CAPITULO 5

José María Graznar

Es el sempiterno presidente del PPPCDS, principal partido de la oposición. En realidad, el Líder Modélico no podría vivir sin él, tantas famosas agarradas dialécticas han sostenido ambos en el Parlamento. Después de tantos años de confrontación diríamos que se han fecundado mutuamente las mañas. La fama de Graznar creció cuando logró la fusión de los dos partidos anteriores, el Popular y el Centrista. Hay que reconocer en aquella ocasión la conducta generosa del antiguo presidente del Partido Centrista, Adolfo Soares, quien se retiró de la política directa para dirigir la prestigiosa Fundación Santa Teresa, en Ávila, volcada hacia el proyecto de comunicación con los habitantes de otras constelaciones (no de otras galaxias, como se ha dicho con evidente exageración).

A José María Graznar le acompaña una figura muy cuidada, atildada incluso. Calza zapatos de tacón alto y luce mostacho blanco, cada vez más ostentoso, que oculta la inmovilidad del labio superior. Es un cáustico orador parlamentario, que ha llevado adelante con gran brillantez más de una docena de votos de censura. El Congreso ha aprobado algunas de sus insistentes propuestas, como la constitución de un canal de televisión para retransmitir en directo los debates y trabajos de las comisiones parlamentarias o la presidencia de la magna representación española en la beatificación del cardenal Herrera Oria. Parece tan acostumbrado a su papel de líder del principal partido de la oposición que no sería fácil su acomodo como jefe del Gobierno.

Graznar es autor del libro La ilusión de gobernar, un superventas desde hace años, aunque las maledicentes lenguas de los críticos aseguran que su redacción se debió en generosa medida a la mano («negra») del periodista Federico Jiménez Laiglesia. Es uno de los pocos políticos que no se ha divorciado y que no ha forzado ninguna colocación para su mujer. Después de varios años de reiteradas solicitudes, logró que le habilitaran la antigua Casa de Velázquez (frente por frente de La Moncloa) como sede oficial de la oficina del líder de la oposición. Se opuso, testarudo, a trasladar esta oficina a Bailén. «Allí estará la capital, pero aquí está el capital», fue lo que dijo. A su oficina se la conoce, en la jerga periodística, como «el gabinete a la sombra», crítica que no parece incomodar a Graznar. Es más, él mismo habla de sus «ayudas» (éste es el nuevo terminacho) como «el Gobierno en la sombra». Lo es literalmente porque trabaja en un edificio que parece una prolongación de La Moncloa, paradójicamente ahora que desde hace algún tiempo no acoge ya al Presidente del Gobierno. Lo que no ha conseguido Graznar es que le dejen el complejo de La Moncloa como residencia del líder de la oposición, a pesar de que este cargo parece que va a ser en la práctica de carácter vitalicio. Es parte de la envidiable estabilidad que ha conseguido el régimen español.

Hay que reconocer el decidido patriotismo de una figura como la de Graznar, tan perfectamente acomodada a ese papel secundario. Quizá como contraste de su función vicaria, Graznar habla siempre de «nosotros». El plural es a veces mayestático, pero las más de las veces impersonal y hasta humilde. Virtudes son en estos tiempos de tan acusados personalismos. En Graznar los defectos son virtudes, y a la inversa, según como se mire. Por ejemplo, esa cualidad tan suya de saber escuchar, tan rara en un político. Su intervención en la teleconferencia fue técnica, fría incluso, pero terminante. Es su estilo. Gocemos de él.

—Señores, nuestras ideas al respecto pasan por un decidido propósito de reducir al máximo las funciones del Estado, un Estado que se nos ha hecho un Leviatán de las siete cabezas. Esto significa para nosotros menos gastos públicos y, por lo tanto, menos impuestos. Así, por ejemplo, está en nuestros planes la eliminación de casi todos los coches oficiales, excepto los de verdadera necesidad por razones de seguridad, no más de dos docenas en total. Hemos programado unos cursillos intensivos para que los altos cargos aprendan a conducir su propio coche. Antes de eso daremos avales para que puedan adquirir ese automóvil si no lo poseen ya. El ahorro o la contención de la actividad pública no es sólo cuestión de símbolos. En nuestro programa figura, como es sabido, la supresión de algunos departamentos, como el de Represión Fiscal. En realidad, las labores que realiza ese ministerio, en su parte recaudatoria, bien pueden sustituirse por la iniciativa privada. Después de todo, la compleja operación de pagar los impuestos puede ser asumida por la red de gestorías y asesores fiscales. De hecho, ya es eso lo que funciona ante la maraña ininteligible de las disposiciones fiscales. Si esa red se completa con el sistema bancario, los bancos privados y la cuenta del Tesoro Público del Banco de la Subcomunidad Española, ya tenemos casi todo el mecanismo de tributación fuera del organigrama de Represión Fiscal, es decir, a un coste mínimo. Quedaría sólo la decisiva función de inspección de los tributos (permítaseme un prurito profesional, pues ésa es mi carrera original). Puede sustituirse por las auditorías, empresas que tienen cada vez más cometidos. No sería ajeno a su negocio la determinación de qué casos rozan la infracción fiscal. Sólo falta el complemento de la policía fiscal, pero ésta puede alojarse mejor con el resto de los servicios de seguridad.

—Perdóneme la interrupción —se asomó en la pantalla el moderador—, pero yo también tengo un prurito profesional. De modo que me quiere usted dejar sin trabajo.

—Antes de eso vamos a ganar las elecciones, vamos a reformar la Constitución y se van a quedar todos ustedes sin empleo —continuó imperturbable Graznar—. Lo malo es que, después de tantos años, ya casi no saben hacer otra cosa. Pero a quien vamos a dejar sin trabajo es al hipotético candidato de nuestro partido para este departamento de Represión Fiscal, que, por lo tanto, no lo tenemos. Así de claro. No es el único caso. En nuestro programa figura la supresión de seis ministerios, ocho secretarías de Estado y veintitrés direcciones generales. En compensación, sólo proponemos la creación de dos nuevos organismos: el Ministerio de Familia y Adopciones y la Secretaría de Estado para las Relaciones con las Minorías Étnicas. Representan los dos a sendos nuevos fenómenos de lacerante urgencia. Por lo demás, resulta ridículo que exista un portavoz del Gobierno con categoría de ministro.

—Todo eso está muy bien y lo repite usted en todas las campañas electorales —cortó esta vez tajante Morrell—, pero usted, a quien le gusta tanto empeñar su palabra, no nos ha dicho esta boca es mía sobre el asunto que nos convoca. ¿Qué nuevo impuesto va a sustituir al de la renta?

—Si no me deja explicarme, no se lo voy a poder decir —cortó Graznar, al tiempo que se le escapaba una incomprensible risita nerviosa—. Este es un asunto técnico que no puede dilucidarse de esta forma demagógica y populachera. Lo populachero siempre ha sido la caricatura de lo auténticamente popular. Nuestra idea es que para proponer un nuevo impuesto, aunque venga a sustituir a otro que fenece, tenemos que tener clara cuál es la capacidad que posee el Fisco de aumentar el esfuerzo impositivo. Tengo que referirme aquí a una noción técnica, pero es imprescindible. Es la famosa constante de Michaelis, por el nombre del famoso Premio Nobel de Economía de hace dos años. Así como hay una constante de Plank en el universo, hay esa constante de Michaelis en el pequeño universo de la recaudación fiscal. Viene a decir que si multiplicamos la presión fiscal por la incertidumbre en la propensión de los contribuyentes a ocultar y dividimos todo ello por el producto de la represión fiscal y la incertidumbre de la actividad de los inspectores, el cociente tiende a ser constante, sean cuales sean los valores reales. Si tuviera un tablero lo explicaría mejor. Es decir, que si subimos el numerador (porque aumenta la presión fiscal —dato objetivo— o porque se alza la incertidumbre en la ocultación —dato subjetivo—) tenemos que subir también el denominador. O lo que es lo mismo, a más presión fiscal más represión fiscal, corregida por la incertidumbre de la actividad inspectora. En la práctica quiere esto significar que Hacienda no puede aumentar la presión fiscal más que a costa de una pérdida de eficacia y aun de legitimidad. Es inútil, por lo tanto, diseñar nuevos impuestos. Los tiranos son pronto derrotados por su propia arrogancia. Para expresarlo en términos de mayor elegancia estadística, aplicaré aquí el no menos famoso teorema de Almond: «Todo incremento de la recaudación fiscal es directamente proporcional al gradiente de cuota por el empuje de la acción represiva e inversamente proporcional al cuadrado del PIB que desaloja». Así que nosotros somos muy pesimistas respecto a esas pretensiones que ustedes tienen de aumentar sin más la presión fiscal. Si se ha autoliquidado el impuesto sobre la renta, ello se debe a razones de equilibrio homeostático. En términos más populares, que no hay más cera que la que arde. Si desaparece un rubro de la exacción fiscal no queda más que una solución: bajar el gasto público de manera drástica. Esto es lo que nosotros proponemos y así lo hemos venido prometiendo en las varias campañas electorales. Que el electorado cree cada vez más en esa palabra que hemos empeñado, se demuestra en el hecho de que no hemos perdido votos.

—Ya salió lo de la «palabra», palabrita del niño José María —el que hablaba era Alfonso Paz—. Ya que se pone usted erudito, tengo que decirle que en el turco moderno hay una voz para mentiroso, que es palavra. La voz es una incorporación del ladino, lengua de los judíos españoles de Estambul. Por lo visto, la gente les oye decir siempre palavra, palavra al tiempo que mienten descaradamente en los tratos comerciales. Así que ustedes siguen repitiendo lo de la «palabra» como eslogan electoral desde hace una docena de años y así les va. No han perdido votos porque se han fusionado dos partidos y encima en los comicios logran la estratagema de presentarse en coalición con los pequeños partidos regionalistas. A ver si se enteran, si ustedes siguen políticamente vivos es porque nosotros no queremos aparecer como partido único. Prefiero la crítica que nos hacen por ahí, que nosotros estamos subvencionando al PPPCDS y a los grandes expresos europeos.

—Alto ahí —bramó el moderador—. No tolero esas alusiones improcedentes que se desvían totalmente de nuestro tema. Esto no es una campaña electoral, señores míos. Siga usted, señor José María, y perdone.

—Ya que hablamos de elecciones, diré que también tenemos un plan de reducción del gasto público. No es sólo por ahorrar, por ser más eficaces, sino por aumentar la legitimidad democrática. Cuando lleguemos a responsabilizamos del Ejecutivo (después de derogar la nueva cláusula infamante de la Constitución que habla de la magistratura vitalicia del Presidente), vamos a ceder la función de organizar las elecciones, el censo, el escrutinio, la comunicación de resultados y todo lo demás a las comisiones voluntarias de ciudadanos que se organicen al efecto. Podrán participar, como es natural, los medios de comunicación, las empresas de sondeos y los partidos, pero todo ello a nivel privado. Sólo se reservará al Estado una función inspectora y supervisora, pero dependerá del Poder Judicial, no del Ejecutivo. Los jueces, ya se sabe, son extraordinariamente austeros. Por aquí vamos a ahorrar también un buen pellizco. Si sumamos todas las economías propuestas, no hará falta sustituir el impuesto sobre la renta por otro nuevo. Esta es nuestra opinión, como pueden ver, la más radical de todas.

—¿Puedo? —insinuó con falsa timidez Alfonso Paz—. Sólo le falta decir al líder de la derecha que es una propuesta anarquista. Así tendríamos ya completa la maravillosa confusión. Así que ustedes quieren ir debilitando el Estado para que engorden todavía más los peces grandes. No me extraña que sigan siendo ustedes el principal partido de la oposición per saecula saeculorum. En el fondo han sido las presiones de su partido y las de los grupos que hay detrás lo que han provocado la ruina del erario público al subir sin parar las asignaciones por cada hijo, de sangre o adoptado. Ya sé que la decisión ha sido nuestra, no me haga muecas. Pero las decisiones políticas no se toman en el vacío. Nosotros hemos sido respetuosos con las legítimas presiones de la sociedad civil, pero ahora añado que esas presiones se han visto fundamentadas por las prédicas de la sociedad religiosa. También es curioso que se preocupen por la familia los que no son capaces de fundar una.

—Mire, hasta ahí podríamos llegar —gritó enfurecido Graznar—. Ya está bien de anticlericalismo trasnochado. Comprendo que usted alardee de haber mantenido varias familias al tiempo, pero su desordenado ímpetu genésico no le da derecho a ridiculizar la libre vocación por el celibato de tantas personas dignas. Es usted académico de la lengua, pero de la lengua venenosa.

—Calma, señores —moderó el moderador, al tiempo que extendía las manos con gesto sacerdotal, que tan bien se correspondía con las alusiones del debate—. Nos estamos yendo del tema, que es muy concreto. Llevamos muchos años discutiendo estas cosas y esto no es una moción de censura de las de antes, ni un debate electoral. Nos convoca un asunto técnico serio. Comprendo que el líder de la oposición se resista a sugerir un nuevo impuesto. Está en su derecho, aunque en mi opinión lo suyo es la tradicional insolaridad de la derecha. Sus razones tendrá, sus razones y sus intereses. Pero éste es el pluralismo que nos hemos dado y que protege tan celosamente nuestro Líder Modélico, que por eso es y debe ser vitalicio. La ciudadanía tiene derecho a conocer el abanico completo de todas las opiniones. Hemos escuchado el contraste del principal partido de la oposición. En realidad, no nos aporta ninguna salida a nuestro dilema. Gracias de todos modos, para que se vea que no somos arrogantes. Nuestro próximo invitado…

—Cuestión de procedimiento —de nuevo se oyó la risita a destiempo de Graznar—. Parece que se le ha pasado el trámite de la votación. Es un curioso olvido que los televidentes sabrán apreciar.

—Perdone, en este punto tiene toda la razón. Entonces, veamos la pantalla, eso, que ya está terminado el cómputo. No está mal, ocho millones y pico de votos. Más de los que se podría esperar. Hay que tener en cuenta que se trata de una propuesta demagógica. Todo el mundo es partidario de que le rasquen los bolsillos lo menos posible. Pero a ver quién es el que se sentiría a gusto con las calles sin asfaltar. Luego son ustedes los que más se quejan de la inseguridad ciudadana y todo eso. Ahora sí que tenemos que pasar a la próxima intervención. Vamos de un extremo a otro.