¡Qué pesadilla más horrible! No sólo habían secuestrado la Tristán, sino que la habían matado junto a un extraño cura.
—¡Hola!
¿Qué estaba ocurriendo? El mundo se tambaleaba. Parecía como si estuviera en una aeronave pilotada a lo loco.
—¡Hola! ¡Jessica, despierta! ¡El timón, el timón!
—¿¡!?
El mar de la ensoñación se evaporó instantáneamente.
—¡Padre, soltad!
—¡Uf, de buena nos hemos librado!
En cuanto Jessica tomó el timón, la vibración se detuvo como por arte de magia.
—¡Oooh! Tal y como esperaba. ¡Bravo!
—Pa…, padre, ¿y el vampiro?
—¡Ah!, cuando la nave ha empezado a tambalearse, ha salido despedido por la ventana. Que Dios le acoja en su seno… Pero lo más importante ahora es la comunicación con el aeropuerto.
—Sí.
La historia del sacerdote era muy sospechosa. Jessica tenía la sensación de que le había colado una enorme mentira, pero de momento apretó el interruptor de la radio.
—Llamando al aeropuerto de Roma. Aquí la Tristán, vuelo 007 de Albión Airlines.
—¡Tristán! ¿Todo en orden? —respondió inmediatamente el aeropuerto.
Parecían muy preocupados. Jessica hizo un informe rápido.
—El secuestrador ha caído de forma accidental de la nave. Pedimos urgentemente instrucciones para llegar al aeropuerto. El número de víctimas…
—Lo sentimos, pero no podemos guiaros… ¡Escapad inmediatamente!
—¿Eh?
Según el instrumental ya se encontraban sobre territorio del Vaticano, pero aún faltaban tres o cuatro horas para llegar a Roma.
—Tenemos prohibido cualquier contacto posterior. ¡Huid! Que Dios os proteja. Cambio y corto.
—Pe…, pero… ¿Hola? ¿Hola?
—¿Qué ocurre?
—Han cortado la comunicación, pero…
Un ruido electrónico interrumpió la conversación.
El radar mostraba tres luces que se acercaban hacia ellos. Jessica encogió los hombros.
—Encima el radar no funciona… ¿Qué vamos a hacer ahora? Seguro que está estropeado. Según esto, los objetos se acercan a ochocientos kilómetros por hora. No hay ninguna nave que alcance una velocidad…
La reacción de Abel no confirmó las conjeturas de Jessica. Acercándose rápidamente al radar, lanzó un grito agudo.
—¡Apaga el motor!
—¿¡Eh!?
—¡Apaga el motor y baja la velocidad! ¡Deprisa!
Pero ¿qué estaba diciendo? Era peligroso reducir mucho la velocidad, especialmente cuando atravesaban una zona llena de valles y montañas. Si por un error llegaran a rozar el globo…
Jessica, no obstante, obedeció las instrucciones del sacerdote; la expresión que vio en su rostro fue determinante. Paró los motores, bajó la concentración de helio del globo y redujo la flotabilidad de la nave.
—¡Más, mucho más! ¡Hasta que rocemos la superficie!
—¡No digáis tonterías! ¿Qué ocurre? La avería del radar no es tan…
—El radar funciona perfectamente. No es ningún error —respondió Abel, que comparaba nerviosamente el radar con el mapa—. Son misiles, una tecnología perdida de los tiempos antiguos. Va a ser verdad el rumor de que están probando réplicas en Asís…
Jessica se había quedado pálida tras oír la explicación de Abel, un poco más calmado que antes.
—Aunque paremos los motores, los misiles pueden seguirnos por el calor. Es completamente imposible esquivarlos sólo a base de maniobras. Pero si volamos bajo…, si logramos que se estrellen antes que nosotros…
—¡Eso…, eso es una locura! —gritó Jessica cuando se dio cuenta, por fin, de qué temeridad le estaba proponiendo el sacerdote.
Sólo un demonio sería tan hábil como para llevar a cabo con éxito una idea tal. Pero ella ni siquiera tenía el título oficial de piloto…
—Aunque sea una locura, o incluso imposible, de momento haz bajar la nave… Se me ha ocurrido una idea.
Hablando solo, Abel desapareció por la escotilla.
—¿Qué pretendéis…?
Bajo las nubes se extendían las montañas neblinosas. Jessica descubrió en el mapa un pasadizo entre las cumbres, y giró el timón. Los peligros que atravesaban entre la oscuridad y la niebla parecían inofensivas masas redondeadas, pero aunque hubieran parado los motores, la nave habría mantenido una velocidad de cerca de cien kilómetros por hora. Un simple error de cálculo…
Las tres luces del radar se habían reducido a dos. La tercera quizá había impactado ya contra el suelo.
—Venga, si nos esforzamos, podemos conseguirlo.
Como un niño que responde a los ánimos de su hermana mayor, la Tristán tembló. La panza de la aeronave rozaba aquí y allí con las copas de los árboles más altos, pero iba avanzando por el complicado paisaje. Parecía como si un escuadrón de ángeles de la guarda les guiara desde la proa.
—¡Nos…, nos van a alcanzar!
En la pantalla trasera había aparecido la imagen de una serpiente venenosa que atravesaba el cielo en un cohete…
—No…, no dejaré que…
Jessica se mordió el labio de manera inconsciente, sin darse cuenta de que se había hecho sangre. Con toda la fuerza de su cuerpo, dio un golpe seco con el timón.
—¡No podemos dejar que nos bata!
La aeronave se tambaleó. ¿Habría topado la panza con la copa de un árbol o era el efecto de la velocidad? La Tristán pasó rozando una pequeña colina y, un instante después, una explosión rojizo lo iluminó todo. La serpiente se había perdido en el viraje y se había estrellado contra la colina. Pero quedaba una…
—¡Es imposible! ¡No hay espacio para esquivar…!
—¡Tranquila! ¡Ya hemos llegado!
Justo al recuperar altura para ganar tiempo huyendo del último misil, se oyó una explosión al otro lado de la escotilla. Un biplano había despejado y se elevaba hacia el cielo lanzando llamaradas. Atraído por la masa de calor, el detector de infrarrojos, siguiendo su programa, había fijado su nuevo objetivo en el aeroplano…
Hubo un ruido ensordecedor.
—¡Ah!
Jessica lanzó un leve suspiro. En el cielo, el fuego y el humo de la explosión parecían una flor disecada.
¿Y el padre? ¿Dónde estaba aquel padre tan despistado?
No se veía a Abel por ninguna parte.
—El…, padre… por salvarnos…
«Tengo que cumplir con mi deber». Al recordar las palabras del sacerdote, Jessica no pudo reprimir un grito. Las lágrimas cayeron sobre los mandos de la nave.
—Y no pude ni servirle el bocadillo…
—Por eso estoy muriéndome de hambre.
—Es verdad, morir antes de comer… ¿¡Eh!?
¿Cuándo había aparecido a su lado el sacerdote que la miraba con cara famélica?
—¡Pe…, pero…!
—¡Uf!, no te creas que ha sido fácil bajarse en marcha de la nave. He perdido muchas calorías. Y ahora, hasta Roma… ¿¡Eh!?
Con los ojos llenos de lágrimas, Jessica se había lanzado al cuello del sacerdote como si quisiera placarle.
—¡Pa…, padre! ¡Estáis sano y salvo!
—¡Qué…, que me ahogas, Jessica!, ¡no aprietes más que me muero! ¡Y no sueltes el timón!
Agarrando los mandos por encima de los hombros de la emocionada muchacha, Abel le acarició los cabellos con dulzura.
—Has hecho un gran trabajo… Has cumplido magníficamente con tu parte.
—Sí…, vos también, padre.
Sin embargo, una sombra teñía la sonrisa de Abel. Jessica había cumplido con su deber, pero a él todavía le quedaba trabajo por hacer. En el bolsillo llevaba el globo arrugado. En la aeronave debía de haber un padre buscando a su hijo…
—Bueno, pues te dejo al cargo. Voy a ver cómo se encuentran los pasajeros…
—Antes voy a subir la velocidad. No quiero tener que hacer más acrobacias como ésas…
Al darse cuenta de a quien estaba abrazando, Jessica se retiró, avergonzada. Para ocultar su vergüenza, se frotó las lágrimas con fuerza.
Fue entonces cuando el dios de la muerte llamó de nuevo a su puerta.
—¿¡Eh!?
Con un ruido estrepitoso, una nueva luz había aparecido en el radar. Y después, justo delante de la Tristán …
—¡Maldita sea, el misil de…!
—¡El tercer misil!
¿¡No había caído!?
—Im…, imposible… No po…, no podremos evitarlo…
—Jessica, ¡al suelo!
Justo cuando Abel empujó a la muchacha…
La onda expansiva alcanzó la aeronave e hizo que se tambaleara.
—¡Aaaaah!
Aferrándose al hábito ensangrentado, Jessica cerró los ojos. Habían caído de cara a la pared.
—Con todo lo que me he esforzado… ¿No ha servido de nada? ¿Voy a morir aquí con todos los pasajeros de la Tristán? Madre, yo…
—Bueno, creo que ya me puedes soltar, Jessica. Eres más pesada de lo que parece…
—¿Eh?
¿Estaba viva? ¿Cómo era posible?
El aire que entraba a través de la ventana partida olía a pólvora. El suelo estaba violentamente inclinado.
Pero Jessica seguía viva.
—¿Estás bien, Jessica?
—Pa…, padre, ¿cómo puede ser que…?
—Tristán, ¿nos oís?
Jessica levantó la mirada, sorprendida ante la dulce voz femenina que les hablaba por la radio.
—Al habla la nave de la agencia Ax de la secretaría de Estado del Vaticano, Iron Maiden. Os guiaremos hasta el aeropuerto de Roma. Calmaos y seguid nuestras instrucciones.
—Pero…, pero… ¿qué… qué es…?
Jessica se levantó y clavó la mirada en la ventana. La nube que tenían encima se abrió para dejar paso a…
—¡Es enorme!
Era gigantesca. A su lado, la Tristán parecía de juguete.
Del cielo teñido de color de ala de paloma, justo antes del crepúsculo, descendió en silencio una sombra. Era una nave aún más grande que la Tristán.
—Buen trabajo, hermana Kate. Siento que os hayamos tenido que molestar.
—Ya estoy acostumbrada. Ahora mismo estoy… ¿Eh? Sí, sí, en seguida se lo digo… Padre Abel, Gunslinger os manda un mensaje: «Ha fallado la definición».
—A vaya uno le he ido a pedir ayuda… La próxima vez te invitaré a una copa.
—Dice que negativo. Eso es todo. Corto y cierro.
Después de una risa ligera, la radio se quedó en silencio.
—Son… compañeros de trabajo…
Arreglándose el hábito, al que le faltaba una manga, Abel aguzó los ojos detrás de las gafas redondas.
—Ya puedes calmarte, Jessica. Sólo tienes que seguir las instrucciones. Mientras nos estén protegiendo, no hay nadie en un radio de diez mil kilómetros que nos pueda hacer nada.
Pero ella… ¿Se había salvado la Tristán?
Aún con la sensación de no acabar de entender del todo lo que había ocurrido, Jessica se quedó mirando por la ventana.
La niebla nocturna se había vuelto rocío, Más allá del mar de nubes empezaba a brillar la primera luz del día.
—Qué hermoso…
El viento traía el aroma limpio de la atmósfera al mismo tiempo que el cielo iba cambiando lentamente de color, fundiéndose en un tono dorado más allá del horizonte.
Ese día el mundo era hermoso. Y si el mundo era tan hermoso…
—Padre, yo…
Jessica levantó la mirada hacia la persona con quien más deseaba compartir ese sentimiento.
Pero no había nadie más que ella en la sala. La luz de la mañana no proyectaba más que su sombra.
—¿Padre…?