con exactitud el movimiento del sacerdote, que se movía arrastrando los pies, cayó al tercer golpe. Los dos salieron disparados contra la columna agujereada por las balas.

Abel se incorporó de repente para intentar recuperar su revólver, pero…

—Cero coma cuarenta y tres segundos demasiado tarde.

—¡Pa…, padre!

El impacto que recibió en el hombro hizo caer a Abel en silencio. Se quedó mirando doloridamente el revólver caído y aquella otra cosa.

Aquello…

El ruido mecánico de las botas se acercó hasta dos metros de distancia.

—Se ha acabado, Abel Nightroad.

—Eso ya lo veremos… —escupió Abel, envuelto en sudor.

La fuerza de Tres era abrumadora. No tenía ningún punto débil ni dejaba agujero alguno por donde sorprenderle. Aún así…

—¡No! ¿¡No es a mí a quien quieres matar!? Entonces…

—…

La imagen de la niña protegiendo al sacerdote se reflejó en los ojos de cristal. Por un momento, pareció que vacilaban. Pero el brazo se levantó seguro con el dedo en el gatillo…

La explosión blanca que siguió hizo que Tres se tambaleara violentamente.

—¡!

La máquina de matar retrocedió y cayó de rodillas como un muñeco roto, literalmente. Saliendo del brazo derecho, una descarga eléctrica le cubría el cuerpo como una telaraña.

—¡Eris, huye! —gritó Abel, soltando el cable de alta tensión que aún chisporroteaba—. Pero ¿qué haces? ¡Huye!

—¡Tú…, tú también, padre!

Subieron precipitadamente la escalera que llevaba al vestíbulo, pero la campana que anunciaba la partida del tren había empezado a sonar. En el andén extrañamente desierto, la locomotora ya estaba lanzando vapor.

—Padre Nightroad, pero ¿qué…?

—Hermana Louise, ocupaos de ella, por favor.

—¡Padre!

Cuando hubo entregado la niña a la monja, Abel se volvió. Una figura había llegado al andén con pasos torpes. Al verla, Eris lanzó un pequeño grito.

—Él…

—Eris… —dijo Abel, empujando a la niña—. Vete…, huye. No te preocupes por mí.

—Pe…, pero…

Eris alargó la mano para agarrar la del sacerdote, que la miraba con dulzura, pero se detuvo en el último instante y la retiró como si se hubiera quemado.

—¿Por qué…?, ¿por qué…?

—¿Eh?

—¿Por un monstruo como yo…?

—No digas eso de ti misma —respondió Abel, riendo mientras le guiñaban un ojo desmañadamente—. Tú no eres ningún monstruo, porque…

—Vamos, Eris.

La hermana Louise no entendía muy bien lo que pasaba, pero decidió que era algo serio y arrastró a la niña de la manga con expresión nerviosa.

—No sé qué está ocurriendo, pero no se lo hagas todavía más difícil.

—Pe…, pero…

—Vete.

Empujada por Abel, Eris subió al vagón. Aún la estaban agarrando por la manga, pero salió de nuevo con un movimiento rápido.

—Adiós…, padre.

El rápido beso fue como el de un animal salvaje.

Cuando los labios de la niña tocaron los del sacerdote, el tren lanzó un silbido y empezó a moverse. Con una sonrisa amarga, Abel se quedó mirando cómo la figura de la niña se iba haciendo más y más pequeña. Después se giró para enfrentarse al otro sacerdote que había en el andén.

—Demasiado tarde… Ya se ha ido.

—Ya veo… —asintió Tres, inexpresivamente, sin soltar la enorme arma.

Los empleados de la estación acudieron a ver qué estaba ocurriendo. El andén desierto empezó a llenarse de gente.

—Pero aún no cantéis victoria, padre Nightroad… No me rindo —dijo Tres. Y girándose hacia los empleados, gritó con voz seca—: Contactad con la siguiente estación y ordenad que detengan el tren.

—¿La estación siguiente? —repitió un empleado, mirando con extrañeza a sus compañeros—. Ese tren no está de servicio…

—¿Eh?

Abel se quedó con la boca abierta. Incluso Tres se mantuvo en silencio, como si no supiera qué decir.

—¿Qu…, qu…, qué quiere decir que no está de servicio?

—Que ese tren va a las cocheras…

—¿Los agentes de la Secretaría de Estado? —le preguntó una voz suave al sacerdote desconcertado.

Una mujer mayor y rechoncha, vestida con un hábito, había aparecido entre los empleados de la estación.

—Disculpad el retraso… Soy la hermana Louise, del convento de Santa Raquel de Roma. Vengo a recoger a… ¿Eris, se llamaba? ¿Dónde está?