El cronista es un hombre de su tiempo y no puede dejar de participar del singular encantamiento que provoca la figura del caudillo Gómez. Si no fuera por esa estampa paternal, los españoles nos habríamos enfrentado unos contra otros en un duelo colectivo de sangre, como en otros momentos de nuestra agitada peripecia histórica. Pero el cronista ha de ser fiel con su papel de notario de la realidad. Por eso mismo tiene que recoger la crítica que estaba en el aire en el momento en que tuvo lugar la teleconferencia que aquí se describe.
El ejercicio de democracia participativa fue impecable, pero dejaba algo que desear. El fallo estaba en la querencia del Líder Modélico por rodearse de la vieja guardia y prescindir de las nuevas aportaciones del Partido. En efecto, a la teleconferencia fueron invitadas las personas que llevaban muchos años, demasiados quizá, en la esfera de influencia de Gómez. Eran más que nada los de su generación, los que protagonizaron el famoso «cambio» de hace un cuarto de siglo, los que han seguido siendo más fieles a las directrices del Líder Modélico.
En política, todo lo que no es joven es viejo. Bien está que haya una posición vitalicia, la del ápice de la pirámide del poder, pero no debe dar la sensación de que toda la construcción es pétrea, geológica. Hasta los líderes de la oposición son los mismos, año tras año, y han llegado a formar parte fija de la representación del poder. Diríase que Gómez los cultiva tanto o más que a sus colaboradores. Un Cuadrado o un Laguita también colaboran con sus retóricas a mantener vivo el «felipato». Esa es la grandeza de la democracia participativa, aunque no escribamos con mayúsculas esa expresión, como hacen los textos oficiales.
Esta crónica quiere ser despegada hasta el fin, respetuosa con los hechos y las personas. Tiene que recoger el desánimo de algunos renombrados personajes públicos que no recibieron la invitación para aparecer en la teleconferencia. Así, don Manuel Braganza Iribarren, el provecto e insustituible presidente de la Autonomía Gallega. Se echa en falta así mismo el discurso cáustico y fluido de Pablo Aragonés, por tantos años secretario general de Izquierda Federada. Dado que la cuestión debatida era eminentemente técnica, muchos lamentaron la ausencia de un experto de tanto renombre como Luis Ángel Azul, gobernador del Banco de la Subcomunidad Española, un año tras otro nuestro más firme candidato al premio Nobel de Economía. Si el debate pretendía pesar en la opinión, nadie se explica que no se invitara a Juan Luis Corvián, el magnate de los medios de persuasión, aunque últimamente coquetea mucho con Indonesia.
Es posible que algunos de los citados puedan coincidir en una próxima teleconferencia, que ya se anuncia en los mentideros, sobre uno de los asuntos más controvertidos de los últimos tiempos: «La mayoría de edad, ¿a los diez o a los treinta?» Se cuenta incluso con la posibilidad de que esta vez el debate se dirija por alguno de esos monstruos de la televisión, como son Luis del Colmo, Jesús Hormiga, José Luis Bolín, Fernando G. Mola o Encarna Santos. No se trata de una maniobra de la oposición. Es el mismísimo Gómez quien alienta esta idea de «despartisanizar», como él dice, los negocios públicos. Es más, Felipe Gómez está pensando en retirar su militancia del PSNTTSE para «despolitizarse» él mismo. Ya no sería el «responsable primero» del Partido, como hasta ahora, si bien conservaría el carácter vitalicio de la Presidencia de la Subcomunidad Española, que es un mandato de la Constitución. Él quiere ser el primer responsable de la suerte de todos los residentes de la subcomunidad, incluidos los extranjeros. Como símbolo, ha adoptado él también un niño argelino y una niña senegalesa. Hay que reconocer que el título popular de Líder Modélico le encaja como un guante. Hasta sus adversarios le copian, maestro él de ardides y trapacerías.
El «felipato» no es sólo un estilo de gobernar, es también un lenguaje, como en estas páginas queda reflejado. Cuando se crea un lenguaje político, la continuidad del régimen está asegurada. El Líder Modélico lo es porque se siente imitado. Su imagen seguirá siendo el pasmo del siglo que acabamos de inaugurar. El cronista se siente empequeñecido ante la grandeza de alma —la megalopsijía, que dice Alfonso Paz— de una figura tan extraordinaria. Sea esta croniquilla el merecido homenaje, en prosa, al epónimo de nuestra generación.