—¿Ves? Por eso te dije que no querría implicarme en el caso de los críos… Luego, se complica más…
El padre de cabello azabache seguía sentado con las piernas cruzadas y estaba encendiendo un puro. Escupiendo un tono de indiferencia junto con el humo, recordó con desgana:
—¿Y ese crío? ¿Está muerto?
—No, sólo está desmayado.
Abel dio un suspiro tras tomarle el pulso a Peter; estaba inconsciente. Alrededor de él las hadas apiladas se desvanecían una tras otra.
«¿Qué podemos hacer con ellas? ¿Esperamos hasta que amanezca? ¿Las entregamos al Vaticano o a las autoridades de Albión?».
El hombre que había reservado aquel destino para los niños ya no existía.
«¿Quién debe responsabilizarse?».
León miró de reojo a su cansado compañero. Se levantó sacudiéndose el trasero y le dijo con tono malhumorado:
—Venga, vámonos ya. Tenemos que solucionar un asunto.
—¿Un asunto? ¿Hay que hacer algo más?
—Sí. ¡Eh, apártate de ahí! Vas a hacerte daño.
—¿¡Qué!?
Abel tensó la cara ante la boca de un arma enorme. León dio nuevamente el aviso, apuntando su arma antitanque strumpistole a los pies de Abel, justo a la cara manchada de sangre de Wendy.
—¡Quítate de en medio! Voy a eliminarla.
—¿¡Qué dices!? Esta niña es…
—¡Una criminal! Mató a muchas personas y hundió no sé cuantos barcos.
El semblante alegre ya había desaparecido por completo de la cara del gigante. Mirando fijamente a Abel, que intentaba con dificultad desviar su mirada, lanzó una por una las cortantes palabras.
—Nuestra misión es exterminar o arrestar a todos los vampiros de la isla, ¿recuerdas?
—¡C…, claro que lo recuerdo! Por eso la detendremos y…
—¿Vas a llevarla a Roma? Casi seguro, al cien por cien, va a ser más duro para ella. Es una niña artificialmente convertida en vampiro y una muestra valiosa. Sin duda, va a servir de conejillo de Indias durante cientos de años sin que pueda ni siquiera morirse.
—¡…!
A Abel se le pusieron pálidos los labios ante la alta probabilidad de que tal cosa ocurriera. Eso significaba dar a esa niña un destino más temible que la muerte.
—Entonces, podemos llevarla a algún lugar muy lejano…
—¿A una criminal que ha matado a decenas de personas? La compadezco, ¡pero no te olvides de sus víctimas!
—¡Pe…, pero no es más que una niña!
—Hay cosas que no se pueden perdonar aunque sea un niño, y ésta es una de ellas. Si la perdonamos ahora, repetirá lo mismo en otro sitio. ¿Te responsabilizarás de ello entonces?
—Pues…
Abel no supo qué decir.
León tenía toda la razón y mostraba así, a su manera, compasión hacia la muchacha.
«Pero, aún así…».
—Si crees que somos crueles, reza por ella. Nosotros, los agentes, podemos rezar, pero no podemos compadecernos.
Puso el dedo en el gatillo. Apartó a la fuerza a Abel, que aún intentaba proteger a la chica, y apuntó el arma a la cabeza del objetivo…
—No…, no lo hagas…
El gigante se detuvo ante un hilo de voz.
—No mates a Wendy…
El chico que cubría a la chica tumbada levantó débilmente la cabeza. A esas alturas, ¿todavía quería defenderla?
—Quita, chaval. ¿Quieres que te mate a ti también?
—No mates a Wendy, por favor… Ella es muy buena. Nunca me trató mal, pese a ser un mal logrado… Nunca…
—Escúchame, ella atacó muchos barcos y mató a la gente. No podemos perdonarla.
—Eran experimentos… El doctor decía que era para comprobar su fuerza de combate y le ordenó hacerlo. Desde que Wendy echó al doctor, ¡no ha matado ni a una persona más!
«¿Será verdad?».
Francamente, era dudoso, teniendo en cuenta la acción que Wendy había emprendido para eliminar a los religiosos, pero Peter quería justificarla a toda costa.
—¿Aún así vas a matar a Wendy? ¿Porque le ordenaron matar a gente? Padre, ella no quería matar a nadie…
—¡… No digas nada más, Peter!
Una voz casi imperceptible interrumpió la justificación de Peter.
—No digas más. Él tiene razón. Yo no debo estar viva.
—¡Wendy!
El hada, que había perdido las alas, tenía los ojos apenas entreabiertos. Todavía no estaba tan recuperada como para levantarse; sin embargo, estaba consciente y continuó hablando con un tono débil pero claro.
—Padre, no eras para tanto. Fanfarroneabas, pero has podido matarme con un disparo. ¿A qué esperas? Mátame de una vez.
—¿¡Qu…, qué dices, Wendy!?
Peter, sorprendido, se agarró a ella.
—¿¡Por qué tiene que morir Wendy!? Fueron los doctores, quienes la convirtieron en esto y le ordenaron atacar los barcos. ¿¡Y por qué…!?
—Peter, ya se acabó.
La mirada de Wendy era tan dulce como la de una madre. Con la voz resignada y cansada como una anciana, dijo:
—Ya se acabó el tiempo para nosotros, los niños de Nunca Jamás. Los adultos no van a dejarnos escapar. Si nos detienen, nos esperan cosas mucho más duras que la muerte. Compréndelo. Ese padre, en realidad, nos compadece.
—¡No…, no es verdad!
Peter miró a los adultos buscando ayuda como si ellos fueran dioses.
—No vais a hacer eso, ¿verdad? No vais a hacerle nada malo a Wendy, ¿a qué no?
El rostro de León se quedó inmóvil como una estatua. Hasta Abel permanecía en silencio sin encontrar las palabras adecuadas.
—Lo sé, padre. Entiendo que no vas a perdonarnos, pero deja escapar por lo menos a Peter…, por favor…
—¡No quiero! ¡No mates a Wendy! ¡No la mates!
Era increíble que un cuerpo totalmente herido guardase tanta fuerza aún. Peter gritó con la voz llena de dolor.
—Tú eres mayor y fuerte, ¿no? Entonces, perdona a Wendy. ¡No la mates!
—No me llames mayor… ¡Apártate, niño!
Los gruesos brazos se movieron junto a la voz, que era una especie de rugido de la tierra. Empujó violentamente a Peter, que se agarraba a él, y apretó el gatillo de manera despiadada.
—Te dije antes que soy joven. Sin cumplir treinta años, no me trates como a un viejo, ¡caray!
Un estruendo…
Unos pocos pelos castaños claro ondearon en el cielo. Algunas balas pasaron rozando a la chica, que inmediatamente había cerrado los ojos, pero la ráfaga se perdió en el mar.
—¡Bah! Así que soy el malo aquí. ¡Idos todos a la porra!
En lugar del estallido, retumbó un grito como un volcán en erupción. El gigante pataleaba chillando como un niño.
—¡Eh! León…
—¡Mierda! Por eso te dije que no quería implicarme en el caso de los niños. ¡Vale! Quieres salvar a estos críos de todos modos, ¿no? ¡Me cago en la mar!
Sin hacer caso a Abel ni a los chicos, que se miraban perplejos unos a otros, León seguía maldiciendo al cielo y al infierno. Después de insultar a los ángeles y a los diablos cientos de veces, por fin se calmó y se volvió con el semblante malhumorado.
—¿Y qué hacemos? Al regresar a Roma, tenemos que entregar un informe y vendrán en avalancha los policías y las tropas. Supongo que tendrás algún plan para esconder a los críos, ¿no, Abel?
—¡Hmmm…!
Abel se quedó reflexionando y finalmente chasqueó los dedos… En realidad lo hizo con la lengua, mirando la mano de la que no había salido el chasquido.
—Tengo una idea. Es un lugar donde ni el Vaticano ni Albión pueden tocarlos. Lo único… es que, como está un poco lejos, necesito tu ayuda, León.
—¿Mi ayuda?
—Sí, como sueles decir: «Con dinero se puede conseguir todo, desde un avión hasta una tumba».
Abel sonrió maliciosamente a su compañero, que tenía el rostro dubitativo.
—¿… Verdad? Quiero que consigas algo, usando alguno de tus enchufes…