I

—A ver, empecemos por tu nombre y edad.

—Eris Wasmayer. Tengo diecisiete años.

—Diecisiete, y… ¿Eh? Cuando te preguntamos ayer dijiste que tenías dieciocho.

—La edad de la mujeres es un número misterioso…

—Bueno…, Eris… —prosiguió Abel, ajustándose las gafas de culo de botella con expresión de tener dolor de cabeza mientras cerraba de golpe su cuaderno de notas—. Te lo pido por favor. ¿No puedes tomarte esto un poco más en serio?

—Es que es un aburrimiento —respondió honestamente la chica, que estaba sentada con las piernas cruzadas en la cama y la cabeza hacia atrás con gesto de hastío.

La corta melena rubia adornaba un rostro ciertamente hermoso, pero aún libre de cualquier traza de maquillaje. Por la manera en que movía desembarazadamente las delgadas piernas se podía ver que no tendría más de catorce años, a lo sumo.

Cuando la habían traído al convento diez días atrás, después de haberla salvado por los pelos de convertirse en alimento de los vampiros, no era capaz de articular palabra. Sin embargo, una vez recuperada el habla, se negaba a declarar con franqueza.

—Me metéis en este tugurio húmedo. Me hacéis llenar documentos todos los días. Me preguntáis siempre lo mismo. ¿Se supone que tengo que estar de buen humor?

—Eso es porque cada vez nos cuentas algo distinto… Éste es el informe que tengo que entregar a mis superiores. Si no está bien, me caerá una buena.

En el fondo de las gafas de Abel se veía claramente el color del miedo. La chica asintió gravemente como si le compadeciera.

—¡Aah!, ¡qué duro, padre!

—Sí, es muy duro. Escúchame bien, mi jefa es alguien con quien hay que ir con cuidado. La última vez que me retrasé con un informe me preguntó, mientras se afilaba las uñas: «¿Así que estás muy ocupado últimamente…?». Puso la voz tan dulce que daba miedo. Pensé que me iba a arrancar los ojos allí mismo… En fin, no sé por qué te estoy contando esto…

—¡Hmmm!, cuéntamelo todo y te sentirás mejor.

—¡Soy yo el que hace las preguntas, ¿entendido?! Por favor, tienes que colaborar un poco.

Eris se echó a reír al ver la expresión llorosa de su interrogador. Podían llamarle protección de testigo o lo que quisieran, pero encerrada como estaba en aquel lugar sin entretenimiento, lo único que la distraía era hacer rabiar al sacerdote.

—De acuerdo, si es así, colaboraré… Pero, a cambio, invítame a algo.

—¿Invitarte? Pero si todavía no puedes salir…

—Bueno, pues cómprame algo fuera y tráemelo. Entonces, contestaré en serio. La comida de aquí dentro es horrible. De vez en cuando me gustaría comer alimentos para humanos.

—Bueno, supongo que se puede… —asintió Abel, levantando la vista hacia las paredes desnudas de la enfermería. Pensando en la mirada de su jefa tras el monóculo, incluso abrirse el vientre parecía más fácil—. ¿Qué te apetece? Pide lo que quieras sin miedo.

—Muy bien. Un pastel de chocolate, marron glacé

El sacerdote, que ya estaba saliendo por la puerta, se detuvo de repente y dio media vuelta. Sacó el monedero como si estuviera manipulando una bomba y miró dentro cuidadosamente.

—O sea, un par de panecillos de Viena…

—…

Eris respondió a las palabras de Abel lanzándole la almohada y tumbándose de cara al techo.

—¡Qué tonta he sido al esperar nada de este cura tan idiota…! Vale. Lo que sea. Pero tráemelo deprisa.

—De acuerdo. Pues en seguida… ¡Huy!

Abel se disponía a salir de la habitación, pero se echó hacia atrás de repente. Alguien había abierto la puerta sin llamar y la había dado en la cara con ella.

—¡Aaay, ay, ay, señor!, cómo duele…, pa…, padre Tres.

—¿Qué hacéis, padre Nightroad?

El recién llegado se quedó observando inexpresivamente a Abel, que se arrastraba por el suelo intentando controlar la hemorragia nasal. Era un hombre de baja estatura, pero de figura proporcionada. Su hábito estaba impecable y exhalaba olor a pólvora.

—¡Al menos podríais llamar antes de entrar en la habitación de una dama!

—Negativo. No hay tiempo.

Tres Iqus entró en el cuarto con pasos exageradamente precisos y lanzó un montón de documentos encima de la cama.

—La hermana Kate nos ha comunicado el lugar donde van a acoger a la niña. Hay que preparar la marcha.

—¿Eh? ¿El lugar donde van a acogerla…?

Sin soltar el pañuelo con el que se cubría la nariz, Abel miró, extrañado, a su compañero desde el suelo.

Todos los trabajadores del centro benéfico en el que vivía Eris habían sido asesinados por los vampiros y las instalaciones estaban clausuradas. Era raro que alguien quisiera acoger a una niña a la que habían raptado monstruos como ésos.

—Irá al convento de Santa Raquel en Roma… La hermana Kate ha movido sus contactos personales para conseguirlo.

—Otra cosa que le debemos. El convento de Santa Raquel tiene unas instalaciones muy completas y las monjas son muy capaces… ¿Eh? ¿Te da pena alejarte de esta ciudad, Eris?

Abel miró con preocupación el rostro de la niña, que permanecía en silencio mordiéndose el dedo meñique. El centro que la acogía había desaparecido y no tenía familia que pudiera ocuparse de ella. No es que hubiese muchas opciones…

—No. Me da igual… ¿Cuándo salimos para Roma?

—Esta noche.

—¿¡Esta noche!? —repitieron a la vez Abel y la chica.

Ya era más de mediodía. La verdad era que parecía una decisión bastante precipitada…

—Esta noche habrá un responsable esperándola en la estación central. Padre Nightroad, estáis encargado de acompañarla hasta allí.

—De…, de acuerdo. ¿Y vos…, padre Tres?

—En el hospital —respondió Tres, disponiéndose a salir. Y añadió, con mirada fría—: El vampiro ya ha recuperado la conciencia. Es hora de interrogarlo.

La puerta se cerró de golpe ante Abel. Eris le lanzó una mirada que no se podía calificar de amistosa.

—¿O sea que ya te puedes tomar un descanso? —preguntó.

—Qué va, si estoy muy ocupado… —respondió Abel, rascándose la cabeza.

Sabía que el autor del secuestro de la Tristán se había colado en la aeronave durante la parada para repostar, en Massilia, pero los detalles eran aún inciertos. La organización de vampiros a la que pertenecía, Fleurs du Mal, era un pequeño clan provinciano. Era difícil imaginar que hubieran organizado solos un atentado de tal magnitud. Había venido a su base para investigar qué había detrás…

—No hay tiempo que perder. Hay que completar este informe. A ver, tu edad…