—Es…, es una broma… ¿¡verdad, Václav!? —preguntó Abel casi como si esperara que su compañero le respondiera de forma afirmativa—. Decidme que estáis cumpliendo alguna misión especial… Decidme que he llegado en un mal momento…
—Si te lo digo, ¿desaparecerás sin decir nada, Abel?
Sonriendo, Václav se levantó con lentitud, pero con decisión. Sin embargo, su sonrisa no tenía la serenidad habitual y una luz asesina le llenaba la mirada.
—¿O por qué no vienes conmigo? Estaremos encantados de recibirte en el Nuevo Vaticano.
Abel negó con la cabeza como si no hubiese oído las palabras de su camarada.
—Pe…, pero si somos compañeros. ¿¡Cómo es posible que…!?
La mirada de Know Faith se volvió cálida un momento.
—No cambiarás nunca…
Sólo en aquel instante volvieron los ojos serenos de siempre. Con una mirada casi paternal, observaba a Abel, que estaba a punto de romper a llorar.
—De verdad, no cambiarás nunca… Pero por eso no serás jamás capaz de comprender por completo los sentimientos de los humanos.
La luz asesina volvió a aparecer en los ojos de Václav.
—Déjame pasar… ¿O pretendes detenerme? En ese caso, no me quedará otra opción que acabar contigo.
—N…, no quiero escoger ninguna de esas dos opciones… Yo no puedo luchar contra un compañero…
—Yo sí.
Fue un movimiento de lo más sencillo. Sin usar las manos, sólo un hábil juego de pies, Václav se plantó frente a Abel en un instante.
—¡…!
El hábito se rasgó ruidosamente. Cuando llegó el dolor, medio segundo más tarde, la sangre ya le fluía del pecho. Girando en el aire el filo de mano, Václav lo bajó con fuerza para abatir a Abel. El sacerdote se lanzó a tiempo al suelo, y el arma sólo le cortó un puñado de cabellos.
—Te has escapado… Intentaré que te reúnas con el Señor de la manera más indolora posible.
—Basta, Václav…
La mano que se había llevado al pecho estaba empapada de sangre fresca. Pese a la herida que había sufrido, Abel seguía hablando con voz llorosa.
—Sé que no matarás a un compañero. Por favor, abandona ahora tú…
—¿Que no mataré a un compañero? —repitió Václav con expresión de extrañeza—. Ya he matado a un compañero. Y era mi amigo más antiguo… ¿No es lo mismo matar a uno que matar a dos?
—¿A qué te refieres? —preguntó Abel desde el suelo, con los ojos como platos—. No me digas que has…, que… ¿El Profesor…?
—He usado escopolamina… Es un relajante muscular. Primero provoca sueño y luego el corazón se va deteniendo poco a poco. Una muerte indolora.
—¡…!
El grito se tiñó de sangre.
En un instante, el anticuado revólver de percusión rugió brutalmente con un fogonazo. Pero la figura del sacerdote traidor ya no estaba allí.
—¿¡Dónde se ha…!?
—Te he mentido. William solo está dormido, pero… —dijo casi con tristeza la voz que sonó a espaldas de Abel— es tan fácil desequilibrarte emocionalmente que me dan ganas de reír. Cuando éramos camaradas, eso me preocupaba mucho… Como enemigo no eres muy satisfactorio que digamos.
—¡E…, estoy perdido!
Al oír el leve ruido del aire partiéndose, Abel se preparó para morir.
Era imposible esquivarle desde ese ángulo.
—¡Ah!
Sin embargo, quien lanzó un gemido de dolor fue Václav.
Recogiendo el filo asesino, dio un salto hacia atrás. Allí donde estaba un instante antes, la pared se había convertido en un colador.
—¡Se ha acabado la partida, Know Faith!
La voz, cortante como una lanza de hielo, pertenecía a una esbelta figura que había aparecido en la puerta. A su lado, el sacerdote que la seguía como un fiel perro guardián, empuñaba un arma de enormes cañones humeantes.
Deteniendo con la mano a Gunslinger, que se disponía a lanzar otra ráfaga, Caterina se dirigió al traidor:
—Václav, ¿no esperarás poder enfrentarte tú solo a dos agentes? Entréganos a mi hermano y ríndete. Si haces lo que te digo, aún estoy a punto de salvarte.
La respuesta del hombre fue tan serena que no parecía que se encontrara rodeado de enemigos.
—Mi salvación está en la fe verdadera, y eso es lo único que no tenéis, eminencia.
—¡…!
Había sido una respuesta muy dura. Se había atrevido a decirle a la cardenal, la mujer más poderosa del Vaticano, representante de Dios en la Tierra, que no poseía la fe verdadera. Sólo por esa frase, la Inquisición no dudaría en enviarlo directamente a la hoguera.
A Caterina la había cambiado el color de la cara, pero Václav siguió hablando con toda tranquilidad, señalándose el cuello del hábito con el dedo.
—Además, ¿habéis olvidado mis habilidades, eminencia?
La sotana se rasgó con un crujido.
—Yo soy Know Faith. No importa a cuántos enemigos me enfrente a la vez.
—Duquesa de Milán, ¡solicito permiso para disparar! —gritó Tres, como para despertar a su superiora, que se había quedado inmóvil en silencio.
El cuerpo del sacerdote hereje ya había empezado su transformación. Quitándose la sotana, Václav se quedó sólo con el mono interior, que pronto empezó a volverse transparente.
—Campo óptico. ¡Camuflaje de invisibilidad!
El camuflaje de invisibilidad era una de las tecnologías perdidas que se habían recuperado después del Armagedón. Usando el efecto a nivel cuántico de las interferencias y superposiciones de ondas electromagnéticas, se podían modificar dramáticamente las propiedades ópticas de los objetos mediante la absorción y la refracción de la luz.
El Vaticano había intentado durante mucho tiempo proveer de este tipo de camuflaje a los soldados mecanizados para obtener un efecto de invisibilidad completa, pero por la dificultad y los enormes costes, el proyecto había sido interrumpido. Los sistemas en fase de pruebas habían sido destruidos públicamente.
El agente Know Faith estaba equipado con aquella tecnología.
—¡Padre Tres, autorización para disparar concedida! ¡Abátelo ahora!
Tres asintió con gesto inexpresivo empuñando su brillante M13. Apuntó sin dudar a su antiguo compañero, que casi había completado el proceso de invisibilidad, y apretó el gatillo…
—¡N…, no, Tres!
Si Abel no hubiera alargado la mano en ese momento, con toda seguridad los disparos le habrían volado la cabeza a Václav en pedazos. En cambio, las balas estallaron en vano contra la pared.
—¡Apartad, padre Nightroad! ¡Tengo que abatirlo antes de que…!
Tres se deshizo de Abel y volvió a apuntar. Ajustando al máximo la sensibilidad de todos sus sensores, ópticos y no ópticos, intentó establecer el punto donde se encontraba su ex camarada. Sin embargo…
—Demasiado tarde, padre Tres… —resonó en el vacío una voz con un punto de tristeza—. Ya soy indetectable por infrarrojos y ultrasonidos… Eso forma parte de mi equipo…
—¡…!
El soldado mecanizado se giró de repente, pero salió volando como si hubiera recibido el impacto de un cañonazo. Al chocar contra la pared, dejó profundamente marcada su silueta.
—¡T…, Tres! —gritó Abel, que había sentido cómo el impacto le rozaba la barbilla.
El golpe en sí no había sido tan fuerte, pero el efecto palanca había hecho el que su cerebro vibrara con violencia, lo que le había causado importantes daños. El cuerpo del agente cayó sin fuerza y se quedó inmóvil.
—¡No! ¡Ca…, Caterina!
La hermosa mujer parecía haberse quedado sin fuerzas, en estado de colapso, pero el grito de Abel hizo que volviera en sí. Con los ojos brillantes de nuevo, se lanzó hacia su hermano, caído en medio de la habitación.
Pero justo en el momento en el que iba a rozar al adolescente con la mano extendida, el cuerpo del joven se levantó en el vacío.
—¡Know Faith! —gritó la cardenal hacia el hombre que no podía ver, pero que sabía que tenía delante—. Devuélveme… ¡Devuélveme a mi hermano!
—¿Eso lo decís en condición de cardenal que utiliza al papa como un títere para dominar el Vaticano? ¿O como la hermana que lo sacrificó para obtener el poder?
La voz resonó con acento agrio. La mirada de Caterina se nubló un instante.
—Eso…
—Caterina, antes habéis dicho: «estoy a tiempo de salvarte»… Pero a vos nadie puede salvaros…
No había ninguna sombra de orgullo en aquellas palabras.
Tampoco eran agresivas.
La voz prosiguió como si sólo enumerara los hechos.
—No entendéis la debilidad del corazón humano… Sólo tenéis deseos de venganza. Por eso no entendéis la debilidad. No habéis comprendido ni el sufrimiento de vuestro propio hermano.
Después de un instante, como si quisiera comprobar su reacción, Know Faith se giró con el cuerpo del Papa en brazos.
—¿Por qué…? ¿Por qué…?
Ante la visión de su hermano balanceándose en el aire, a Caterina algo empezó a movérsele en el corazón congelado.
—¿¡Por qué lo has hecho, Know Faith!? —gritó la cardenal hacia el vacío.
—Yo soy Know Faith, el que conoce la fe. Por eso, no recibiré la corona de espinas…