—He leído vuestro informe.
Caterina Sforza, secretaria de Estado del Vaticano y la cardenal más bella del mundo, manifestó su agradecimiento por los esfuerzos de sus subordinados.
—Entonces, habéis terminado la misión sin problemas, ¿no? Buen trabajo a los dos.
—¡Es un honor, su eminencia!
León, que excepcionalmente tenía el cabello peinado, contestó con la postura firme.
Además, se había afeitado la barba y con la solapa bien abrochada parecía un sacerdote de verdad. A su lado, Abel asintió y añadió:
—Atacamos el escondrijo de James Barrie, el aristócrata de Albión que cometía actos de piratería y que tenía en Nunca Jamás su base de operaciones. Barrie se nos escapó, pero exterminamos a todos los vampiros de la isla y destruimos el escondite.
—¿Habéis aniquilado a todos los vampiros?
—¡Sí, su eminencia! —contestaron al mismo tiempo.
—Excelente. Por cierto, tengo algo que preguntaros, ¿no os importa?
—No…
Los dos sacerdotes se encontraban tan tensos como si estuvieran sentados en una silla eléctrica del castillo de Sant'Angelo. Por las ventanas entraban suavemente los rayos del sol primaveral y la plaza de San Pedro estaba muy animada por los peregrinos llegados de muy lejos y los sacerdotes de paseo.
Aun así el rostro de los religiosos era como el de unos alpinistas a punto de sufrir un accidente en una montaña en invierno.
—¿Qué queréis preguntarnos?
—¿De qué se trata?
—No os pongáis tan nerviosos. No tiene importancia… ¿Estás ahí, hermana Kate?
—Sí, su eminencia.
Caterina preguntó con naturalidad al holograma de la monja que había aparecido en el centro del despacho.
—Había una factura extraña en la contabilidad, ¿verdad? Era el cobro por un barco de carga hacia el Imperio. ¿Sabéis algo de eso?
—¡Hmmm! ¿Te suena, Abel?
—Es que no entiendo muy bien de dinero; en especial, los números con más de tres cifras me vuelven completamente loco…
Caterina escuchaba cómo sus subordinados hablaban más de la cuenta, pero finalmente asintió con serenidad.
—De acuerdo. Por las circunstancias de Ax, puede ser que surjan gastos inexplicables.
—Tenéis razón. ¡Qué típico de su eminencia! ¡Qué comprensiva!
—Efectivamente. ¡Qué suerte tener una superiora tan inteligente…!
Mirando con dulzura a través del monóculo a los dos sacerdotes, que asentían frívolamente, la cardenal pulsó el botón de la silla eléctrica con total naturalidad.
—Sin embargo, sin un informe convincente, no voy a aceptar esta factura como gasto. Por lo tanto, la trataremos como vuestros gastos personales. Hermana Kate, emitid la factura a nombre de ellos.
—¿¡Cómooooo!? —gritaron de terror los dos hombres más fuertes de Ax, el orgullo de la agencia.
—¿Qu…, qué hacemos León? ¡Probablemente soy el sacerdote más pobre del mundo! Por más que me empeñe, no puedo pagar tanto dinero…
—¡Calla, que se te ve el plumero! ¿¡Cómo no has preparado una excusa más convincente!?
—¿Una excusa para Caterina? No soy tan temerario como para…
—¿Eh?…, ¿su eminencia?
La imagen de la hermana Kate se quedó mirando preocupada a su superiora, que ni se movía.
—¿No os encontráis bien? ¿Os preparo un poco de té?
—Sí, un té muy caliente… Es que éstos…
Al colocarse la mano en la frente como si soportara un tremendo dolor de cabeza, Iron Maiden dio insólitamente un profundo suspiro.
—… Son unos críos.