Una de las ironías del periodismo histórico es que narrar la historia de un suceso digno de figurar en portada suele requerir más tiempo del que ocupa el acontecimiento mismo. La tripulación del Apolo 13 tardó alrededor de dos años en entrenarse para su futura misión a la Luna y después la llevó a cabo en apenas seis días. La investigación y la escritura de Apolo 13 superó por poco margen ese total, unos dos años y medio desde el comienzo de la obra hasta su conclusión, pero de hecho lo superó.
Como muchos libros documento de este tipo, uno de los autores también fue protagonista de la historia relatada, pero a diferencia de otros muchos, la obra está escrita en tercera persona. Si los acontecimientos clave de la misión Apolo 13 se hubieran producido exclusivamente en la nave, un relato en primera persona, el de la voz singularmente bien informada del comandante de dicha misión, habría tenido un sentido literario indudable. Pero, como indicaron los hombres y mujeres implicados en el vuelo espacial, la historia del Apolo 13 se desarrolló en distintos lugares.
Por esa razón hemos intentado llevar al lector al máximo número de escenarios posible: salas de redacción, salas de conferencias, hogares, hoteles, fábricas, buques de guerra, despachos, vestuarios laboratorios y, por supuesto, la sala de Control de Misión y la nave propiamente dichas. Y la única forma de conseguir esta especie de barrido omnisciente parecía ser la utilización de la tercera persona.
Por fortuna, aún veintitrés años después del desenlace de la misión del Apolo 13, existía un rico legado de documentos escritos y grabaciones sobre el vuelo. Miles de páginas de documentos y cientos de horas de cintas, relativas al vuelo en sí y a la investigación subsiguiente, seguían en poder de la NASA, guardadas en sus archivos, a los cuales tuvimos un acceso de favor. Las grabaciones y las transcripciones de las conversaciones que se realizaron durante el vuelo, por el circuito cerrado del director de vuelo, el circuito aire-tierra y los diversos canales que comunicaban Control de Misión y las salas de apoyo, nos resultaron muy útiles. Con frecuencia, escuchamos y leímos esas comunicaciones con intensa fruición. Pero con la misma frecuencia degeneraban necesariamente en una jerga técnica incomprensible. Por lo tanto, aunque las conversaciones del vuelo incluidas en el texto se tomaron directamente de las cintas y las transcripciones, en muchos casos tuvimos que «editarlas», comprimirlas o parafrasearlas, en beneficio de la comprensión y el ritmo. Pero no cambiamos en ningún caso el significado o la esencia de su contenido. Los diálogos incluidos en el libro de los que no quedaba constancia en cintas o papel fueron reconstruidos a través de entrevistas con alguno, y generalmente más de uno, de los implicados. La información sobre los pensamientos y el estado de ánimo de Jack Swigert se recogieron de sus escritos, de los recuerdos de sus compañeros de viaje, o de una entrevista que se grabó poco antes de su muerte, y que el guionista y director de cine Al Reinert nos cedió amablemente.
No hace falta decir, aunque sena una negligencia por nuestra parte el no mencionarlo, que igual que los astronautas del Apolo 13 tienen una incalculable deuda de gratitud con el modesto ejército de personas que les ayudaron a volver sanos y salvos, nosotros también nos sentimos obligados a dar las gracias a un grupo, un poco más reducido, por habernos dedicado su tiempo para que Apolo 13 se hiciera realidad. Muchas de esas personas fueron las mismas que tuvieron ese heroico comportamiento durante aquella semana angustiosa de mediados de 1970. Otras sólo recordaban la misión del Apolo 13 como un acontecimiento histórico, pero tuvieron la sabiduría de reconocer sus méritos para ser contada.
Queremos reconocer nuestra gratitud, entre los componentes del primer grupo, a Gene Kranz, Chris Kraft, Sy Liebergot, Gerald Griffin, Glynn Lunney, Milt Windler, John Aaron, Fred Haise, Chuck Deiterich y Jerry Bostick. Por su inestimable ayuda, también queremos citar a Don Arabian, Sam Beddingfield, Collins Bird, Clint Burton, Gary Coen, Brian Duff, Bill Fenner, Don Frenk, Chuck Friedlander, Bob Heselmeyer, John Hoover, Walt Kapryan, Tom Kelly, Howard Knight, Russ Larsen, Hal Loden, Owen Morris, George Paige, Bill Peters, Ernie Reyer, Mel Richmond, Ken Russell, Andy Saulieris, Ed Smylie, Dick Snyder, Wayne Stallard, John Strakosch, Jim Thompson, Dick Thorson, Doug Ward, Guenter Wendt y Terry Williams.
También hubo un pequeño grupo de élite, de hombres que podían entender, quizá mejor que nadie las experiencias de la tripulación del Apolo 13 durante su misión, y que nos dieron su particular perspectiva, concediéndonos amablemente su tiempo para participarnos sus pensamientos. Este grupo selecto estaba compuesto por Buzz Aldrin, Bill Anders, Neil Armstrong, Frank Borman, Scott Carpenter, Pete Conrad, Gordon Cooper, Charlie Duke, Jack Lousma, Jim McDivitt, Wally Schirra y Deke Slayton.
También queremos dar las gracias, por abrirnos las puertas y los archivos de la NASA, a Brian Welch, de la oficina de relaciones públicas del Centro Espacial Johnson; a Hugh Harris y Ed Harrisson, de la oficina de relaciones públicas del Centro Espacial Kennedy; a Peter Nubile, del departamento de audio de la NASA; y especialmente a Lee Saegesser, de la oficina de historia de la NASA en Washington DC.
Aparte de los miembros de la comunidad espacial que nos prestaron ayuda, muchos representantes de los medios informativos y editoriales contribuyeron a esta tarea dedicándole tiempo y energía. Apolo 13 no habría sido posible sin el notable talento y el ilimitado entusiasmo de Joy Harris, de la agencia literaria Lantz-Harris, y Mel Berger, de la agencia William Morris. Y sin el ojo crítico y el consejo editorial de John Sterling, de Houghton Mifflin Gompany, nuestra obra inicial nunca habría mejorado ni tomado su forma definitiva.
Aunque casi todo nuestro agradecimiento es conjunto, cada uno de nosotros quiere dar las gracias individualmente a algunas personas. Jim Lovell nunca habría superado sus misiones en el Gemini 7, Gemini 12, Apolo 8 y sobre todo, Apolo 13, sin el cariño y el apoyo de Marilyn, Barbara, Jay, Susan y Jeffrey, ni habría emprendido la tarea de contar la historia de esos vuelos sin su afecto y su apoyo. Su agradecimiento especial a Marilyn, que fue leyendo el manuscrito página a página a medida que él lo escribía, a Darice Lovell, por su paciencia y su habilidad para incluir las revisiones, y a Mary Weeks, por su extraordinaria asistencia como secretaria.
Jeffrey Kluger a su vez, quiere hacer extensivo su agradecimiento a Splash, Steve, Garry y Bruce Kluger, y Alene Hokenstad por su apoyo incondicional y por escuchar, con expresión bastante cercana al interés, las descripciones interminables sobre la ciencia de los cardanes y la física de los propulsores de descenso. Una enorme gratitud también al personal de la revista Discover y Disney Publishing, en especial a Marc Zabludoff y Rob Kunzig, por leer y, en ocasiones cuidadosamente elegidas, por su consejo; a Dave Harmon y Denise Eccleston, por cederme un lugar maravilloso donde trabajar y jugar; y sobre todo a Lori Oliwenstein, sin cuyo ánimo, muy oportuno y expresado sucintamente, probablemente Apolo 13 nunca se hubiera escrito. Mi aprecio y mi admiración también para Taj Jackson, así como para Nancy Finton, Josie Glausiusz y Theres Lutchi, del Programa de Periodismo Científico y Medioambiental de la Universidad de Nueva York, por transcribir horas y horas de entrevistas sin duda incomprensibles. Finalmente, quisiera dar las gracias también a Evelyn Windhager, por su generoso ojo crítico; a Marnie Cooper, por su gran entusiasmo; y a David Paul Jalowsky, por sus antiguos buenos consejos.