CAPITULO 6

Julio Laguita

Antiguo comunista, desde hace bastantes años lidera el partido Izquierda Federada, el que sus miembros consideran como el «auténtico socialismo». Famoso parlamentario, en los primeros años noventa fue el terror de las mociones de censura, hasta que éstas fueron suprimidas por la reforma constitucional del 94. Su oratoria es un tanto curial, como lo es su físico y sus ademanes. Conserva el apelativo de «el Califa», que le pusieron de joven, y el de «el Predicador», que se ha ganado después, acaso por la similitud con esa imagen extraída de las películas del Oeste. Con el tiempo, y en contra de lo que suele suceder, ha ido radicalizando sus posturas. Así, ha sido el portaestandarte de lo que sus adversarios llaman las «causas perdidas»: la supresión de las fuerzas de paz y seguridad, el llamamiento a la dejación de las armas en la guerra de África, la propuesta de reparto de los solares no edificados. Su gesto más criticado fue el viaje que realizó en 1997 a Indonesia después de que ese país se convirtiera en una terrible amenaza totalitaria no sólo para sus vecinos, sino para todos los continentes, a través de un minucioso plan de guerrillas y movimientos terroristas. Así mismo se le han criticado sus devaneos con la Organización Sufita (él dice siempre Sufí), en la que militan precisamente dos renombrados escritores españoles, Juan Goytisano y Fernando Sánchez Escarbó. Sus posiciones extremas le han llevado a una creciente notoriedad. Después de Gómez, es la figura política más conocida. No obstante, su partido ha ido perdiendo votos quizá como consecuencia de la radicalización de su programa. Es más que nada un partido testimonial, parecido en esto al Partido Laborista, con el que algunas veces se coaliga. Izquierda Federada recibe el apoyo de los llamados «movimientos monotemáticos», los que polarizan sus objetivos, como Amigos de la Bicicleta, Eutanasia Activa, Drogas Libres, Asociación de Profesionales Africanos, Federación de Padres Adoptivos. Algunos expertos icónicos aseguran que la pérdida de votos tanto de Izquierda Federada como del Partido Laborista se debe a lo escueto de sus siglas. A los españoles les gusta la tradición de los partidos con larguísimos nombres, como el de FET y de las JONS o ahora los dos partidos centrales, PSNTTSE y PPPCDS.

Con independencia de los avatares del partido que dirige, nos encontramos ante un hombre con un aura de honradez personal. Es el único líder que ha rechazado el helicóptero oficial y los escoltas a que tiene derecho. Vive con extrema modestia. Se cuenta que en el Congreso suele abonar el gasto particular que hace de ciertos servicios, como el videófono.

Laguita es el prototipo de «verdadero creyente», lo opuesto al político pragmático, que es el que domina en el ruedo político español. Así, por ejemplo, se recuerda su firme oposición a la fusión del Pacto de Varsovia con la OTAN, un paso que propuso el partido oficial y que apoyaron con entusiasmo los centropopulares. Otro rasgo curioso de su actitud es que también se opuso a la reforma del Código Civil que instituía la poligamia. Todavía más llamativa ha sido su protesta contra el «Programa de aborto gratuito para adolescentes» que ha llevado a cabo el Ministerio de la Salud. La gran paradoja de su conducta es que precisamente, por extremar sus posiciones radicales, permite que muchos votos de izquierda pasen a engrosar el activo político del PSNTTSE. Como «aliado de los socialistas» le suelen tratar los líderes de la derecha y en general los medios de comunicación. Esta imagen es algo que le enerva y que vuelve a alimentar su radicalismo. Lo sorprendente es que el liderazgo del partido se nutre de las defecciones que se van produciendo en el partido oficial, no porque dejen de ser socialistas, sino porque quieren serlo de modo más verdadero. Oigamos ya su exaltado verbo, como se decía antes. En su caso le corresponde la frase hecha, tan pretérita parece su oratoria.

—Nosotros no andamos con medias tintas, ni con cuartos de tintas. Somos la alternativa verdaderamente socialista al Gobierno de Bailén y nuestro objetivo es que, desde la cuna a la cremación, el Estado abone todos los gastos necesarios para una vida digna. Estamos en contra de las reprivatizaciones, como las que se acaban de hacer con las cárceles o los tribunales de justicia. Vamos a propiciar el carácter público que deben tener muchas actividades hoy privadas, como pueden ser los servicios turísticos, la pesca, la agricultura de plantación, la exportación de jarabe de mangola, la robótica y las yogurterías. También es curioso que esos renglones más productivos de nuestra economía dependan de los particulares, mientras que hemos nacionalizado los capítulos menos rentables, como la red de trenes monoviga. Ya saben mis teleconferenciantes a dónde voy a parar. Llevo muchos años diciéndolo y lo diré una vez más: el Estado tiene que ser la empresa más rica y más rentable porque es la única nuestra.

—Ya, en eso estamos todos —interrumpió el moderador—. Pero ahora díganos cómo se financia ese Estado cuando una de las principales fuentes de ingresos públicos se nos acaba de agotar.

A eso voy, compañero —prosiguió Laguita con la sonrisa más simpática—. Nuestras reformas no pueden ser parciales, sino omnicomprensivas. Nada más nacer o ser adoptados, a todos los niños y niñas se les proveerá de una pulsera de identificación fiscal. En ella figurará el código de barritas de los datos biográficos, que se irán actualizando todos los años a partir de la mayoría de edad. Les recuerdo que IF es partidaria de rebajar la mayoría de edad a los diez años. La única concesión que hacemos al negocio privado es que el Estado regalará un solo modelo de pulsera en acero niquelado. Si se desea una versión en plata o en oro, la diferencia tendrá que ser abonada por los padres o representantes legales del nuevo ciudadano o ciudadana. Esa pulsera servirá para entrar y salir del país, para acceder a los cargos públicos, para votar, para utilizar los servicios públicos, para pagar los impuestos. Nuestra idea capital es que la tímida progresividad, que caracterizaba al antiguo impuesto sobre la renta, se amplíe ahora a todas las transacciones comerciales, a todas las fuentes de ingresos. La pulsera determina el rango económico de la familia de origen y luego, con las sucesivas muescas electrónicas, los cambios en la familia o familias de fundación. Ese dato resulta imprescindible para gravar de distinta manera a unos y a otros en el momento de cobrar o de gastar cualquier cantidad. Esos flujos dinerarios llevarían una tasa variable y progresiva según el estatus correspondiente. Sólo se haría una excepción con los servidores de la política. Estos últimos tendrían el derecho a pagar la tasa mínima, aunque en mi caso personal yo me someto a la tasa que me corresponda según mi pulsera.

—Hombre, permítame —el que hablaba era Luis Umbría—. Le encuentro a usted anclado en el siglo veinte. El mundo no va por ahí, por lo menos el mundo fuera de Indonesia y su zona de influencia. ¿De modo que los yogures costarían distinto precio según fuera la renta familiar del consumidor? Eso sólo se le ocurre al que asó la manteca. Me figuro yo al niño-pijo diciéndole al niño-pobre: «Toma dos ecus y cómprame tres yogures con tu pulserita; uno será para ti por el servicio». Es decir, lo que ustedes van a propiciar es más trampas, por si tuviéramos pocas.

—Le citaré un dicho popular, ya que parece usted muy aficionado al género: «Cree el ladrón que todos son de su condición». En la sociedad que nosotros vamos a dirigir no habrá mucho lugar para la trampa porque la educación popular será la actividad más mimada por el Estado y no sólo a través de la CEM, sino de manera individualizada, como toda la vida de Dios se ha venido haciendo. En esto somos muy tradicionales. Pero déjeme continuar, señor mío, que aún no he dicho lo fundamental. El diseño de la pulserita, como usted dice despectivo, no es más que un recurso psicológico. Lo esencial es la disposición del Estado a conseguir la mayor dosis de igualdad y de educación. Eso sí que convendrá usted conmigo que van a ser valores del siglo veintiuno. La política de izquierdas está para educar a la gente y no para darle la bazofia ideológica que ustedes le dan. Señor Umbría, que nos conocemos todos desde hace muchos años. Yo soy un nacionalista auténtico y creo en el Estado como un instrumento de perfección de la sociedad. Qué le voy a hacer, tengo el mal de Hegel, pero con la cabeza donde debe estar. Si ustedes no han logrado ese Estado, la responsabilidad no es del todo suya, sino del pueblo que se ha dejado engañar una y otra vez. Lo de ustedes no es un Estado, es una satrapía como la de Ciro el Grande, ya me entiende usted con quién lo comparo. Y luego critican ustedes a los indonesios. Por lo menos ellos han instaurado un gobierno fuerte, pero con la idea de sacrificar una generación para la liberación de todas las demás que puedan venir. Por mi condición de historiador creo que hay que ver las cosas con una larga perspectiva y no aplaudo ni condeno lo que está pasando en Indonesia. ¿Que algunos indonesios quieren parecerse a los países capitalistas? Creo que están bajo el síndrome de la sociedad de consumo. Donde hay discusión ideológica hay vida. En cambio, el partido del largo nombre que usted representa no es más que una tapadera de los intereses de siempre. Hace tiempo que es una momia ideológica. En el mejor de los casos se trata de una sociedad anónima de altos cargos con un capataz que sabe contentar perfectamente las apetencias de todos ustedes.

—Permítame una llamada al sentido común —interrumpió Graznar con su forzada risita—. Ya estamos con el cuento de que los socialistas que nos gobiernan hacen lo contrario de lo que harían los de IF si accedieran al poder. Este es el falso dilema que tiene entretenido al público. La verdad es que unos y otros pertenecen a la misma carnada. Unos se dicen socialistas participativos y otros socialistas verdaderos. Paparruchas. Son todos del mismo pelaje. Unos y otros exprimen a las familias modestas para que puedan seguir viviendo bien unos cuantos, incapaces de aplicar su inteligencia a una actividad profesional cualquiera.

—Por ahí no paso —vociferó Laguita con cara de iluminado, realzada por su gran barba blanca de rabino—. Cuántas veces voy a repetir que nosotros no tenemos nada que ver con los falsos socialistas. La diferencia entre los dos es tan abismal como la que puede existir entre el califato de Córdoba y un reino de taifa, entre la severidad romana y, qué les diría yo, cualquier bacanal en honor del dios Moloch. Lo que pasa es que el pueblo español se enamoró, allá en su lejana juventud, de un Felipe Gómez y apostó por él, por el cambio. Y en una historia de amor y desamor, este último tarda mucho en cuajar como ruptura definitiva, como vemos en tantas parejas. Después de tantos años hay por fin un montón de gente que está en desacuerdo con la política del falso socialismo, pero no se atreven a dar el paso del divorcio. Y ahí está nuestro trabajo, en que el desamor cuaje en ruptura y apueste por un nuevo amor, una nueva opción, que es la que nosotros ofrecemos como una liberación.

—Estoy siendo muy tolerante para que luego no me acusen de dictador —se introdujo quedo y suasorio Morrell—. Señor Laguita, no me obligue a darle el zumbido. Nos estamos alejando del tema y el sponsor puede quejarse y la audiencia dormirse. Todo lo que usted dice se lo hemos oído por activa o por pasiva en las últimas campañas electorales. Ahora comprendo que son demasiadas elecciones. Por favor, cambien ustedes de disco. Y sobre todo deje usted ya ese aire mesiánico, que el fin de este milenio no va a ser el valle de Josafat.

—Me llaman ustedes mesiánico porque estoy en la altura donde reside la ética, la dignidad, la vergüenza. Esa acusación de mesianismo me llena de honor. Me preocuparía si ustedes me alabaran.

—Mire, señor Julio, esto lo voy a cortar. Es usted impresentable y agradezca al Líder Modélico que le haya invitado a esta privilegiada tribuna. No me queda más que consultar el retrograbador, aunque ya ni me acuerdo qué es lo que se vota. No pretenderá usted muchos votos con la vaga propuesta de subir los impuestos a todo el mundo y encima con la pulserita. ¿A ver? Un millón de votos, pocos más, es decir, los que consigue usted en las consultas electorales y basta. Esto es lo malo de la democracia, que a los mesías se les recuerda que son de carne y hueso. Hay que continuar, que se nos va el tiempo.