Luis Umbría
En el momento de la teleconferencia desempeñaba el cargo de ministro de Televisión, Telecomunicaciones y Transportes —el todopoderoso MTTT—, acaso el alto cargo con más amplias competencias. A Umbría se le llama coloquialmente «hiperministro» y a su departamento se le menciona en la retórica oficial como «la columna vertebral del Estado». No se olvide que en 1999, la subcomunidad española era ya una potencia en informática y electrónica, uno de los logros más indiscutidos del «fecundo felipato».
A pesar de desempeñar un puesto con tanta responsabilidad, Luis Umbría saca tiempo para hacer lo que más le gusta, que es escribir una columna diaria que aparece simultáneamente en más de cincuenta periódicos y se reproduce en varios teletextos. Algunos críticos señalan que puede ser el sucesor más calificado de Gómez, acaso por las inmejorables conexiones que mantiene con las empresas aeroespaciales de Alemania y Japón. Desde luego se ha ganado a pulso el título de «el listo contemporáneo» con que se le conoce en los mentideros de Bailén. Es miembro permanente de la Comisión Multilateral con sede alternativa en Boston y Varsovia. Es una personalidad brillante y mordaz, presto a cualquier comentario, animado de su eterna sonrisa, que deja ver unos incisivos demasiado prominentes. Hay quien dice que no es que sonría, sino que los dientes no le dejan cerrar la boca. Su rostro es muy conocido por el público, ya que es asiduo de las teleconferencias (una innovación suya, todo hay que decirlo).
Su aspecto más criticable es la inmensa fortuna que ha amasado en su larga estadía en el poder. Ni siquiera dimitió de Televisión cuando la retirada táctica de Gómez en 1991. Entendió entonces que su cargo era eminentemente técnico y, en efecto, fue confirmado por José María Graznar, el líder del PPPCDS, en su breve mandato.
Sus actividades económicas no se han desarrollado sólo en el campo de las telecomunicaciones o los transportes (la red de trenes monoviga, o RTM, ha sido una de sus iniciativas a título particular). En compañía de Enrique Rascabola —íntimo amigo del caudillo Gómez— ha montado una de las mayores empresas del ramo del ocio, el de más indudable futuro: LEISURE, S. A. Es una empresa integral de espectáculos populares, que incluye boxeo y artes marciales, toros, safaris y carnavales. La empresa se beneficia, como es lógico, de la capacidad de difusión que tienen los servicios públicos de teleconferencia y telespectáculo. Aquí es donde entra la conexión alemana y japonesa, puesto que todo ello se hace por satélite.
El cargo de ministro de Televisión, Telecomunicaciones y Transportes —como decimos, un superministro— se lo ganó a pulso Umbría tras su paso por la antigua Compañía Telefónica y la primitiva TVE. Al acceder a ese segundo puesto, confesó humilde que se quedaría satisfecho con dejar el mismo recuerdo que en Telefónica. La verdad es que no pasó desapercibido el hombre. Su logro más sonado como superministro fue lo que él mismo llamó «el huevo de Colón», nada menos que el fin de las huelgas endémicas en los transportes y las comunicaciones. La solución consistió en automatizar al máximo las operaciones. En 1995 no quedaba prácticamente ningún puesto de trabajo en los transportes y las comunicaciones que no fuera técnico. Las operaciones rutinarias se realizaban por robots y otros dispositivos automáticos. La tarea más difícil fue la de Correos, pero también se resolvió. A partir de 1996 todas las cartas se enviaban automáticamente por fax a los respectivos domicilios. En el caso de los paquetes, una poderosa estación de trabajo avisaba por teléfono del envió y el interesado se personaba a recogerlo en la oficina de Correos, en donde operaba además un dispositivo de cajetines neumáticos que hacían prescindible la mano del hombre. En 1997 se eliminó la conducción manual en trenes y aviones. Las operaciones de billetaje y reservas fueron sustituidas por impulsos electrónicos en las estaciones de trabajo de los respectivos domicilios. Para esas fechas casi todos los hogares contaban con CEM (consola electrónica mínima), la base de otros muchos servicios, como la enseñanza o el diagnóstico sanitario.
Es conocido el contumaz enfrentamiento de Luis Umbría con el que fuera vicepresidente Alfonso Paz, aunque oficialmente no se hable mucho de ello. Los dos son poderosos y se temen mutuamente. Se distinguen ambos por su extremosa facundia. Compiten en una gran cultura y en sus hábitos dialécticos. Representan, respectivamente, las alas liberal y radical del Partido Socialista Nacional de los Trabajadores y Trabajadoras de la Subcomunidad Española (PSNTTSE), como se le conoce de forma oficial después de la crisis de 1992. Precisamente fue Luis Umbría quien propuso la nueva denominación. El nuevo marbete fue rechazado, entre otros, por Alfonso Paz, debido a su extraña similitud con la denominación oficial del antiguo Partido Nacional Socialista de los Trabajadores de Alemania. Así mismo se opuso Nicolás Cuadrado, lo que precipitó su defección y, poco tiempo después, la constitución del Partido Laborista. La verdad es que las nuevas siglas del partido oficial se corresponden bien con los aires nacionalistas e interclasistas del socialismo español bajo el mandato vitalicio del caudillo Gómez. Habla Umbría.
—En la era tecnotrónica los impuestos deben ser más imaginativos. Es aparente que todos los ciudadanos utilizan la línea telefónica y además la frecuencia de su uso se establece en relación a sus ingresos, más aún si se trata de la estación de trabajo. Puesto que son esos ingresos los que deben determinar el montante de los impuestos, nada más sencillo que estimar ambos parámetros. Una manera puede ser ésta. Cada vez que se utiliza la CEM (retrograbador, multifax, videófono, etc.) se puede registrar automáticamente si la señal es óptima o defectuosa. Como es sabido, dada la acumulación de la demanda telefónica, la mayor parte de las veces tiene lugar una comunicación defectuosa por saturación o interferencia. El aparato de registro puede anotar las veces en que la señal es óptima y en esos casos envía un impulso a la cuenta del abonado que se conecta instantáneamente con el Ministerio de Represión Fiscal a través del NIF (Número de Identificación Fiscal). Basta aplicar un baremo y los usuarios pagarían automáticamente una tasa por cada llamada que hicieran sin defectos. De esta forma se conseguiría el ideal de que el pago del tributo tuviera lugar en un momento satisfactorio para el contribuyente. El único inconveniente de este sistema es que el número de interacciones telefónicas sin interferencia o saturación es realmente escaso, casi una rareza en las horas punta. Tanto es así que, de acuerdo con las tendencias privatizadoras, hemos implementado una serie de concesiones para la instalación de líneas telefónicas privadas, en muchos casos un solo cable óptico de abonado a abonado. Con este sistema no es posible aplicar la tasa propuesta, pero en esos casos se puede añadir una corrección. Bastaría con elevar el canon de la concesión de las líneas privadas, además de regular la tasa de instalación de la CEM. Aprovecho la ocasión de esta teleconferencia para indicar que es todo un éxito de la política económica de este Gobierno el hecho de que la demanda telefónica se halle cada vez más insatisfecha. Nada menos que hay una lista de dos millones de hogares que tienen solicitado un videófono. Quiere esto decir que el nivel de vida de los ciudadanos y ciudadanas sigue subiendo, por encima incluso de las previsiones del Gobierno. Mi departamento ha asumido recientemente los sistemas de transporte público, cada vez más versátiles y asociados con las redes de telecomunicaciones. Después de todo, los trenes ya no necesitan conductor, y mucho menos revisores, un hecho que todavía no han sabido digerir los sindicatos. Aquí se podría diseñar un impuesto complementario también de fácil manejo y con el mismo principio de equidad fiscal. Se traduciría en cobrar el tributo en el momento en el que el contribuyente recibiera una satisfacción. El nuevo impuesto se llamaría «prima de la puntualidad» y consiste en cobrar un suplemento al viajero si se cumple la condición de que el tren o el avión llegan a su hora. De esta forma se apagarían las numerosas quejas que en estos momentos tenemos sobre la impuntualidad de los «trenes de alta velocidad», por causas puramente técnicas, como es sabido.
—Un momento, señor Umbría —le cortó el moderador—. Aquí estamos hablando de cuestiones globales, no privativas de cada ministerio. Le agradecería que hiciera usted sugestiones más plausibles.
—Pido apologías al moderador —siguió Umbría con su mejor sonrisa—. Pongo ejemplos de mi departamento, pero el principio puede ser aplicado a todos los demás servicios públicos. Así, los estudiantes no pagarían una tasa de matrícula, sino una tasa por aprobado, que sería más alta si obtuvieran sobresaliente. En la sanidad la cosa está más clara. El hospital sería gratuito si el enfermo se muriera, pero no si se curara. Cuanto más grave fuera la enfermedad y más exitosa la curación, tanto más alta sería la tasa a pagar. Se podría incluso establecer un baremo de rebajas para los pacientes que llevaran al hospital el material quirúrgico imprescindible (gasas, tijeras, termómetros, etc.). No es un invento mío esto que propongo. Se está estudiando en Australia (que, como saben, es el próximo candidato para ingresar en la Comunidad). Allí lo llaman «impuesto satisfactorio». La idea es todo un acierto psicológico, que es el que se aplica, por ejemplo, cuando se cobra a un ciudadano una tasa por recibir algo que aprecia, sea un título académico o el carné de importador de niños. No hay por qué restringir el principio a unos pocos supuestos. Al revés, el Estado del bienestar concede tantas ventajas y satisfacciones que resulta legítimo cobrar un impuesto por cada acto satisfactorio que emane de la acción de gobierno.
—Perdone que le interrumpa, abusando de mi carácter de moderador —cortó meloso José Morrell—. Veo un pequeño fallo lógico en su innovación. Si los impuestos son siempre como consecuencia de un acierto de los servicios públicos, habría que convenir, en buena lógica, en que el Estado debe satisfacer un canon al contribuyente siempre que el servicio público sea defectuoso. Esto podría provocar un aluvión no ya de críticas, sino de malas tripas, como decía Alfonso Paz, bueno, Juan de Mairena.
—Está todo previsto —se iluminó la sonrisa de Luis Umbría—. En primer lugar, los psicólogos saben que los refuerzos positivos cuentan más que los estímulos negativos; vaya, la zanahoria más que el palo. Todas las decisiones sobre esta materia pueden ser explicadas y explicables. Hay que partir de que el Estado obra de buena fe. Las lagunas del servicio público son básicamente por saturación, no sólo en el caso de la línea telefónica, que es obvio. Si sabemos explicar esto a la ciudadanía, como repite nuestro Líder Modélico, las quejas no surgirán más que en los resentidos de siempre. No hace falta recurrir a la compensación económica por parte del Estado cada vez que los servicios públicos funcionan mal. No hay mala voluntad en ello. Es un puro azar. Esta es la auténtica filosofía socialista. La gente va a estar encantada con el nuevo impuesto. A ver quién no pagaría gustoso un doble franqueo en las cartas si supiera que éstas van a llegar puntualmente a su destino. Pues así todo. En el fondo es la idea de la propina. La gente da propina en un bar o restaurante cuando queda especialmente satisfecha de la consumición, de la compañía, del ambiente. Es un dinero, éste de la propina, que se da con gusto porque acompaña a una satisfacción. Pues lo mismo en el caso del nuevo impuesto. Todo consiste en saber aplicar la psicología a la trama fiscal. Necesitamos menos ideología y más ingeniería del conocimiento. Esta es mi reflexión.
—¿Puedo discrepar? —se oyó la voz y se vio en seguida la imagen de Nicolás Cuadrado—. A mí esto, la verdad, me suena a la vieja tecnocracia. Como cuando el señor Umbría propuso lo de la obligación de una fotografía holográfica del interesado para incluirla en todas las instancias, recursos y demás papeles oficiales. La idea era la de crear una especie de monopolio oficial, dependiente del MTTT, para la expedición de tales holografías. Fue un fracaso porque pronto se comercializaron las maquinitas coreanas con las que cada uno se podía hacer, baratísimas, todas las holografías del mundo.
—Hombre —interrumpió colérico Umbría—, todos sabemos quién estaba detrás de las famosas maquinitas coreanas, así que mejor será no menearlo. En la sugerencia que acabo de hacer no hay nada tecnocrático, sino que es la esencia de la democracia participativa, el régimen original que nos hemos dado y que en este momento desean copiar tantos países.
—Todo eso está muy bien —arguyó el moderador—, pero estoy mirando la pantalla del retrograbador y su propuesta no recibe muchos votos. Vamos a ver. Apenas medio millón. Luego los sociólogos estudiarán de dónde proceden y los comentarios que emiten. De momento tengo que decirle que el juicio popular es éste. La gente no está convencida de que hay que pagar cada vez que le atienden bien en una oficina pública. No sabemos si es escepticismo o falta de espíritu cívico. De desagradecidos está el mundo lleno, señor Umbría. Vaya tomando nota. Vamos con el siguiente invitado.