Felipe Gómez
¿Qué decir del Líder Modélico que no se haya escrito en todos los tonos? Estamos ante un ejemplar extraordinario de político nato. Su biografía está llena de sorpresas. Nadie ha podido antologizar su pensamiento porque no existe. Sólo se pueden describir sus acciones, a cual más arriesgada. Por ejemplo, su famosa retirada en 1991 ante el fundado temor de que era imposible seguir gobernando sin una cómoda mayoría absoluta. Dio paso a un Gobierno de coalición, con algunos de sus fieles —los más moderados— y el grueso de colaboradores de otros partidos, presididos todos por José María Graznar, el ecuánime presidente del PPPCDS. Este experimento duró menos de un año, justo hasta los fastos de 1992. Regresó entonces Felipe Gómez, aclamado no sólo por los suyos, sino por el pueblo entero. Muy pronto se reformó la Constitución para otorgar a su magistratura el carácter vitalicio. El cardenal primado Ramón Echarri protestó en una sonora carta pastoral, pero ¿acaso no es vitalicio el nombramiento del Papa? El cardenal, que fuera en su juventud sociólogo, no puede ignorarlo.
Los éxitos políticos del caudillo Gómez se sucedieron sin interrupción. Recordemos los más sobresalientes: devolución de Gibraltar, acuerdo con Marruecos sobre Ceuta y Melilla, fin de la guerra del Norte, fusión de la OTAN y el Pacto de Varsovia (promovida por Gómez en la cumbre de La Carolina), traslado de la capitalidad del Estado a Bailén y de la sede de la FAO a Zamora, y la concesión del Premio Nobel de la Paz (aunque el caudillo Gómez se apresuró a decir que era «un premio para toda la ciudadanía»).
Junto a los éxitos, los problemas. Por ejemplo, la reestructuración de los usos del suelo a partir de las transformaciones del «efecto invernadero» o la acogida de varios millones de inmigrantes extranjeros. El resultado ha sido un segundo mandato de Gómez mucho más fecundo e intenso que el primero, antes del interregno.
La personalidad política de Gómez ha ido evolucionando con los años hacia una actitud más serena, más mesurada, más inteligente también. En los primeros tiempos se proponía más bien derrotar a sus adversarios. En estos últimos años ha procurado ganárselos. No le interesa tanto ser líder del Partido como «responsable primero» (así le gusta llamarse a sí mismo) ante todos los españoles y aun ante los extranjeros que residen ocasional o permanentemente en España. Su mayor sacrificio fue aceptar la magistratura vitalicia por todo lo que comporta de general adulación. No hay más que pensar en la soberbia colección de bonsais que el Líder Modélico guarda en su palacio de El Olivar. Hay quien dice que es la mejor colección del mundo, superior incluso a la del emperador del Japón. Se ha ido formando a partir de la costumbre, que tienen los que le van a pedir algún favor fructífero, de regalarle un bonsai. Ha llegado así a disponer de no menos de cincuenta mil ejemplares, algunos realmente únicos, como la serie de sequoias gigantes-enanas que le regaló no hace mucho la presidenta de los Estados Unidos. Está también el «sicómoro de Javier», un arbolito que, según la tradición, plantó en Osaka Francisco Javier hace cuatrocientos cincuenta años. Era propiedad de la prestigiosa Universidad Sophia, de Tokyo, y se lo regalaron a Felipe Gómez cuando fue nombrado doctor honoris causa por la universidad de los jesuitas.
Ha habido algunos fallos recientes en la carrera del caudillo Gómez, menester es reconocerlo. Son todos ellos de carácter internacional, lo que prueba que, a pesar del Premio Nobel, su carisma no ha traspasado las fronteras como a él le hubiera gustado. Por ejemplo, no pudo acceder a la presidencia de la Internacional Socialista ni tampoco se le consideró como candidato para secretario general de las Naciones Unidas. En ambos casos se alegó su ignorancia de la lengua inglesa, pero esto sólo fue un pretexto. En realidad se ha visto desplazado por los dos grandes líderes mundiales, la presidenta Kirkpatrick de los Estados Unidos y el hombre fuerte de Corea Unificada, Fu-Ching. En cambio, su influencia ha sido clamorosa en Iberoamérica. Gracias a su gestión, el consorcio coreano-japonés (con una pequeña participación de la empresa española Dragados y Contratas) consiguió la gigantesca obra del nuevo Canal de Panamá Omar Torrijos, que estará terminado en cuatro años.
Una crítica que se puede hacer al Líder Modélico es que, con el tiempo, se ha ido haciendo cada vez más reservado. Ya no asiste a la mayoría de los Consejos de Ministros y permanece durante meses encerrado en El Olivar sin recibir más visitas que las de sus consejeros más íntimos y algunos de los llamados intelectuales orgánicos. La mayor parte de su tiempo la dedica a las explotaciones agrarias, en verdad ejemplares. A él se debe, por ejemplo, el éxito de la aclimatación del mango y el cultivo de granjas marinas. Su verdadera vocación fue siempre la de agricultor. También es verdad que su auténtica afición es la pesca. Las malas lenguas aseguran que el nuevo logotipo del Partido alude precisamente a esa afición de su «primer responsable». Su diversión favorita es pescar tiburones en las aguas de lo que fue Bahía de Cádiz y actualmente es el mejor caladero de toda Europa. Su piscifactoría de la Sierra de Cazorla es admirable: contiene estanques gigantescos, verdaderas esclusas, cada una con un tipo de agua según temperatura y contenido de sal y oxígeno. El delfinario es el más grande del mundo.
El peor defecto de Felipe Gómez es que se sigue creyendo un intelectual, un hombre de letras. De vez en cuando organiza una tertulia con los premios nacionales de literatura, casi todos mayores que él, para conversar sobre lo divino y humano. En esas reuniones está prohibido hablar de política, de mujeres y de caballos, como en el casino de Jerez.
En los últimos meses, Felipe Gómez ha empezado a escribir sus memorias, una tarea a la que siempre había sido reacio. Trabajan para él dos «negros» de categoría: Carlos Luis Ansúrez y Javier Pastizal, ambos llamados «los editorialistas del régimen». Gómez les va dictando sucesos de su vida y los escribas van intercalando sus comentarios.
La participación del Líder Modélico en las teleconferencias, como ésta que transcribimos, es sumamente cuidada. Él sugiere la idea y los participantes, pero se abstiene de intervenir. Sólo después de visionado el programa, se reserva Gómez una intervención especial, por lo general breve, que viene a ser como una lección magistral que sienta la doctrina pertinente. En el caso que nos ocupa, el acontecimiento era mayúsculo por el interés de la cuestión que se debatía y por la calidad de los participantes. Las palabras de Felipe Gómez se hicieron esperar un mes. A continuación figura un extracto de las mismas. En su intervención, Gómez mostraba una gran fatiga, aunque daba la impresión de autodominio. El único gesto descontrolado era una intermitente sonrisa, que aparecía paradójicamente en los momentos más dramáticos. Sigue siendo en esencia un buen comunicador, con esos envidiables recursos, como son el movimiento de la mano hueca, el alisarse la cabellera blanca o aspirar las haches y las jotas. Este fue su discurso:
—Ciudadanos y ciudadanas. Me toca ahora decir a mí la última palabra sobre esta signatura pendiente de la construcción del régimen, que es el dispositivo fiscal. El fin del impuesto sobre la renta era la crónica de una muerte anunciada, tantas veces ha sido rechazado por anticonstitucional. Precisamente por eso nos hemos puesto a reflexionar juntos, para tratar de encontrar las señas de identidad de nuestra concepción del servicio público del Estado de bienestar para toda la ciudadanía. Esta tarea es tanto más urgente por cuanto que, habida cuenta de los progresos realizados, todos y cada uno de los responsables políticos nos enfrentamos con el reto de un proyecto socialista de futuro para la práctica totalidad de los trabajadores y trabajadoras de este país con voluntad de cambio. En nuestro ámbito subcomunitario los problemas son algo diferentes. Observen que digo diferentes y no distintos, quiero que se me entienda bien, quiero que se me entienda bien. El Ejecutivo está en disposición de plantearse resueltamente el futuro y obviamente va a hacerlo con toda la legitimidad y la gobernabilidad de que es capaz, estando a la cabeza de los países comunitarios en este terreno y habiendo sido nosotros los pioneros de la fusión en frío entre la Alianza y el Pacto, es decir, el eje Boston-Varsovia. Y lo tengo que decir porque lo pienso honradamente, si no, no lo diría.
»La manera de conducir este debate ha sido ejemplar. Queda probada la buena inteligencia que reina entre los dirigentes políticos. Felicito al moderador y a los participantes por su actitud constructiva, su actitud y su aptitud, quiere que esto quede meridianamente clarificado. Esto es algo cualitativamente importante. Como ha dicho un intelectual orgánico, Ramón Bargas Machaca, «hay que optimizar la forma de hacer política haciendo un Partido más grande, más abierto y logrando que participe más gente». En este sentido, la práctica de las teleconferencias deviene ejemplar. Es el equivalente, a nivel subcomunitario, de las directivas marco que emanan de las cumbres rotatorias a nivel de los gobiernos de la Comunidad.
»Déjenme que les diga que quiero restar importancia a las críticas que se han levantado, por los resentidos de siempre, contra este tipo de programas. No descarto la posibilidad de que esas críticas obedezcan básicamente a una maniobra pura y simple de acoso y derribo de los poderes públicos, que contempla la viabilidad de una nueva reforma constitucional para abolir la propia magistratura vitalicia del Presidente de esta subcomunidad. Como decimos en Andalucía, no estoy por la labor y yo sé que me van a acusar de arrogancia o de prepotencia. Se me ha acusado, se me acusa y se me acusará. No importa, obviamente yo le estoy dando otra lectura a esa actuación. No les preocupa tanto lo que yo diga o pueda decir, sino preparar el terreno para que gobiernen otra vez las derechas, como lo hicieron durante quinientos años en este país. Y digo quinientos y lo remarco. ¿Será mucho pedir treinta años para desfacer el entuerto? Efectivamente, en un momento determinado se nos plantea la hipótesis de trabajo de reformar a fondo (y digo a fondo, no superficialmente, espero que esta vez se me interprete correctamente), reformar a fondo el sistema fiscal, descompensado como está por un exceso de proteccionismo a la familia y a las empresas, eso sí, los dos pilares de la sociedad y la economía, respectivamente. Los conflictos de los insumisos fiscales tienen que dejar de ser noticia de primera página. En esto la prensa debería colaborar un poco más. No hay que alarmar inútilmente a la ciudadanía. Y añado el «inútilmente» con preocupación, espero que se me note. No vamos a priorizar obviedades.
»Todavía se preguntan algunos por el alcance de nuestra legitimidad como partido y en especial por la magistratura vitalicia que inmerecidamente ha recaído sobre mi persona. Miren, les diré una cosa: es más que nada una cuestión de legitimación por el éxito económico, tan simple como eso. La subcomunidad española ha dejado de ser un país económicamente dependiente para pasar a ser la sede de un conjunto de sólidas empresas transnacionales (asociadas por lo común a Marruecos y Portugal). En los mercados mundiales —obviamente fuera del área de influencia de Indonesia— circulan, con notable acogida, productos y franquicias que llevan el sello del diseño español. Todos ustedes saben de qué estoy hablando: la mangola, el buro-robot (ordenador que redacta disposiciones legales), el tradartek (estación de trabajo que traduce textos literarios simultáneamente a cuatrocientos cincuenta idiomas), el preservativo orgánico (no quiero dar marcas, pero Matador es tan conocida que es ya un genérico en todo el mundo libre), la aclimatación en granjas marinas de casi todas las especies piscícolas comestibles. Todo ello, además del fabuloso incremento del turismo después de las medidas de protección que superaron la crisis de 1990. ¿Qué otro régimen ha conseguido tantos aciertos en tan poco tiempo? Ni el reinado de Carlos I puede parangonarse con el esplendor de nuestra democracia de participación.
»He seguido con atención el debate de la teleconferencia y, a fuer de sincero, como yo soy, proviniendo como provengo de una familia campesina, sencilla, a fuer de sincero, digo, ninguna de las propuestas me ha satisfecho. Respeto la decisión de la mayoría que ha dado el voto de aprecio a la sugerencia de mi viejo amigo Enrique Música para establecer una especie de lotería negativa. Comprendo las razones lúdicas de esta aceptación generalizada, pero no tengo más remedio que decir que se trata de un camino peligroso al liberar él acto de contribuir del sentido de la obligatoriedad que lo caracteriza. Esta y las demás sugerencias inciden demasiado sobre los aspectos que pudiéramos llamar de la disponibilidad de las rentas del trabajo o del consumo. Organizacionalmente esto es un disparate y lo digo no como reproche, sino, honestamente, a título de comparabilidad con los países de nuestro entorno. No existe en el Derecho comparado nada de este estilo. Se requieren soluciones que rompan, de una vez por todas, con el pasado que nos agobia. Esto no prejuzga —quiero que no se me malinterprete— que las iniciativas que se han expuesto carezcan de imaginatividad, pero pienso que cada una de ellas es una respuesta puntual a la problemática de cada sector. Necesitamos una mayor globalidad, una visión de Estado de los problemas a nivel de subcomunidad. Mi reflexión es otra, mi reflexión es otra, lo digo con cierta preocupación y espero que se me tenga en cuenta.
»Yo quería decir que en nuestras tradiciones fiscales se ha hecho recaer siempre el impuesto sobre el producto (sea del capital o del trabajo) y no sobre el valor de la propiedad. Lo que propongo es alterar esa tradición. Quien más produzca no es el que tiene que pagar más, sino el que más tenga. De esta forma los verdaderos contribuyentes serán los que, teniendo mucho, produzcan poco. Hay que favorecer al matrimonio y castigar el patrimonio, si me permiten el juego de palabras. Es decir, los «paganos», como vulgarmente se dice, tienen que ser los especuladores, los intermediarios, los latifundistas ociosos, los que no saben dar «alegría» a su capital. El asunto es ya viejo. Nada menos que un arbitrista italiano del siglo XVI, Francisco Centani, propuso a Felipe II sustituir todos los impuestos por uno solo, proporcional al tamaño de las parcelas rústicas. A mi juicio, la Historia de España habría sido otra si el gran Rey hubiera hecho caso a su consejero. Todavía hoy estamos siguiendo la política de la Comunidad de pagar ingentes cantidades de dinero a los agricultores que abandonan las tierras. En esto hemos llegado a un límite peligroso, principalmente porque las tierras costeras más feraces nos las están arrebatando las crecidas del nivel del mar. Hay que ir a lo contrario, a gravar tanto la propiedad del suelo que a muchos propietarios les compensará más donar parte de su propiedad al Estado que seguir pagando. Esta va a ser la tremenda revolución del siglo XXI.
»No puedo por menos de ser andaluz y en Andalucía lo importante es la posesión de la tierra. La propiedad del suelo, agrícola y urbano, es la principal causa de desigualdad en todas las sociedades. El teórico del socialismo libertario, el norteamericano George Henry, ha expuesto esta idea y sus consecuencias en el libro Pobreza y progreso, que lo tengo de cabecera. Les diré algo: me identifico honradamente con él en la medida en que yo no pido, ni pediré nunca, privilegios para los trabajadores. Nada más contrario a mis sentimientos que la demagogia. Lo que yo reclamo es la igualdad de derechos para todos los hombres y mujeres. Cuando todos sean iguales no habrá más explotación. En el último cuarto de siglo ha habido —me importa mucho señalarlo— un indudable progreso material, pero a costa de deprimir aún más la condición de las clases más humildes, seamos sinceros. Puede que el proceso de ajuste tenga que ser necesariamente lento, no lo sé, lo expongo aquí con total sinceridad.
»Nuestro posicionamiento ético consiste en ver las relaciones sociales y económicas no como una maquinaria que hay que armar, sino como un organismo que no necesita más que ser nutrido para crecer. No son los gobiernos los que hacen la sociedad; es la sociedad la que hace los gobiernos. Mientras que en la distribución de la riqueza no haya una igualdad sustancial, esto es, mientras que la sociedad no esté purificada por la justicia, no puede esperarse que a su frente se ponga un gobierno puro, alejado del transfuguismo, el fraude electoral y los intereses turbios de carácter personalista. Soy el primero en exigir moralización y transparenciabilidad en los hábitos políticos.
»Me gustaría que me citaran un solo caso de corrupción en las capas dirigentes del Partido. No podrán hacerlo, sencillamente porque no hay ninguno. Puede que alguien quiera resucitar la polémica sobre la elección del antiguo edificio del Museo del Prado como residencia particular del actual presidente del Consejo Económico y Social. Bien, se trata de un emplazamiento lógico porque se sitúa enfrente mismo de la sede del Consejo. Cuenta, además, un factor personal y es que el antiguo Museo del Prado formaba parte del barrio donde Georges Maura echó sus primeras raíces. Pienso que una figura de su calibre histórico bien merece ese simbólico privilegio que es el derecho a recobrar los recuerdos infantiles. No es un juicio interesado mío, sino una valoración de sus contemporáneos. Ahí está el reciente manifiesto, firmado en primer lugar por el venerable Camilo José Sela, el último Premio Nobel de Literatura en castellano, por el que se pide la próxima edición de ese premio para Georges Maura. Es todo un gesto de caballerosidad.
»Todos los teleconferenciantes, directa o indirectamente, han propuesto algún tipo de impuesto que frene la producción o el consumo, es decir, que aminore la velocidad del giro económico. Gran error, si se me permite decirlo y lo digo sin acritud. Lo repito para que se me entienda bien, aunque pueda parecer redundante. No hay que establecer ningún impuesto sobre la producción, acumulación o posesión de la riqueza, entendiendo por riqueza los bienes producidos por el trabajo. En lugar de toda esa multitud de impuestos que restringen la producción y el consumo y, en consecuencia, precipitan más paro, hay que llegar al impuesto único, que es el impuesto sobre la propiedad del suelo, de la tierra o de los demás recursos naturales. Esto los andaluces lo entendemos muy bien porque disponemos de la naturaleza más feraz y, sin embargo, la pobreza sigue siendo extrema. Si me lo permiten, el principio que propongo es simple y revolucionario. Reivindico de paso el concepto de revolución, de un tiempo a esta parte sustituido por el eufemismo de giro. Decía que el principio es elemental: las personas sólo deben poseer la parte de tierra, suelo o recursos naturales que ellas mismas trabajen. Todo lo demás es injusticia y explotación. El caso de Andalucía puede y debe ilustrar otra vez lo que digo. La expansión de los latifundios fue lo que trocó la población andaluza, desde una raza de infatigables agricultores, cuyas robustas virtudes conquistaron el mundo, en una raza de suplicantes mendigos.
»La propiedad de la tierra es el gran hecho fundamental que finalmente determina la condición social y política y, por ende, intelectual y moral del pueblo. Somos tan hijos de la naturaleza como la rosa o el pez. De ahí que esos dos símbolos hayan constituido sucesivamente el emblema del Partido Socialista. Si la explotación se deriva del monopolio de la propiedad de la tierra, el fin de la explotación vendrá dado por el fin de ese monopolio. No hay otro camino que sustituir la propiedad privada de la tierra por la propiedad común de la tierra. Para ello no hay que repartir la tierra, que éste fue el error que se hizo en Andalucía en otros tiempos, más que nada por la obsesión anarquista del «reparto». Basta con recoger la renta que produce la tierra, en forma de impuesto único, para el provecho común. Los propietarios de tierras, fincas o solares tendrían que vender parte de sus propiedades para pagar ese tributo. Con ello aumentaría la oferta de tierra y el precio bajaría. Todos se beneficiarían, a la par que saldría beneficiado el grueso de la economía al liberalizar de gravámenes la producción, el comercio, el trabajo. Esta es mi propuesta, colectivista y liberalísima a la vez, en la mejor tradición andaluza, para adentramos en el siglo XXI. Se trata de la voluntad de satisfacer todas las necesidades sociales con la renta de la tierra en su más amplio sentido. De este modo ningún individuo tendría sobre su conciudadano o conciudadana otra superioridad que la que le diera su trabajo, su pericia o su inteligencia. Cada uno obtendría lo que gana justamente.
»El material progreso de la sociedad conduce hacia la igualdad, algo que vengo repitiendo desde hace treinta años. No me canso de repetirlo, no me canso de repetirlo. Nosotros trabajamos a plazo largo porque llevamos con nosotros la razón histórica. El monopolio de la tierra será un día suprimido sin indemnización. Se nos ha inculcado hacia los derechos adquiridos de los propietarios la misma supersticiosa reverencia con que los antiguos egipcios contemplaban el cocodrilo o el escarabajo.
»Quiero que sepan que esta propuesta mía, nacida de una sincera vivencia andaluza, pero universal en su globalidad, tiene que ser implementada a través de una política de participación y de gestión eficaz de la responsabilidad pública. Déjenme que les diga esto, que el Estado somos todos, pero tienen que pagarlo los que se han servido de él durante siglos para enriquecerse. Esa es la médula de nuestro proyecto de futuro. Buenas noches.