INTRODUCCIÓN

Una mañana gris, la primera nieve cayó sobre el Valle Mumin. Caía espesa y silenciosa, y al cabo de pocas horas todo estaba blanco.

El Mumintroll contemplaba desde la escalera cómo el valle se estaba poniendo el abrigo del invierno y pensaba melancólicamente cómo esa noche toda la familia empezaría el largo sueño de invierno. Porque esto es lo que hacen todos los mumintrolls en algún momento durante el mes de noviembre (y no es mala idea si a uno no le gusta la oscuridad y el frío). Cerró la puerta y, con pasitos suaves, fue en busca de su mamá y le dijo:

Ha llegado la nieve.

Lo sé, dijo la mamá del Mumintroll. Ya he preparado todas vuestras camas con las mantas más calentitas. Tú vas a dormir en la buhardilla oeste con el animalito Snif.

Pero Snif ronca una barbaridad, protestó el Mumintroll. Por favor, ¿puedo dormir con el Snusmumrik en vez de con Snif?

Como quieras, dijo Mamá Mumin. Dejaremos a Snif la buhardilla este.

Y así, meticulosamente y con gran solemnidad, la familia Mumin y todos sus amigos y conocidos se prepararon para el largo invierno. La mamá del Mumintroll puso la mesa para todos en la veranda, pero para cenar no había más que hojas de abeto (es muy importante tener el vientre lleno de hojas de abeto si se tiene la intención de dormir durante tres meses). Después de la cena, que no resultó especialmente sabrosa, se dieron las buenas noches con un poco más de ceremonia que de costumbre, y la mamá les recordó que debían limpiarse los dientes. A continuación, el papá del Mumintroll hizo la ronda de la casa cerrando puertas y ventanas. A la araña del comedor le puso una tela mosquitera para que no se llenara de polvo.

Luego cada uno se metió en su cama, se acurrucó, se tapó con las mantas hasta las orejas y pensó en algo agradable. Pero el Mumintroll lanzó un pequeño suspiro y dijo:

¡A mí me parece que vamos a perder un montón de tiempo!

¡No, hombre, qué va!, le contestó el Snusmumrik. Estaremos soñando y cuando nos despertemos será primavera…

Sí, murmuró el Mumintroll que ya se estaba deslizando hacia las lejanas penumbras de los sueños.

Afuera la nieve seguía cayendo, blanca y espesa. Ya cubría la escalera y colgaba pesada de tejados y alféizares. Pronto toda la Casa Mumin se convertiría en una enorme y blanda almohada de nieve. Los relojes, uno tras otro, acallaron su tic-tac. El invierno había llegado.