PERÓN, EVITA Y GARDEL

Un día, al regresar de su paseo matinal, se encontró con una invitación de la zona argentina firmada por el general Perón. Franco no era muy amigo de fiestas, pero en esta ocasión sintió curiosidad por ver a Perón y a Evita. Se lo dijo a su amigo Carrero Blanco y decidieron asistir.

Cuando llegaron a la zona argentina, Perón y Evita les • estaban esperando. Perón le dio un gran abrazo a Franco y la mano a Carrero Blanco. Ya en el interior de la zona, Perón cogió del brazo a Franco, hizo un aparte y en voz baja dijo:

—¿Sabes qué día es hoy?

—No.

—Diecisiete de octubre, el día del justicialismo, pero no comentes nada, tan sólo Eva y yo lo sabemos. Les hemos dicho a los invitados que es una fiesta en tu honor. ¿Te importa?

—Puedes estar tranquilo, no haré ningún comentario.

Perón le fue presentando a los asistentes a la fiesta, algunos de ellos peronistas, aunque eran mayoría los indiferentes, unidos más por su nacionalidad que por su ideología. Aunque para el general Perón la fiesta celebraba el aniversario del justicialismo, para los invitados se trataba de un homenaje a Franco que les permitía encontrarse con gente de su país.

Algunos invitados tomaban mate. Para picar había empanadas de carne y de ricota.

Evita se acercó a Franco:

—¿Te apetece tomar un mate?

—No, gracias, Eva, soy abstemio.

Perón pidió un poco de silencio y levantando la voz para que le oyesen todos dijo:

—Muchachos, os quiero presentar al hombre que durante muchos años me ayudó a sobrellevar felizmente mi exilio: ¡el Generalísimo Franco, Caudillo de España por la Gracia de Dios!

Y posiblemente porque muchos habían visto comportamientos parecidos en algún documental, comenzaron a gritar: «¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!»

El Caudillo se emocionó, no esperaba tal reacción de aquella gente, aunque pensó que quizá se debiera a que la mayoría de ellos eran descendientes de gallegos.

Y empezó la fiesta. Un sexteto de tangos, formado por Francisco Canaro, como director, Luis Ricardi, Cayetano Pluglisi, Minotto, Di Cico y Federico Scorticati comenzaron a tocar Adiós muchachos, siguieron con La melodía de nuestro adiós y finalizaron con Silueta porteña.

Luego, una pareja de baile, acompañada por la orquesta de Firpo, bailaron Taquito militar, de Marianito Mores, que le dedicaron a Franco.

—Y como broche de oro —dijo Perón—, te hemos traído a Carlos Gardel.

Todos los asistentes aplaudieron con entusiasmo. Y en efecto, por un lateral apareció Gardel, con su frac negro, su lacito y un pañuelo de seda en el cuello. Fue recibido con una atronadora ovación. Y con Gardel, los músicos que con él habían muerto en el trágico accidente de Medellín. Cuando cesó la ovación, Gardel se dirigió a Franco.

—Va por usted, maestro —y comenzó:

Sus ojos se cerraron

y el mundo sigue andando,

su boca que era mía

ya no me besa más.

Se apagaron los ecos

de su reír sonoro

y es cruel este silencio

que me hace tanto mal.

Después de este tango, siguió con:

Mi Buenos Aires querido

cuando yo te vuelva a ver

no habrá más penas ni olvido.

El farolito de la calle en que nací,

fue el centinela de mis promesas de amor,

bajo la quieta lucecita yo la vi

a mi pebeta luminosa como un sol.

Cuando terminó su interpretación, en medio de una gran ovación, Gardel se acercó hasta Franco.

—¿Y…? ¿Qué le ha parecido?

—Sensacional. Mucho mejor que Carlitos Acuña —y añadió—: me han dicho que usted, señor Gardel, murió en un accidente de aviación.

—Sí, en Medellín.

—Mi amigo Mola también murió en un accidente de avión.

—¿Cantante?

—No, general del ejército.

—¡Ah!

Luego, Gardel se dirigió a Carrero Blanco.

—¿Le gustan los tangos?

—Mucho, de toda la vida. Hay uno, no sé si usted lo conoce, que me llega más que ninguno. Es un tango que tiene que ver con la Marina, que es lo mío. Se titula Tatuaje y lo canta muy bien la Concha Piquer.

—¿Quién lo canta?

—La Piquer.

—Sí, el apellido lo he oído bien, pero ¿el nombre?

—La Concha —a Gardel le dio un ataque de risa que intentó contener cerrando la boca y apretando los dientes—. Es un tango que dice:

Él vino en un barco,

de nombre extranjero,

lo encontré en el puerto

un amanecer,

cuando el blanco faro

sobre los veleros

sus rayos de plata dejaba caer.

Cuando terminó de canturrear, Carrero Blanco dijo:

—Yo es que soy negado para el canto, pero la Concha Piquer lo canta que te pone la carne de gallina.

—Pues no, no lo conozco —dijo Gardel. Gardel se dirigió a Franco.

—Caudillo, ¿le apetece un mate?

—No, muchas gracias, soy abstemio —respondió el Caudillo, igual que antes a Evita.

Gardel se quedó pensando qué «concha» tenía que ver el mate con ser abstemio, pero por cortesía no hizo ningún comentario.

La gente que había asistido a la fiesta fue despidiéndose. Antes de que Franco y el almirante abandonaran la zona, Perón se disculpó:

—Me han mandado un recado del general San Martín, que no ha podido venir porque tenía una reunión con Belgrano y Sarmiento, pero que ya te avisará para que tengáis un encuentro otro día.

Perón disfrutó de su 17 de octubre y, aunque no estuviera presente el general San Martín, también fue un día feliz para Franco y el almirante.