CAPITULO 15

Enrique Música Hatroz

Vasco y judío a la vez, hermosa combinación, que se refleja en su nariz aguileña y en el gusto por los placeres de la mesa. Siempre se consideró excepcional. De pequeño, en el colegio (el único que en España llevaba el pleonasmo de Colegio Católico de Santa María) fue exonerado de la obligación de oír misa todos los días. En sus años adolescentes tuvo veleidades literarias que luego mantuvo en la reserva. Se especializó más bien en ser un auténtico animal político. Lo consiguió.

Pasó unos años «castigado» por haber conspirado con los militares para formar con ellos una especie de Gobierno de concentración nacional. Luego aterrizó en el Ministerio de Justicia como podía haberlo hecho en el de Marina. De él nació la idea de repartir frasquitos de lejía en las cárceles para que los presos drogadictos desinfectaran las jeringuillas. Más práctica fue la siguiente medida complementaria. Simplemente los presos en la fase terminal por drogas o sida eran excarcelados. De este modo, no morían en la cárcel y por lo tanto no existía el problema correspondiente. «Muerto el perro, se acabó la rabia», se rumorea que dijo el caudillo Gómez cuando le comentaron la medida. Parece más bien otra maledicencia.

Después del interregno de 1991 y la definitiva entronización de Gómez, Música Hatroz fue uno de los ministros que no volvió a su lugar anterior. Tras un nuevo retiro en los cuarteles del Partido —donde siempre había destacado por su capacidad de estratega y de llevarse bien con todo el mundo— fue ascendido al cargo que ahora ocupa con gran brillantez: vicerrey en el ELA de Euskadi. Su labor es puramente honorífica (un poco como los gobernadores generales de la Commonwealth), pero muy influyente. Siempre ha sido uno de esos raros políticos que prefieren la influencia al poder. El cargo de vicerrey, por ser único, le permite un protocolo personalísimo y una dosis de influencia extraordinaria. Aquí hay que apelar otra vez al rumor. Este dice que su ascenso se debió a una pirueta literaria. Contémosla.

Enrique Música Hatroz dirige una revista cultural, Reflejos, fundada por él mismo hace ya bastantes años. Es una revista minoritaria, pero muy leída en la república de las letras. Pues bien, en un número extraordinario sobre el vigésimo aniversario del Congreso de Suresnes, en 1994, la citada revista publicó un soneto dedicado al caudillo Gómez, firmado por un tal Angel Maverick. Nunca se supo quién se ocultaba bajo el seudónimo, pero la versión más autorizada lo atribuyó a la pluma de Música Hatroz. La otra versión, que lo asociaba a Joaquín Menina, era menos fiable. Menina también escribe versos satíricos, pero le gusta más el verso libre (no podía ser menos). Fuera o no cierta la autoría de Música Hatroz, lo cierto es que el soneto, que quería ser satírico, agradó sobremanera al Presidente. Tanto es así que a partir de esa fecha se popularizó el título de «Líder Modélico» para llamarle en público. Aunque nunca se ha reflejado en una disposición general, lo cierto es que la expresión cuajó y todo el mundo la emplea. Los lectores han visto mil veces reproducido el soneto. Si lo registramos aquí es como recuerdo de un episodio amable de la vida política española:

CHARADA PARA UN CAUDILLO

Avisen al que sea navegante,

no importa quién fuere el destinatario.

Háganlo con carácter prioritario,

digan que es tremendamente importante

No muevan demasiado el incensario.

Del mar es pescador perseverante.

Caudillo popular, buen gobernante,

del PSOE fue primer secretario.

Es de Híspalis, como era Trajano.

En Montelarreina superó el IPE

ESE, con notable espíritu bélico

Sol del tercer mundo es el sevillano.

Han acertado ustedes. Es Felipe

Gómez, el amado Líder Modélico.

Una única tacha debe señalársele a Música Hatroz: su feroz anticomunismo, acaso por el hecho de haber sido comunista en su juventud. No ha superado el trauma del renegado. En este sincrético principio de siglo, ser anticomunista es como ser antiesclavista o abolicionista o arriano. No se entiende contra quién lucha hoy un anticomunista. Tanto es así que hay quien ha inscrito al bueno de Enrique Música Hatroz entre los compañeros de viaje de la secta Moon. Puede que juegue aquí el factor del carácter antimusulmán que suele distinguir el credo de los «moonies». Hasta se dice que nuestro personaje ha participado en no sé qué ceremonia de matrimonio colectivo de dicha secta. El dato es inverificable, desde luego. A Música Hatroz siempre le ha acompañado el bulo.

Nuestro hombre es la viva estampa del optimismo en política. Su vitalidad resulta extraordinaria en medio de una cúpula del Partido a la que se tacha de gerontocrática. Su cabello era blanco, pero ahora (después del último matrimonio) se lo tiñe de negro azabache, y adorna ensortijado y rebelde su gran cabeza. El pueblo lo denomina cariñosamente P.C., unos dicen —sigue el rumor— que por Partido Comunista y otros por «Pelo Cojonera». La gente no tiene otra cosa en qué discurrir.

—Yo, señores, es bien sabido, tengo un temperamento lúdico y soy un gran aficionado a la lotería, a los toros y al mus, por ese orden. La combinación no puede ser más española, lo digo porque me considero español a fuer de vasco, aunque ahora la mayoría de los vascos hayan decidido formar su propia subcomunidad, si bien reconociendo al Rey de España como Jefe del Estado. Digo esto porque en las tres aficiones —la lotería, los toros y el mus— cuenta mucho la suerte. Suerte de varas o suerte de matar se dice en los toros. Pues bien, si la creencia en la suerte es tan profunda entre los españoles, ¿por qué no organizar el impuesto principal como una lotería? Una lotería al revés, se entiende. Cada uno de nosotros tiene ya un NIF (Número de Identificación Fiscal). No hay dos iguales, por definición. Si los hubiera, ya nos cuidaríamos de deshacer el entuerto. El impuesto seleccionaría al azar, cada semana (para darle más emoción), una lista de números «desgraciados» con la obligación de pagar a Represión Fiscal. El juego se podría complicar todavía un poco más, lo que le daría más interés y de paso redondearía los ingresos tributarios. Los ciudadanos y ciudadanas podrían «comprar» su número cada semana, o mejor, «rescatarlo». Esto significa que si pagan una pequeña cantidad fija, su número no entraría en el sorteo. Lo cual quiere decir que los ricos, que buscan la seguridad, estarían menos expuestos al «premio» negativo de tener que pagar de forma extraordinaria, pero irían pagando de todas maneras de un modo fijo, regular. El sistema presenta un efecto inesperado, cual es el de llenar las inmensas horas de ocio con las que la gente no sabe qué hacer. Lo de la semana de las veintidós horas es una verdadera angustia subcomunitaria, tengo que decirlo. Es tal el interés de los españoles por los juegos de azar que con este procedimiento serían muchas las personas que asistirían alborozadas a los «sorteos negativos» semanales. En un número infinito de jugadas todos habríamos pagado lo mismo. Es decir, a la larga el sistema resulta tremendamente justo.

Por un momento se produjo un silencio de sorpresa. Ninguna pantalla pedía participar y hasta el moderador se había quedado traspuesto. El ministro Música Hatroz se había parado como esperando una réplica o un aplauso. Aprovechó para encender el puro, que se le había apagado. Era uno de los pocos personajes públicos a los que se le dejaba fumar delante de la cámara. El otro era Luis Umbría. La explicación para estas dos excepciones era que ambos formaban parte del Consejo Exportador de Tabaco, otro de los capítulos que había subido rampante en las cifras de nuestro comercio exterior. Música y Umbría habían fomentado una fundación para el estudio de los efectos benéficos del tabaco sobre la fertilidad. Después de todo, si el cáncer se podía prevenir con la ingesta de grandes cantidades de yogur, tampoco había que cuidarse mucho de los efectos cancerígenos del tabaco. Más preocupante era el posible efecto esterilizante del yogur. ¿No estaría en el nuevo vicio nacional la clave del descenso de la natalidad? Hay sospechas de que el tabaco puede corregir la infertilidad, que ésta es la verdadera plaga de este comienzo del tercer milenio.

El hielo se rompió con un constructivo comentario por parte de Joaquín Menina, pertrechado siempre de argumentos estadísticos, a pesar de su imagen de novelista exitoso:

—Aplaudo la iniciativa del compañero Enrique Música. Una única observación: las leyes del azar harían que pagaran este impuesto los ciudadanos modestos, que son los más. Se me ocurre un arreglo. En lugar de que cada uno tuviera un número para esa lotería negativa, se podría arbitrar un dispositivo para que las familias con mayores posibles tuvieran más números. Por ejemplo, en proporción a los yogures consumidos, si es que se acepta este indicador propuesto por Hernández Bermúdez, que a mí me parece tan realista e imaginativo a la vez. El único inconveniente sería, como en otros casos, el de la posible ocultación. Aprovecho para decir algo que antes no he podido comunicar por la pantalla, lo hemos comentado aquí algunos antes de empezar la teleconferencia: el único modo de frenar el consumo de yogures, en verdad preocupante, es mediante una cartilla nominal. De ese modo podríamos obtener, además, una estadística precisa.

—Si ésa es la única reserva, la admito, pues —continuó Música Hatroz—. Como pueden ver, mi invento de la «lotería fiscal negativa» no tiene vuelta de hoja. Lotería, para empezar, claro. Luego se podría democratizar aún más, adaptándola al juego de las maquinitas recreativas, que existen en todas las yogurterías del país. Definitivamente somos un pueblo lúdico y hedonista. No vamos a renunciar a lo mejor de nuestra estirpe.

—Pues tengo que felicitar a nuestro invitado —habló esbozando una sonrisa de oreja a oreja el moderador—. Estoy viendo la pantalla del retrograbador y compruebo, eso es, que los números avanzan vertiginosos. A este ritmo los votos van a pasar de los diez millones. Se ve que, en efecto, a la gente le gusta eso de la lotería, aunque sea para pagar. Este es el ideal, que yo decía, del impuesto que se paga a gusto, en plan de colaboración con los poderes públicos. Ya veo el eslogan: «Contribuir deleitando». ¡Doce millones y sigue subiendo! Me saco el sombrero, señores. No hubiera yo apoyado, en principio, como técnico, una solución así, tan poco seria, pero la democracia tiene sus exigencias. Esto es también el mercado. Trece millones y pico de votos. Por ahora, la propuesta más aceptada. Qué quieres que te diga, amigo Enrique. Enhorabuena a nuestro flamante vicerrey.