Georges Maura
Aunque francés por su formación y sus gustos, Georges Maura es un hijodalgo intelectual de los de lanza en astillero, descendiente de políticos españoles de renombre, monárquicos y republicanos. Fue ministro de Cultura hasta que su departamento se extinguió en 1991 a raíz de las críticas propinadas por Federico Jiménez Laiglesia en su columna de ABC. La disolución del ministerio formó parte del plan de ahorro público del interregno (el efímero Gobierno de Graznar), pero la verdad es que luego no fue resucitado por la segunda y definitiva etapa de Gómez.
Antiguo comunista, Georges Maura no perdió nunca el gusto por el «centralismo democrático», en realidad, una herencia que Lenin tomó prestada de Ignacio de Loyola. La crisis del partido en 1991 le permitió volver a su París, donde dirigió la UNESCO por tres años. En 1992 publicó el primer tomo de sus Nuevas memorias de un hombre de acción, en donde reveló que se había «sentido felipista casi desde antes de conocer a Felipe Gómez, si bien —aseguró— sólo en caso de emergencia solicitará el carné del Partido». Esa emergencia debió de ser lo que le impulsó en 1994 no sólo a ingresar en el Partido, ahora con las nuevas siglas, sino a aceptar la presidencia del Consejo Económico y Social, que, para mayor inri, se instaló en el antiguo edificio de los Sindicatos Verticales, en el Paseo del Prado de Madrid. Este fue uno de los organismos que siguió en Madrid después del traslado de la capital a Bailén, acaso para hacer ver su independencia del Gobierno.
La evolución ideológica de Maura es harto confusa. Aunque años atrás había sostenido que «en el terreno económico no hay forma de rebasar los límites de la economía de mercado» y que «todas las tentativas de superación de esa economía se han convertido en utopías mortíferas», en 1993 pasó a ser un verdadero doctrinario de una organización revolucionaria o radical de la economía. Lo suyo fue siempre una actitud de converso entusiasta. Sigue siéndolo, aunque sea el más provecto de los viejos líderes. Después del primer tomo de sus Nuevas memorias, Georges Maura ha dejado de escribir obras literarias. Su ilusión pasó a ser la de publicar en el BOE. A su estilo personal se debe el larguísimo preámbulo del Decreto de Jornada Restringida, conocido popularmente por «el 22», por alusión al límite de horas semanales de trabajo efectivo.
Los últimos meses al frente del ministerio de Cultura fue un verdadero ciclón. No se le ocurrió otra cosa que devolver el Guernica a Nueva York en vista de que en Madrid había días en que casi nadie entraba a verlo, fuera de algún japonés despistado. La verdad es que, devuelto el cuadro al MOMA (Museum of Modern Art) de Nueva York, otra vez se han formado larguísimas colas para contemplar el Picasso.
Todavía más cómico fue su empecinamiento en no conceder el premio Cervantes a Camilo José Sela, aun a costa de declararlo desierto en la convocatoria de 1990. Este suceso desató el alud de críticas que precipitó su cese y el fin del Ministerio.
No menos discutida fue la decisión de Maura de trasladar el Museo del Prado a Cuenca, en razón del alto grado de contaminación del centro madrileño. Esta fue la versión oficial. La versión de los mentideros fue que así disponía Maura de las instalaciones del Prado para montar en ellas su despacho y también su vivienda. El Museo de Cuenca es el más moderno en su estilo. Los cuadros originales se guardan en inmensas cámaras acorazadas y el público contempla perfectas reproducciones de los mismos.
La espoleta que significó la liquidación del Ministerio fue la decisión, tomada en 1991, de que los premios nacionales habían de ser otorgados sólo a personas longevas, a ser posible que hubieran empezado a ejercer su actividad literaria o artística antes de 1936 y en el bando republicano. Quedaban ya tan pocos en esas condiciones, que la decisión planteó acerbas críticas, entre ellas la citada de Federico Jiménez Laiglesia en ABC. Maura tomó el asunto como una cuestión personal y, antes de ceder, provocó la disolución del Ministerio, no sin antes proponerse a sí mismo como Premio Nacional de Ensayo de 1991. Era la gota que rebosaba el vaso. Laiglesia suscribió una «tercera» antológica en. ABC, titulada «Lo que queda de Cultura».
Estamos ante uno de los prohombres más discutidos del régimen. Genera continuas fobias y filias, que con el tiempo se agrandan. Es numerosa la corte de los que han recibido de él prebendas intelectuales, pero los políticos profesionales no le perdonan sus excesos retóricos, sus radicalismos de converso, no importa a qué nueva religión. Con decir que fue uno de los oponentes más firmes a la fusión de la OTAN y el Pacto de Varsovia, está todo dicho. A pesar de ese rechazo por parte de los políticos (y muy en particular de Luis Umbría), la venerable figura de Georges Maura es asidua en las pantallas de las teleconferencias. Mantiene en casi todo las posturas más radicales, populistas, acaso tocado por la «gracia de estado» de su cargo al frente del Consejo Económico y Social.
—Aquí se está discutiendo mucho de cómo obtener más dinero para el Fisco, pero yo me pregunto si no va siendo hora de que completemos la revolución burguesa en este país, la que hace que el dinero lo tenga fundamentalmente la sociedad civil. Esa sensación de bienestar se produce ahora a comienzos del siglo XXI, después de una larga y difícil transición democrática. Durante el franquismo había una especie de inmovilidad social. Ahora, con el estallido de la especulación financiera y el dinero fácil, ha surgido una nueva clase social que, gracias a Dios, si es que se puede utilizar esta expresión, ha arrasado con los valores del nacionalcatolicismo. Ya no existe la imagen de esa clase empresarial sufrida y abnegada de los tiempos heroicos de la revolución industrial. Y me parece bien que esos falsos valores se hundan para siempre. En este país se necesitaba riqueza, empresas fuertes que obtuvieran beneficios y eso es imprescindible para que la economía funcione. Nos tenemos que liberar de muchos tabúes. Aquí no hemos tenido reforma protestante ni revolución burguesa y por lo tanto nuestra relación con el sexo y el dinero es ambigua, de fascinación y odio al mismo tiempo. Por eso, sin proponérnoslo, este debate está siendo el gran desmitificador de esos tabúes. Ahora bien, dicho esto, va siendo hora de que esa nueva clase enriquecida, que no tiene una actitud reverencial ante el dinero y que se ha desmelenado con el sexo, contribuya a los servicios públicos. Entonces, me parecen bien algunas de las soluciones que aquí se han apuntado. Constato, sin embargo, que son muy dispares, demasiado si tenemos en cuenta que casi todos procedemos de la misma familia socialista. Lo que tenemos en común los socialistas es que nosotros no ambicionamos dinero o bienes materiales. Somos el partido de la gente moderada y morigerada. Qué duda cabe que todos los que estamos en esta mesa redonda vivimos mucho mejor que hace veinte años, pero el país entero ha mejorado de nivel de vida, como no lo había hecho durante siglos. Ante este hecho, todas las críticas palidecen.
—¿Podría usted concretar un poco más, señor Maura? —suplicó deferente el moderador, ante la venerable figura que tan bien se expresaba, acaso como una reminiscencia de su abuelo—. Se nos va el tiempo y tenemos que discutir las propuestas concretas.
—A medida que me hago más viejo, vuelvo a las raíces y por tanto me siento más radical. Aunque he cambiado de ideas, siempre he apostado por la violencia si ésta conduce a la democracia, el pluralismo y la libertad. Es decir, si por esos nobles fines se justifica la lucha armada, qué no será si la violencia consiste en confiscar la propiedad privada en aras del interés colectivo representado por el Estado. Digo esto porque mi propuesta es así de radical. El Estado debe confiscar todas las propiedades de los enemigos del Estado, que no son pocos. Lo que no puede ser es que el Estado subvencione y ayude a ciertas clases, colectividades e individuos, que luego utilizan su poder para desestabilizar la democracia participativa y socialista. Ya se vio con el caso de Tumasa, que acaba de ser sustanciado por el Tribunal Supremo con el beneplácito del Tribunal de Estrasburgo y la Corte Comunitaria de Alma Ata. No nos avergüenza decir que aquella fue la primera operación política a la que han seguido otras no menos importantes. Es posible que estas operaciones no proporcionen mucho dinero al Estado, pero sí legitimidad. Nosotros estamos a favor de los empresarios que saben crear riqueza de acuerdo con los objetivos marcados por el partido. La auténtica economía de mercado, la verdadera revolución burguesa sigue siendo nuestra asignatura pendiente. La lucha por la igualdad constituye una de nuestras señas de identidad más notorias.
—Mi querido Maura —reconvino el moderador—. Todo eso está muy bien dicho y todos le escuchamos con deleite, pero aquí necesitamos planteos concretos. Vamos a ver, ¿quiénes son esos enemigos del régimen a los que hay que confiscar? ¿No se habrá dejado usted influir por las recientes «depuraciones» de Indonesia?
—No seré yo el ingenuo que le dé nombres en esas condiciones. De sobra sabemos todos quiénes son los que se han enriquecido a costa de la especulación. No es sólo el aprovechamiento crematístico, disculpable al fin, como los que han orientado su inteligencia para desprestigiar una fecunda obra de gobierno. Se trata de una solapada desestabilización mental, más peligrosa que el terrorismo incluso. Son las fuerzas de la cultura las que en gran medida nos han abandonado y ésa es una responsabilidad histórica. Algún día se van a acordar de esta traición.
El moderador no tuvo más remedio que apretar el botón del «aparato». Georges Maura se quedó literalmente sin habla. La situación era un tanto patética, más que nada porque se trataba de una figura patricia de universal renombre y alta estima intelectual. Lo peor de todo es que en la pantalla del retrograbador no aparecieron más de doscientos mil votos. Se oyó decir a alguien que esos eran todos los que habían recibido algún premio nacional. El realizador cortó inmediatamente el audio, «pinchando» el rostro interrogativo y plebeyo de Nicolás Cuadrado. El azar había querido que hablara después de Maura. Realmente el uno era la contrafigura del otro.