III

—¿Eh? ¿Hmmm? ¿Dónde estoy?

Cuando a Abel le despertó el olor a hospital de alcohol y éter, se encontraba en una habitación completamente blanca. Intentó levantarse sacudiendo la cabeza aún confuso, pero no le salió bien: tenía las manos y las piernas atadas a la cama.

—¡Qué raro! ¿Por qué estoy aquí?

Su memoria se interrumpía justo en aquella escena del comedor tomando el té. A la luz de la campanilla, se veía una estantería con medicamentos, un foco para operaciones, bisturís oxidados, fórceps y…

—¡Eh, tú! Aquí… ¡Hih!

De las cuerdas vocales del padre, que hablaba hacia unas sombras que permanecían inmóviles en la oscuridad, salió una extraña voz atiplada.

Las sombras humanas eran, en realidad, unos diez niños conservados en formol en una gigantesca botella de vidrio. Ninguno presentaba un aspecto normal: no solamente tenían marcas de grandes operaciones en el abdomen o en el dorso, sino que también había unos con una pequeña ala que apenas sobresalía de la espalda, otros con una especie de cuerno retorcido de una manera extraña y clavado en la parte trasera de la cabeza, o algunos que poseían un tercer ojo en el bulto que les sobresalía de la frente…

—¿¡Qué demonios es eso!? Pero si es… ¡Mi…, mierda!

Apresuradamente, Abel bajó la cabeza a causa del chirrido de la bisagra. La figura que había entrado en la habitación se acercaba hacia la mesa de operaciones con el bisturí en la mano, que reflejaba la luz de la lamparilla.

«¡Maldita sea!».

—¿Estás despierto?

Era la voz susurrante de un niño.

—Venga, levántate. No hay tiempo que perder.

—Eh…, tú… ¿quién eres?

—Anda, pero si estabas despierto.

El chico dio un suspiro de alivio al ver que Abel había un poco los ojos.

—Soy Peter. Date prisa, que no hay tiempo. Sígueme.

—¿Eh?

La voz de Peter sonaba muy segura mientras cortaba las correas.

«¿Será también una trampa?».

—¡Venga, vamos! ¡Nos descubrirán!

—Pero tú… ¿Quién diablos…?

—Te lo explicaré luego. Primero tenemos que ir hasta esa máquina voladora… ¡Ah!, es tuyo, ¿verdad? Estaba en el suelo.

Peter introdujo el revólver en el pecho del hombre y le cogió la mano a la fuerza. Antes de que el padre se levantara del todo, ya le estaba llevando fuera de la habitación hacia el pasillo oscuro.

—¡Por aquí! Hay un camino que va a la playa.

—¿Un camino…? ¡Oh! Es un túnel, ¿no? ¿Una base militar? ¡No, es aún más enorme que eso!

Abel suspiró al levantar la vista hacia lo alto del techo del canal subterráneo. No sabía a qué profundidad se encontraba, pero era evidente que no se podía llevar a cabo una obra así sin una gran inversión de tiempo y dinero.

—¿¡Quién demonios ha construido una cosa así…!?

—Fue el doctor. Tanto esto como el colegio los construyó él.

—¿El doctor? ¿Te refieres al doctor Barrie? Entonces, los niños de la sala de operación eran…

—Son mal logrados; es decir, son niños como yo, que no pudieron transformarse.

Peter escupió con amargura mientras caminaba delante del religioso. Su voz temblaba con un rebosante sentimiento de rencor incontrolable, hostilidad y terror.

—El doctor y otros adultos hicieron cosas horribles a esos niños. Les hicieron transfusiones de sangre, les transplantaron cosas extrañas en la tripa y en la espalda… Si Wendy no lo hubiera expulsado, ahora yo también estaría en esa botella.

—¿Le ha expulsado? ¿Al doctor Barrie?

—Sí. Hará justo dos semanas, durante el experimento de la Campanilla.

—¿La Campanilla? ¿Un experimento?

Aunque Abel no comprendía del todo lo que le explicaba el chico, podía suponer que había ocurrido algo grave en la isla.

Seguramente había habido una rebelión de los integrantes del experimento y por eso ahora no había ni un adulto.

«Hace dos semanas es justo después de que el escondrijo de aquella banda de secuestradores saltara por aires. Entonces, el que controla esta isla ahora…».

El camino llevaba a una puerta gruesa de hierro que afortunadamente no estaba cerrada con llave; se abrió con un chirrido y, al otro lado, el bosque nocturno estaba sumergido en la luz de la luna. Peter inspeccionó cuidadosamente los alrededores, pero no parecía haber nadie.

—¡Por aquí! ¡De prisa!

—Va…, vale. Ahora voy. Oye, Peter, ¿dónde está ahora ese doctor…?

—No lo sé. Matamos a casi todos sus ayudantes, pero él se escapó en la máquina voladora…

—¡Hmmm!… Espera. Eres amigo de Wendy, ¿verdad? ¿Por qué me ayudas a huir?

—Es que… quiero ir al exterior.

De repente, los pasos apresurados del chico se detuvieron. Al volverse, miró la cara del religioso como si le suplicara algo.

—Deseo ir al mundo exterior. Por eso quiero que me lleves allí. Con esa máquina voladora se puede ir, ¿verdad?

—Sí…, sí… Pero ¿por qué? ¿Por qué quieres ir afuera?

—Para ser adulto.

—¿Eh?

La respuesta imprevista desconcertó completamente a Abel. Repitió la pregunta al chico, que le miraba ensimismado.

—¿Por qué quieres ser adulto?

—¡Para ser fuerte, claro!

La expresión de Peter significaba «Está más claro que el agua» sin ninguna vacilación.

—El doctor nos hacía cosas feas y horribles, y sobretodo a Wendy la trataba muy mal y hacía que llorara todos los días. Por eso, no nos gustan los adultos. Volverán a hacer lo mismo con nosotros. Pero quiero ser adulto, porque quiero mucho a Wendy. Yo no la maltrataré cuando sea adulto. Aunque soy mal logrado, de mayor podré ser fuerte para proteger a Wendy. ¿No te parece?

—Bueno… Es que…

Abel se cortó sin saber qué decirle al chico, que le miraba con absoluta convicción…

—¿… Qué haces, Peter?

—Wen… ¡Wendy!

La chica los miraba con sus ojos azules, mientras le ondeaba el cabello, castaño claro. No solamente ella, sino también la decena de sombras que tenía detrás.

«¡Oh, no…!».

Una gota de sudor frío le cayó a Abel por la sien.

«¿Serán todos Fairy?».

Dentro de los vampiros, los fairy no poseían una capacidad de combate muy alta, pero aún así eran demasiados.

—No sabía que pensaras tanto en mí…

En un momento, la cara de Wendy, que antes estaba tan tensa como una estatua de hielo, se suavizó. La chica caminó hacia Peter, después de mostrar una sonrisa como si floreciera una yema de rosa invernal. Abel ya no tenía tiempo de detenerla. La chica pasó los brazos alrededor del niño, que, tambaleándose, había dado unos pasos hacia delante.

—Muchas gracias, Peter. Estoy muy feliz. Yo también te quiero, te quiero mucho, pero…

—¡No…, no!

Abel extendió la mano para intervenir, pero era demasiado tarde. En medio del abrazo, se oyó un ruido sordo.

—Pero, Peter, me has decepcionado.

—¡Ah…!

Un sonido neutro salió de la boca de Peter. Como si se tratara de una muñeca rota, cayó de rodillas mostrando una cara llena de estupor. Cuando se desplomó del todo en los brazos del padre, que se había acercado corriendo, el chico ya estaba sufriendo convulsiones.

—¡Pe…, Peter!

—Adiós, Peter. Podríamos haber seguido siendo amigos si no hubieras querido ser adulto.

Con tristeza, Wendy bajó la cabeza.

Era Nunca Jamás, una isla eterna. Mientras se encontraran allí, no había nada de que preocuparse, ni por el hambre ni por la sed…, ni por ser un repugnante adulto.

—Pero ¿por qué ha querido ser un adulto? Si hubiera sido niño para siempre, yo…

—¿Niño? No, él ya era un adulto.

Fue en ese momento cuando una voz ligeramente temblorosa interrumpió a la muchacha.

—Él no era como tú. Aceptó su destino como una persona adulta. No te permito que lo desprecies.

—… Vaya, todavía hay religiosos tan idealistas como tú.

Wendy lanzó una fría sonrisa hacia la espalda del sacerdote, que ya se había levantado.

—Hace tiempo que no tomo sangre humana —dijo con un semblante innecesariamente siniestro—. Últimamente sólo he tomado sangre de vacas y de gallos…

Se oyó un sonido como de algo que se rasgara con suavidad. Unas finas alas se desplegaron en la espalda de Wendy, el resto de niños, uno por uno, se convirtieron en le especie nocturna.

La reina de los fairy se rió, dejando asomar unos afilados colmillos entre los pequeños labios.

—Lo siento, padre. Me da pena, ¡pero no puedo dejar marchar a unos adultos que saben el secreto de Nunca Jamás!

Simultáneamente, el ruido de las alas cobró fuerza, todos los pequeños asesinos se lanzaron hacia la sombra de alta estatura como si se tratara de una tormenta. Pese a su velocidad, Abel desapareció sin dificultad.

—¿¡… Eh!?

Efectivamente, el sacerdote había desaparecido justo en el momento del choque, pero no había sido por obra de los colmillos de los fairy, sino que parecía que se hubiera esfumado.

—Ha desaparecido… ¡Imposible!

Tras haber perdido el objetivo, Wendy dejó vagar la vista: de pronto, estallaron seis disparos. Medio segundo más tarde, las tres sombras a las que las balas de plata les habían arrancado ambas alas se empotraron contra el suelo, emitiendo gritos y levantando arena.

—¿¡Qu…!?

—… Ya se acabó la hora del cuento cruel, Wendy.

Una sombra reflejada por la luz de la luna amonestó a Wendy con serenidad desde la rama de un árbol que sobresalía en la playa.

Aquellos ojos azules como un lago invernal miraban con pena a los niños que se retorcían por el inmenso sufrimiento producido por las balas de plata, un elemento tóxico para los vampiros. Como los colmillos de una bestia atroz, así salía el humo blanco del revólver de percusión que sostenía la mano derecha.

Pero ¿cuándo había saltado hasta allí? No solamente había esquivado el ataque a gran velocidad de las hadas, sino que también había sido capaz de disparar seis balas en menos de una décima de segundo.

—¿¡Quién diablos eres!?

—Soy Abel Nightroad, sacerdote itinerante.

Cuando las manos del religioso, que había contestado con tristeza, cambiaron de posición, cayó el cartucho vacío del revólver y fue rodando por la arena desprendiendo un hilo de humo blanco. En ese instante, el nuevo cartucho ya estaba insertado.

—Y mi nombre como agente de Ax es Krusnik. Wendy, quedáis detenidos bajo sospecha de homicidio y piratería. Dejad las armas y rendíos.

—¡Cómo te atreves a detenernos, maldito adulto!

Junto al agudo grito, dos sombras se movieron levantando la arena. Fueron un chico grande y otro flaco que golpearon simultáneamente el suelo. Wendy no tuvo tiempo de retenerlos. Atacaron al sacerdote por delante y por detrás, con un increíble desfase de tiempo.

—Así no podréis derrotarme.

La mano derecha del religioso pasó por la espalda como si fuera otra criatura distinta, y disparó dos balas a los hombros del chico que se acercaba desde atrás. Además, con el revólver disparando en reacción a ese movimiento, las alas del chico que se había lanzado contra él se convirtieron en algo inservible y lleno de agujeros.

—¡Eh, Carly, vamos a usar aquello! ¡Qué vengan todos!

Antes de que los dos vampiros cayeran al suelo, Wendy ya había dado la siguiente orden. No había pensado que tendría que jugar su mejor carta por tan sólo un enemigo, pero no había tiempo que perder ante la amenaza de la extinción de Nunca Jamás.

Mientras tanto, el destructor del paraíso habló seriamente en voz alta hacia la muchacha, que se mordía los labios.

—¡Wendy, ríndete por favor! Yo no quiero heriros.

—¿Qué no quieres herirnos? ¡Qué bueno eres, padre! Pero no te preocupes.

Las alas, totalmente extendidas, enviaron un comando hacia aquello, y Wendy levantó los labios. En unas décimas de segundo, aquello devolvió una señal de espera por medio de vibraciones de aire indetectables para los humanos. En ese momento, el revólver del padre, que se había girado como una serpiente venenosa, ya apuntaba a Carly, la que volaba más cerca de él.

Wendy no dudó:

—El sistema Campanilla… ¡Arranca!

—¿¡… Cómo!?

Súbitamente el religioso dio un alarido de sorpresa.

Las balas apuntadas hacia las alas de la chica se desviaron por poco y después rompieron las ramas del pino que se encontraba detrás…

—¡No! ¿¡Las ha esquivado!? ¡No puede ser…!

El padre, que había evitado no sin esfuerzo el ataque de las garras, apuntó esa vez el arma directamente a Wendy con el menor movimiento posible. Sin embargo, cuando iba a apretar el gatillo…

—¡Ah!

El sacerdote se tambaleó llevándose una mano hacia el hombro dañado por una daga. Una lluvia de piedras cayó contra el mismo hombro. Aunque las esquivaba moviéndose de derecha a izquierda, otras hadas le atacaron de frente como si conocieran de antemano sus movimientos. Alzó el revólver con rapidez, pero un intenso dolor le recorrió la pierna, después de que otra hada le arrancara parte de la carne con las garras. Justo después se le cayó el arma de la mano, un impacto violento le hizo perder el equilibrio y caer en picado.

—¡Oh!… ¿Qué pasa, padre?

Wendy sonrió dulcemente hacia Abel, que se había levantado a duras penas a pesar de la fuerte contusión en la espalda. Alrededor de ella, todas las hadas se sostenían con las alas en un mismo punto y en perfecta alineación, como si se tratara de abejas protegiendo a su reina. O mejor dicho: formaban una máquina, una máquina extremadamente precisa.

—¿¡Cómo pueden hacer un ataque tan sincronizado…!?

—Sí, para nosotros es posible.

Wendy miró con orgullo al campanario que repicaba en el colegio de la colina, satisfecha por las ondas transmitidas a las alas e imperceptibles para los humanos.

La Campanilla era una tecnología perdida antes del Armagedón y un sistema de control estratégico, del tipo «maestro-esclavo». El chip maestro implantado en Wendy, que era la unidad de mando, enviaba su pensamiento al colegio, el ordenador del colegio lo transformaba en una baja frecuencia especial y lo enviaba al chip esclavo de las hadas. Los chips esclavos controlaban tanto el pensamiento como los sentidos de las hadas y, gracias a ello, el grupo podía convertirse en un único organismo completamente controlado por Wendy.

—Es decir, todos son yo y yo soy todos. ¡Por ejemplo, así!

Todos los fairy empezaron a aumentar la velocidad de giro de las alas. Las vibraciones, sincronizadas a la perfección hasta el microsegundo, emitieron anormalmente ondas de alta frecuencia. Las moléculas de agua del aire comenzaron a destruirse y un torbellino blanco apareció y azotó al religioso, que permanecía inmóvil sin que pudiera hacer nada al respecto.

—¡… Ah!

—Tranquilo, padre. En seguida terminamos…

Wendy pronunció la sentencia de muerte de Abel, que se protegía la cara sin que pudiera contraatacar el aire afilado.

—¡Te enviaremos volando en mil pedazos!

—¿Qué le haréis volar en mil pedazos? Esa frase me corresponde decirla a mí…

Lo que llegó a oídos de la muchacha era una voz ronca e irónica y un gran estallido agudo.

—¿¡… Cómo!?

La llama iluminó la cara de Wendy en color carmesí. La chica se había vuelto hacia la colina. En medio de las llamas, algo se derrumbaba tristemente.

—¡El…, el colegio…!

—Sí, la Campanilla o como se llame. Pero ¿¡por quién nos tomáis, malditos críos!?

Una gigantesca sombra se encontraba de pie con la cabeza erguida. Las llamas de la explosión que había tenido lugar a su espalda dibujaban su silueta. Los ojos de la chica se abrieron casi hasta rasgarse ante el diablo que recibía el reflejo de las llamas.

—¡No puede ser! ¡Estabas muerto…!

—¿¡Cómo podéis matarme con esa chorrada!? Sólo he tardado un poco para sacar esto.

León, el padre de cabello negro que se reía desafiante, dirigió la punta ahusada de algo hacia la cima de la colina. Parecía una pistola de señales de SOS, pero era aún más grande. Se trataba de un arma de aspecto muy extraño, con un tubo grueso de hierro en el que estaban fijados el gatillo y una mira sencilla.

—En principio es para luchar contra tanques, pero también sirve para derrumbar un fortín. ¡Mira esto!

—¡No…, no…!

No tuvo ni tiempo para detenerlo. Inmediatamente emitió un sonido como el de un disparo fallido y arrojó un tremendo humo. El proyectil de alto explosivo antitanque que había disparado un hilo dorado hacia el campanario de la colina.

—¡…!

Lo que ocurrió a continuación fue como si se clavasen en los pequeños cuerpos los pedazos de la noche quebrantada por el estrépito. Justo después de que la explosión volara el campanario, todas las hadas que protegían a Wendy cayeron a la vez al suelo.

—¡La Campanilla…! ¡Mis hadas…!

—¡Eh, ya te he librado de esos problemillas! ¡Vamos, remata la faena, Krusnik!

Wendy se volvió hacia atrás apresuradamente al darse cuenta de que la mirada de León se dirigía a su espalda, y en ese momento…

—… Lo siento mucho, Wendy.

Junto al disparo, la voz del sacerdote sonó muy triste.