José Rodríguez de la Burbuja
Hace honor a su nombre este personaje hinchado de vanidad, extravertido, verbomotor. Incorpora un estilo de hacer política rumboso, de altos vuelos, simpático. Durante algún tiempo fue presidente de la Autonomía Andaluza, hasta que cayó en desgracia en los círculos de Alfonso Paz. Su amistad con el Líder Modélico le valió el título de embajador at large para promover los productos españoles, si bien él se cuidó de favorecer sobre todo los productos andaluces. Sus relaciones más fructíferas han sido con el Japón, país que envía a España un gran contingente de turistas y residentes. Hay en marcha una operación para «montar» (ése es su verbo) las procesiones de Semana Santa al estilo andaluz en toda Iberoamérica e incluso en Filipinas y Japón. Burbuja ha conseguido que todos esos «montajes» (incluyen la Feria de Sevilla, los Sanfermines y las Fallas, entre otros espectáculos populares), que difunde por el mundo entero, paguen pingües regalías, una especie de exportaciones invisibles de una activísima economía de servicios como es ya la española.
Burbuja ha sido acusado de corrupción, como tantos otros, pero sin demasiado fundamento. Hay que tener en cuenta que su imaginación comercial le habría proporcionado mucha más riqueza si hubiera prestado sus servicios directamente a las empresas privadas. Por otra parte, nuestro personaje procede de una familia acomodada. El que haya aumentado su fortuna personal es un hecho que sólo debe mover a la admiración y no a la envidia. Si bien se mira, una clase gobernante enriquecida, como la que ahora tenemos, es la mejor garantía contra la tentación de seguir robando. Esto es lo que ocurriría probablemente sí se diera paso a una oposición de medio pelo como la que desde hace bastantes años se desgañita entre nosotros para acceder al poder. El hecho de que el electorado siga votando a los mismos, elección tras elección (bien es cierto que con un porcentaje de abstención que últimamente supera el sesenta por ciento), indica la inmensa sabiduría popular. Precisamente a Burbuja se debe el acierto del famoso eslogan «La subcomunidad española, donde su dinero se multiplica», que tantos beneficios ha reportado a las Bolsas españolas, en este momento entre las más florecientes del mundo.
A lo largo de su dilatada carrera, Burbuja ha tenido que sortear numerosos obstáculos y calumnias de sus oponentes. Por ejemplo, de vez en cuando los periodistas recuerdan con especial acrimonia la cena de gala que dio el presidente Rodríguez de la Burbuja a la Asamblea de las Naciones Unidas, reunida en San Francisco con carácter extraordinario en 1995, para celebrar el quincuagésimo aniversario de la constitución de la organización. Nada menos que dos aviones Antonov-225 (el modelo más grande del mundo) fueron fletados desde el territorio histórico de Sevilla con su valiosa carga de langostinos y jamón de Jabugo, entre otras delicias. El problema se planteó con los numerosos representantes musulmanes para quienes el pernil de la sierra andaluza representaba una afrenta religiosa. Por desgracia, el cambio de clima en el último quinquenio ha acabado con la producción de jamón serrano en España, ya tan mermada por la epidemia de 1994. Esto ha sido un duro golpe para la campaña que había «montado» Burbuja para introducir en el mundo islámico un nuevo tipo de jamón light.
Hay mil anécdotas. Más grave fue el suceso de la famosa «Blanquiverde», la lotería andaluza, idea personalísima de nuestro personaje, para oxigenar las finanzas de su maltrecha autonomía. El éxito de la operación fue grande hasta que se comprobó que los mayores premios recaían, por extraño azar, en los billetes que habían adquirido (antes o después de ser premiados, nunca se sabrá) determinados amigos de Rodríguez de la Burbuja. Hubo que llamar al catedrático de Econometría de Málaga para que calculara la probabilidad de que tal cosa hubiera sucedido por las leyes estadísticas. Después de este informe se prohibió dar publicidad sobre los números agraciados, pero la medida terminó por arruinar la dudosa lotería.
Por encima de todas esas historias —en parte una creación de los medios informativos— lo cierto es que Burbuja y sus «montajes» representan un modo de conducir los asuntos públicos que conecta bien con la idiosincrasia española. Este es un país que premia la simpatía y eso explica que seamos, como ha dicho el Líder Modélico, «la encrucijada mundial que atrae turistas, inmigrantes y capitales». Habla el principal embajador de esa empresa colectiva, por lo menos el más locuaz.
—Yo creo que en política no hay que preocuparse tanto del ingreso como del gasto. La prueba no hay más que verla. Casi todas las huelgas, manifestaciones y protestas lo son por algún colectivo que se queja de que los dineros públicos no se destinan a un uso correcto. También hay que decir que los andaluces sabemos gastar con gracia y ese estilo lo hemos llevado a la política autonómica y a todas las instancias que hagan falta. Este debate lo veo yo una miaja artificioso. Si no se saca dinero con el impuesto sobre la renta de las personas físicas, pues aplíquense las cuotas y los tipos a las personas jurídicas. Si el Estado no tiene dinero suficiente es porque no lo gasta bien y porque hay mucho en lo que gastar. Vamos a cuentas. Todo el mundo sabe el dineral que está costando el «efecto invernadero» sobre nuestro territorio. El proceso ha avanzado tanto en los cinco últimos años como se había previsto para un siglo. Empezó con la broma de que ya no había inviernos, ni nieve en las pistas de esquí. El hecho es que el planeta se está calentando y, entre otras consecuencias, el nivel del mar ha subido de cuatro a seis metros, según las zonas. Para Sevilla eso es una bendición, porque ahora es un gran puerto natural, con una inmensa rada, pero se han anegado los barrios ribereños de bastantes ciudades (Barcelona, Valencia, Málaga, Almería) y algunas ciudades enteras, como Cádiz, han desaparecido. Esta ha sido la gran tragedia que ha empeñado la, por otra parte brillantísima, singladura socialista, pero el mal es global y no es achacable a ningún gobierno. Hay aspectos positivos, como la transformación del clima, que ha pasado a ser cálido en la mayor parte de la subcomunidad, lo que nos permite exportar café, cacao, ron y otros productos antes «ultramarinos». El mundo entero fabrica mangola a partir del jarabe español, un resultado de la excelente agricultura biológica que ha promovido personalmente el Líder Modélico. Pero, en conjunto, la transformación agraria y la contención de las aguas en las ciudades costeras ha provocado un alza importantísima en el gasto público. Me extraña que nadie haya mencionado un factor tan destacado en este debate. Si no es por esta razón, no se habría planteado, de la manera que lo ha hecho, el tema del «agujero fiscal». No sólo ha actuado el tirón de las desgravaciones familiares, sino que se han multiplicado las subvenciones a las empresas para paliar los efectos de la reestructuración climatológica. Si no se analizan las causas, mal andarán los remedios.
—Señor Rodríguez de la Burbuja —cortó solícito el moderador—, todo eso ya lo sabemos. Vaya usted al grano. Este es un debate para plantear soluciones. ¿Es que no trae usted escrita la suya?
—A eso voy, querido moderador, a eso voy. A los andaluces nos gusta improvisar, véase si no lo bien que funcionan las procesiones de Semana Santa en Sevilla, que de un día para otro no se sabe cómo van a salir y al final salen. Lo mismo decían de la Exposición del 92 y ahí tienen, Sevilla se convirtió en esa fecha en la capital del mundo. Creo que vale la pena el moderado déficit que tuvimos con la Expo y que, aprovecho para recordarlo, todavía está sin pagar. Espero que nos sigan ayudando en Bruselas. Hay otras compensaciones. En este momento, la tradicional Feria de Abril se está montando en veintitantos países y todos pagan royaltis por eso. Además, la nueva costumbre constituye la principal vía de penetración de nuestros productos. El ron de Jerez y o el café de Córdoba son productos que empiezan a estimarse en todas partes. Todo eso se ha hecho con improvisación, pero con imaginación. Téngase en cuenta que el cambio de cultivos ha tenido que hacerse de la noche a la mañana. De nada vale reunir a los técnicos o realizar impresionantes estudios estadísticos. Aquí hay que echarle gracia, que quiere decir que Dios la reparte gratis.
—De acuerdo, señor Burbuja —esta vez el moderador acusaba la impaciencia; sudaba—. Pero díganos ya en qué consiste su iniciativa. ¿Qué nuevo sistema de recaudación fiscal propone usted?
—Insisto en que lo importante es la manera de gastar el dinero público. En esto hay que ser rumbosos porque gracias a ello recibimos al año doscientos cincuenta millones de turistas y sólo en Andalucía viven permanentemente dos millones de japoneses, cada vez más longevos. Aquí está la clave del problema y de la solución. Yo siempre que viajo encuentro que todo es más caro fuera de España. ¿Por qué vamos a tener nosotros unos precios tan bajos? ¿Para que, en lugar de doscientos cincuenta millones, vengan trescientos millones de turistas y de residentes extranjeros? Con las ciudades costeras anegadas esto es un disparate. Yo propongo reducir el número de turistas y de residentes extranjeros a doscientos millones (que ya está bien) y que éstos sean más rentables. ¿Cómo? Facilísimo. Que cada uno pague al entrar en España dos mil ecus, es decir, el equivalente a una noche extra en un hotel de tipo medio. Para cada uno de los visitantes este gravamen no es nada y de todas formas muchos se conformarían con dormir en un «hotel-nicho» de los que hay tantos en torno a los aeropuertos. Multipliquen y verán que con ese simple dispositivo recaudatorio lograremos rellenar el «agujero fiscal». De paso, reduciremos el hacinamiento que provoca el turismo masivo, lo que no es poco. Sobraría incluso dinero para financiar algunas obras públicas necesarísimas, pongo por ejemplo el nuevo aeropuerto de Ciudad Real, que serviría tanto para Madrid como para Bailén. Téngase en cuenta que el aeropuerto de Barajas-Torrejón está ya saturado y rodeado de edificios por todas partes. Cualquier día va a haber una desgracia. Remacho, hay que saber gastar. Esa es la gracia de la política, y perdón por la reiteración.
—Un momento —alzó la mano Georges Maura—. Tengo algo que decir. Me parece impresentable que se proponga un impuesto sólo para los extranjeros. Luego nos quejamos de la broma esa que nos tacha de «nacional-socialistas». No se puede extremar el chovinismo de esa manera. Toda la economía española respira hoy porque tenemos doscientos cincuenta millones de turistas y varios millones de residentes extranjeros, que no hacen más que consumir, aunque sea «hoteles-nicho». Entonces, disuadirles de que vengan sería el cuento de la gallina de los huevos de oro. No, no, señor Burbuja, no estoy diciendo que sea usted, ni nadie, la gallina de los huevos de oro. Es una metáfora, una fábula. Quiero decir que en el mundo en el que estamos, ya sin fronteras económicas, no se pueden poner portazgos a los intercambios humanos. Sería como volver a la Edad Media. Qué curioso que sea nuestro flamante y flamboyante embajador at large el que promueva una política de cerrazón nacionalista. Hay que elegir: o se es nacionalista o se es socialista. Las dos etiquetas, si se juntan, se comprimen en una sola: nazis. Yo los he sufrido de verdad.
—Esto es intolerable —gritó, gesticuló y manoteó Burbuja—. Yo no he venido aquí a que me insulten. Comprendo que el amigo Georges se sienta extranjero, pero eso no le da pie para utilizar ese lenguaje abusivo. Deme usted razones, no denuestos. Ya sabemos que a usted no le gustó nunca la nueva denominación del Partido, pero eso esconde una crítica a nuestro Líder Modélico que no podemos tolerar. ¿O es que usted hubiera preferido que se llamara Partido Socialista Unificado?
—Bueno, bueno —terció el moderador moderando—. Estamos dando el espectáculo. Que es en directo, señores. Está bien que haya pluralismo interno y todo eso, pero sin denigrar. De todas maneras, el veredicto final lo dan los retrograbadores. No falla. Vaya, esto va bastante deprisa. Cuatro millones, cuatro millones y pico. No está mal. Algo de nacionalismo sí que hay. Por lo menos es legítimo pensar en la tasa turística. La verdad es que existe ya en otros países y no pasa nada. Por lo menos contendríamos un poco el hacinamiento, que empieza a ser agobiante. La descongestión que ha supuesto la nueva capitalidad del Estado en Bailén y el Museo del Prado en Cuenca no significa mucho cuando se piensa que el territorio histórico de Madrid (prácticamente todo él una gran ciudad) va a superar pronto los siete millones de habitantes, casi la mitad extranjeros. Bueno, me estoy extendiendo en cosas sabidas y ya veo que el señor Tomillo está nervioso. Tiene la palabra y la imagen.