SEXTO CAPÍTULO

En el que Tofelán y Vifelán, huyendo de la Bu, entran en la historia trayendo una misteriosa maleta y en el que el Snork es nombrado Juez

Una mañana temprano, a principios de agosto, Tofelán y Vifelán llegaron andando por el mismo camino de monte que habían tomado el Mumintroll y sus amigos el día que Snif encontró el sombrero del Mago.

Se detuvieron en la cima y contemplaron Valle Mumin. Tofelán se había puesto una gorra roja y Vifelán llevaba una maleta muy grande. Habían venido desde muy lejos y estaban algo cansados. Bajo sus pies, entre abedules y manzanos, estaba la Casa Mumin y el humo de la chimenea señalaba que Mamá Mumin estaba preparando el café.

Muho, dijo Vifelán.

Están papreando mikoda, dijo Tofelán asintiendo con la cabeza. Y empezaron a bajar al valle mientras conversaban en ese extraño idioma que hablan entre ellos todos los Tofelés y Vifelés. (No todos los comprenden, pero eso no importa tanto, lo principal es que entre ellos se entiendan).

¿Crees que depomos traren?, preguntó Tofelán.

Pendede, dijo Vifelán. No te sustesa si se poncortan mal con nosotros.

Se acercaron de puntillas a la casa, parándose tímidamente delante de las escaleras.

¿Mallamos a la puerta?, dijo Tofelán. ¿Y si alguien lase y tigra?

En ese mismo momento Mamá Mumin sacó la cabeza por la ventana y gritó:

¡Café!

Tofelán y Vifelán se asustaron tanto que se tiraron por el ventanuco de la cava de patatas.

¡Dios mío!, exclamó Mamá Mumin con un sobresalto. Estoy segura de que acabo de ver un par de ratas entrar en la cava. ¡Snif, llévales un platito de leche!

Entonces vio la maleta que estaba junto a la escalera y pensó:

¡Y equipaje, además! ¡Vaya! ¡Vaya! ¡Han venido para quedarse!

Y se fue en busca de Papá Mumin para pedirle que preparara dos camas más. Pero muy, muy chiquitinas.

Mientras tanto, Tofelán y Vifelán se habían escondido entre las patatas de modo que sólo se veían sus ojos, y allí se quedaron esperando a ver lo que les iba a ocurrir.

No hay dadu: Están papreando faké, murmuró Vifelán.

¡Nieve alguien!, susurró Tofelán. ¡Toquiet!

La puerta de la cava chirrió y en lo alto de las escaleras apareció Snif con una linterna en una mano y una taza de leche en la otra.

¡Hola! ¿Dónde estáis?, dijo.

Tofelán y Vifelán se escondieron un poco más y se abrazaron fuertemente el uno al otro.

¿No queréis leche?, dijo Snif un poco más alto.

Es una patrán, susurró Vifelán.

¡Os equivocáis si creéis que es mi intención quedarme aquí todo el día!, dijo Snif muy enfadado. ¡Malicia o ignorancia! ¡Viejas estúpidas ratas que ni siquiera saben entrar por la puerta principal!

Vifelán, harto ya de insultos, dijo:

¡Tara tú, totón!

O sea, además son forasteros, dijo Snif. Más vale que vaya a buscar a la mamá del Mumintroll.

Cerró con llave la puerta de la cava y se fue corriendo a la cocina.

¿Qué? ¿Les ha gustado la leche?, preguntó Mamá Mumin.

Hablan una lengua extranjera, dijo Snif. ¡No se entiende nada de lo que dicen!

¿Cómo suena?, preguntó el Mumintroll que estaba sentado junto al Hemul machacando cardamomo.

¡Tara tú, totón!, repitió Snif.

Mamá Mumin suspiró.

¡La que me espera!, dijo. ¡No va a ser precisamente coser y cantar de aquí en adelante!, dijo. ¿Cómo voy a saber qué postre querrán para su cumpleaños o cuántas almohadas necesitarán para dormir?

Tenemos que aprender su idioma, dijo el Mumintroll. Suena fácil: Tarati, taratú, taratón.

Creo que les comprendo, dijo el Hemul pensativo. Probablemente dijeron a Snif que era rata y tonto.

Snif se ruborizó y sacudió la cabeza en señal de desprecio.

Puesto que eres tan listo, vete a hablar con ellos tú mismo, dijo.

El Hemul se acercó parsimonioso a la escalera de la cava y gritó amablemente:

¡Venbienidos! ¡Venbienidos!

Vifelán y Tofelán asomaron sus cabezas entre las patatas y le miraron con asombro.

¡Chele! ¡Nabue!, continuó el Hemul.

Tofelán y Vifelán corrieron escaleras arriba y entraron en el salón.

Snif los miró y, viendo que eran mucho más pequeños que él, se sintió más generoso y dijo condescendiente:

¡Hola! Encantado de conoceros.

¡Igualtemen! ¡Ciasgra!, dijo Tofelán.

¿Paprean faké?, preguntó Vifelán.

¿Y ahora qué dicen?, preguntó Mamá Mumin.

Tienen hambre, dijo el Hemul. Pero siguen pensando que Snif tiene mala pinta.

Diles de mi parte que en mi vida he visto dos tipos con semejantes caras de arenque, dijo Snif furioso. ¡Y adiós! ¡Me voy!

Snif endafado, dijo el Hemul. ¡Totón!

¡No pasa nada!, dijo nerviosa Mamá Mumin. ¡Venid a tomar el café! Enseñó a Tofelán y Vifelán el camino a la veranda mientras el Hemul les seguía muy orgulloso de su nuevo rango de intérprete.

De esta manera, Tofelán y Vifelán entraron a formar parte de la vida de la Casa Mumin. Casi siempre iban cogidos de la mano y pasaban más bien desapercibidos. Llevaban la maleta por todas partes, Pero al anochecer se ponían visiblemente inquietos y subían y bajaban las escaleras para esconderse finalmente debajo de la alfombra.

¿Os sapa lago?, preguntó el Hemul.

¡Nieve la Bu!, susurró Vifelán.

¿La Bu? ¿Quién se?, dijo el Hemul un poco asustado.

Tofelán abrió los ojos de par en par, enseñó los dientes, y se hizo tan grande como pudo.

¡Crule y retrible!, dijo Vifelán. ¡Racie la puetra para no netre la Bu!

El Hemul corrió a ver a Mamá Mumin y dijo:

¡Dicen que una Bu cruel y terrible viene hacia aquí! ¡Esta noche tenemos que cerrar todas las puertas con llave!

Pero ¡si ninguna puerta tiene llave más que la de la cava!, dijo Mamá Mumin con voz muy preocupada. ¡Siempre pasa lo mismo con los forasteros! Y fue a comentar el caso con Papá Mumin.

Tenemos que armarnos y poner los muebles contra las puertas, dijo el papá del Mumintroll. Una Bu así de enorme puede ser peligrosa. Pondré un despertador en el salón y Tofelán y Vifelán dormirán debajo de mi cama.

Pero Tofelán y Vifelán ya se habían metido en un cajón de la cómoda y no querían salir.

Papá Mumin movió resignado la cabeza y fue a buscar su escopeta al cobertizo.

Era agosto, los días eran más cortos y el jardín estaba ya lleno de sombras aterciopeladas. Un susurro ominoso pasaba a través del bosque y las luciérnagas habían encendido sus linternas.

El papá no podía evitar sentir un poco de miedo al cruzar el jardín para buscar la escopeta. ¡Y si esa Bu estaba al acecho detrás de un arbusto! No se sabía qué aspecto tenía y sobre todo cómo era de grande. Cuando Papá Mumin volvió a la veranda puso el sofá delante de la puerta y dijo:

¡Hay que dejar la luz encendida toda la noche y todos tenemos que estar preparados para una emergencia! ¡Esta noche el Snusmumrik ha de dormir dentro!

¡Era terriblemente excitante! Papá Mumin dio un par de golpes en el cajón de la cómoda y dijo:

¡Os protegeremos!

Pero nadie contestó. Papá Mumin abrió el cajón para ver si Tofelán y Vifelán ya habían sido raptados, pero dormían tranquilamente con la maleta a su lado.

Creo que es hora de acostarnos, dijo Papá Mumin. ¡Pero antes armaos todos!

Con gran barullo y mucho miedo todos se retiraron a sus habitaciones y poco a poco se hizo el silencio en la Casa Mumin. Solitaria, la lámpara de petróleo ardía sobre la mesa del salón.

Dieron las doce. Luego la una. Un poco después de las dos el Desmán sintió necesidad de salir de la cama. Somnoliento, salió a la veranda. Allí se detuvo sorprendido viendo que el sofá estaba tapando la puerta. ¡Qué ideas!, murmuró y tiró todo lo que pudo del sofá que era muy pesado. Y ¡claro! el despertador que Papá Mumin había preparado como alarma se puso a sonar.

Al instante la casa se llenó de gritos, disparos y estampidos de muchos pies. Armados con hachas, tijeras, piedras, palas, navajas y rastrillos bajaron al salón donde se pararon asombrados al ver al Desmán.

¿Dónde está la Bu?, gritó el Mumintroll.

¡Bah!, he sido yo, dijo indignado el Desmán. Sólo quería salir para hacer pipí. No me acordaba de vuestra estúpida Bu.

Pues sal corriendo ¡y que no se vuelva a repetir!, dijo el Snork abriendo la puerta de la veranda de par en par.

En ese preciso momento vieron a la Bu. Todos y cada uno la vieron. Estaba sentada inmóvil en el camino de arena al pie de la escalera contemplándoles con redondos e inexpresivos ojos.

No era especialmente grande y tampoco parecía peligrosa. Simplemente daba la impresión de que era tremendamente mala y que podía esperar todo el tiempo que hiciera falta.

Y eso era lo estremecedor. A nadie se le ocurrió atacarla. Estuvo sentada un rato, luego se deslizó hacia las sombras del jardín. Pero donde había estado sentada, la hierba se había helado.

El Snork cerró la puerta con un escalofrío.

¡Pobres Tofelán y Vifelán!, dijo. Hemul, vete a ver si se han despertado.

Estaban despiertos.

¿Se ha odi?, preguntó Vifelán.

Pideos mirdor tranquilos, dijo el Hemul.

Tofelán dio un pequeño suspiro y dijo: ¡Ciasgras al cielo! Y arrastraron la maleta hasta el fondo del cajón para volverse a quedar dormidos.

¿Entonces, me puedo volver a acostar?, preguntó Mamá Mumin deponiendo su hacha.

Sí, mamá, vete a dormir, dijo el Mumintroll. El Snusmumrik y yo pensamos montar guardia toda la noche. Pero ponte el bolso debajo de la almohada, a buen recaudo.

Se quedaron a solas en el salón jugando al póquer hasta el amanecer. Nada más se supo de la Bu aquella noche.

Al día siguiente el Hemul, muy preocupado, se fue a la cocina y dijo:

He tenido una conversación con Tofelán y Vifelán.

Bueno, ¿y ahora qué pasa?, suspiró la mamá del Mumintroll.

Lo que quiere la Bu es su maleta, dijo el Hemul.

¡Qué bestia!, exclamó Mamá Mumin. ¡Fíjate! ¡Querer robarles sus pocas pertenencias a los pequeñines!

Sí, ¿verdad?, dijo el Hemul. Ahora, hay algo que complica bastante las cosas. Parece ser que la maleta era de la Bu.

Hum, dijo Mamá Mumin. Desde luego hace más espinoso el asunto, pero hablaremos con el Snork. Él siempre encuentra solución a todo.

El Snork se entusiasmó con el problema.

¡Es un caso singular!, dijo. Tenemos que convocar una reunión. Todo el mundo debe presentarse en donde las lilas a las tres en punto para tratar la cuestión.

Era una de esas maravillosas tardes calurosas, llenas de aromas y abejas. El jardín era bello como un ramo de novia con los intensos colores del verano tardío. La hamaca del Desmán estaba colgada entre los arbustos y llevaba un letrero que ponía FISCAL. El Snork estaba sentado sobre un cajón y se había puesto una peluca de virutas de madera.

Era obvio para todos que él era el juez. Enfrente de él y detrás de un palo que claramente demarcaba el banquillo de los acusados, estaban sentados Tofelán y Vifelán, comiendo cerezas.

Pido permiso para ser su acusador, dijo Snif, que no había olvidado que Tofelán y Vifelán le habían tratado de vieja rata calva.

En este caso me presento yo como su defensor, dijo el Hemul.

Y yo ¿qué seré?, preguntó la señorita Snork.

Eres la voz del pueblo, dijo su hermano. Y la familia Mumin serán los testigos. En cuanto al Snusmumrik le propongo como secretario judicial para que tome notas durante la vista. Pero notas que reflejen lo que se dice aquí en el juicio. ¡Nada de filosofía y comentarios personales!

¿Y por qué la Bu no tiene abogado defensor?, preguntó Snif.

No hace falta, dijo el Snork. La Bu tiene la razón. ¿Están todos preparados? Listos. Empezamos.

Dio tres golpes en el cajón con un martillo.

¿Tienendes tú algo?, preguntó Tofelán.

¡Ni poi!, dijo Vifelán, soplando un hueso de cereza en la cara del juez.

Sólo tienen que contestar cuando yo lo diga, les avisó el Snork. Sí o no. Nada más. ¿Pertenece dicha maleta a la Bu?

Ni, contestó Tofelán.

So, contestó Vifelán.

¡Toma nota!, chilló Snif. Se contradicen el uno al otro.

El Snork golpeó el cajón. ¡Silencio!, gritó. Formulo por última vez la pregunta: ¿De quién es la maleta?

¡Nuresta!, dijo Vifelán.

Dicen que es suya, tradujo el Hemul. Esta mañana dijeron lo contrario.

Muy bien, entonces no tenemos por qué dársela a la Bu, dijo aliviado el Snork. Pero es una lástima, después de todos mis preparativos.

Tofelán se estiró y susurró algo al Hemul.

Tofelán dice lo siguiente, dijo el Hemul. Sólo es el Contenido de la maleta lo que pertenece a la Bu.

Ahá, dijo Snif. Me lo creo. Pues, el caso está claro. Hay que devolver el Contenido a la Bu y los cabeza de arenque se pueden quedar con su vieja maleta.

¡De claro nada de nada!, gritó con arrojo el Hemul. La cuestión no es quién es el propietario del Contenido, sino quién tiene más derecho a él. ¡Cada cosa en su sitio! Todos visteis anoche a la Bu. Y ahora os pregunto: ¿Tenía cara la Bu de alguien con derecho al Contenido?

Ésa es una gran verdad, dijo asombrado Snif. ¡Eres muy perspicaz! Pero piensa en lo sola que está la Bu porque nadie la quiere y ella no quiere a nadie. Puede que el Contenido sea lo único que tenga. ¡Y ahora también queréis quitarle eso! ¡Excluida y sola en la noche!, continuó Snif con voz emocionada. ¡Despojada de su única posesión por Tofelán y Vifelán…!

Se sonó la nariz y no pudo continuar.

El Snork golpeó el cajón.

La Bu no necesita ningún discurso de defensa, dijo. Además tu punto de vista es muy apasionado y también lo es el del Hemul. ¡Que se acerquen los testigos! ¡Quiero vuestra opinión!

Sentimos gran aprecio por Tofelán y Vifelán, opinó la familia Mumin. Al contrario, la Bu no nos inspiró ninguna confianza desde el principio. Sería lamentable tener que devolverle el Contenido.

La justicia es la justicia, dijo solemnemente el Snork. ¡Tenéis que ser imparciales! Especialmente en este caso, ya que Tofelán y Vifelán son incapaces de distinguir el bien del mal. No hay remedio, nacieron así. El Fiscal tiene la palabra.

Pero el Desmán se había puesto a dormir en su hamaca.

¡Vaya!, dijo el Snork. Supongo que no le interesa. ¿Se ha alegado todo lo que había que alegar antes de que yo pronuncie el veredicto?

Disculpe, dijo la voz del pueblo, pero ¿no sería esclarecedor saber lo que es realmente el Contenido?

Tofelán volvió a susurrar algo. El Hemul asintió con la cabeza.

Es un secreto, dijo. Tofelán y Vifelán piensan que el Contenido es lo más bonito que existe, mientras que la Bu simplemente piensa que es lo más valioso.

El Snork asintió varias veces con la cabeza y frunció el ceño. Es un caso difícil, dijo. Tofelán y Vifelán tienen un argumento certero, pero han actuado mal. Y la justicia es la justicia. Necesito pensar. ¡Os ruego silencio!

Se hizo el silencio entre las lilas. Las abejas zumbaban, el jardín ardía bajo el sol.

De repente una corriente fría pasó sobre la hierba. El sol se escondió detrás de una nube y el jardín perdió todo su color y se volvió gris.

¿Qué ha sido eso?, preguntó el Snusmumrik, y levantó la pluma del acta.

¡Ha vuelto!, dijo la señorita Snork.

La Bu estaba sentada en la hierba helada mirándoles.

Lentamente dirigió su mirada hacia Tofelán y Vifelán. Empezó a gruñir y poco a poco iba arrastrándose hacia ellos.

¡Oscorro!, gritó Tofelán. ¡Vadsalnos!

¡Bu, párate!, ordenó el Snork. ¡Tengo algo que decirte!

La Bu se detuvo.

Ya he terminado de pensar, continuó el Snork. ¿Aceptarías que Tofelán y Vifelán compraran el Contenido de la maleta? ¿Cuál sería tu precio?

¡Alto!, dijo la Bu con una voz gélida.

¿Sería suficiente mi montaña de oro en la isla de los hatifnat?, preguntó el Snork.

La Bu dijo no con la cabeza.

¡Brrr… qué frío hace aquí!, dijo la mamá del Mumintroll. Voy a buscar un chal. Corrió hasta la veranda a través del jardín donde la escarcha iba apareciendo en las huellas de la Bu.

Mientras buscaba el chal, Mamá Mumin tuvo una excelente idea. Febril de entusiasmo cogió el sombrero del Mago, lo inspeccionó y rogó al cielo que la Bu supiera valorarlo.

Cuando regresó, la mamá del Mumintroll depositó el sombrero sobre la hierba y dijo:

¡Aquí está la cosa más valiosa de todo el Valle Mumin! ¿Sabe la Bu lo que hemos sacado de este sombrero? ¡Unas maravillosas nubecillas dirigibles, agua convertida en refresco de bayas rojas y árboles frutales! ¡Es el único sombrero mágico del mundo!

¡Demuéstrelo!, dijo la Bu con desdén.

Mamá Mumin echó un par de cerezas en el sombrero y todos aguardaron en un silencio sepulcral. ¡Ojalá no se conviertan en algo terrible!, susurró el Snusmumrik al Hemul. Pero tuvieron suerte. Cuando la Bu miró lo que había en el sombrero encontró un puñado de rubíes rojos.

¡Ha visto!, dijo feliz Mamá Mumin. ¡Imagínese lo que tendría si pusiera por ejemplo una bomba de hinchar ruedas de bicicleta!

La Bu miró el sombrero. Luego miró a Tofelán y Vifelán. Volvió a mirar el sombrero. Era evidente que estaba pensando con todas sus fuerzas.

Al final la Bu arrebató el sombrero del Mago y, sin decir palabra, se eclipsó como una sombra helada y gris. Fue la última vez que la vieron en el Valle Mumin y la última vez que vieron el sombrero del Mago.

De pronto los colores recobraron su tonalidad cálida y el verano continuó, lleno de zumbidos y aromas estivales.

¡Menos mal que nos hemos deshecho de aquel sombrero!, dijo Mamá Mumin. Por primera vez ha servido para algo inteligente.

¡Pero nuestras nubes eran divertidísimas!, dijo Snif.

Y también jugar a Tarzán en la jungla, dijo el Mumintroll melancólico.

¡Qué bien ha odi doto!, dijo feliz Vifelán, y cogió la maleta que había estado todo el rato en el banquillo de los acusados.

¡Fonemenal!, dijo Tofelán cogiendo la mano de Vifelán. Y juntos volvieron a la Casa Mumin mientras los demás les contemplaban.

¿Qué es lo que acaban de decir?, preguntó Snif.

Buenas tardes, más o menos, contestó el Hemul.