CAPITULO 1

La teleconferencia

No es realmente un palacio. Se trata más bien de una estudiada combinación de cortijo, casona y mansión señorial. Se encuentra en medio de un extenso cazadero en las fragosidades de Sierra Morena. El edificio presenta ribetes andalucistas, pero podría pasar por una construcción italiana. Destaca el color, un amarillo Schönbrun que sólo puede gozarse en Viena o en Italia; también aquí. El Palacio de El Olivar fue rehabilitado para el Líder Modélico hace algunos años con ocasión de las celebraciones de 1992 y, los últimos remates, con los dineros rebañados del presupuesto de la Comisión del Segundo Milenario. Al principio, el Presidente venía sólo de montería, muy de tarde en tarde, pero pronto se resintió de tanto helicóptero y empezó a habitar el palacete semanas enteras. Por razones de seguridad, se dijo. Más bien para huir del «Kremlin» de La Moncloa, demasiado pegado ya al Centro Comercial del Manzanares, con sus elefantiásicos rascacielos. Hasta que la capital de la subcomunidad se trasladó a Bailén y de ese modo la residencia del Presidente quedó dentro del perímetro capitalino.

Al Palacio de El Olivar el pueblo lo llama «La Casita del Labrador». No es sólo la ironía por el mimetismo con los Borbones dieciochescos, sino que alude a la pasión del caudillo Gómez por las labores del campo. También él suele jugar a pastores, como los cortesanos de Versalles. Siempre dijo que quería ser realmente un campesino, un pescador. Lo ha conseguido. El Olivar no es únicamente una finca de recreo, sino que cuenta con una esmeradísima explotación agraria: cultivos hidropónicos, piscifactoría, estación animal. Hasta ha recibido el título de empresa agraria ejemplar, lo que le permite al Presidente obtener la subvención especial que se concede en Bruselas dentro del Programa de Fondos Preferenciales para las Novísimas Tecnologías Alimentarias.

El nombre de El Olivar es un recuerdo de no lejanas fechas cuando todas estas lomas se hallaban cubiertas de plateados olivos. Hoy sólo queda alguno como recuerdo, magro y retorcido, que ya ni cadillo produce. El cambio climático de los últimos años ha obligado a sustituirlos por plataneras, poinsetias, palmeras datileras y demás flora subtropical.

El patio principal de El Olivar, grandísimo, contiene una alberca de aguas verdosas, con nenúfares y orquídeas. Hay una pajarera gigantesca en donde conviven pacíficamente aves del paraíso, pavos reales, guacamayos y aguiluchos, entre otras raras especies de pluma. El hostigo aparece cerrado con una gran cristalera y se ha climatizado para guarecer una muestra de plantas boreales: abedules, hayas, helechos, líquenes. El Presidente suele veranear en el Balneario de Narvik, en Noruega, y siempre se trae algunas muestras de la flora ártica, tan reducida ya, después de los recientes trastornos climáticos.

La escena tiene lugar en el porche principal de El Olivar, en una tórrida tarde del mes de mayo de 2002. En aquel tiempo casi todo el año era verano, un verano lluvioso además. Era la consecuencia del «efecto invernadero», que paradójicamente se acrecentaba con el desmedido uso de las instalaciones de aire acondicionado. El Presidente acababa de despachar con la Comisión del Tercer Milenio. El ministro de Represión Fiscal, José Morrell, entró sin hacerse anunciar. Tenía los ojos más saltones que de costumbre y fruncía los labios en un gracioso mohín entre afectado y sensual. El sudor brillaba sobre la reluciente calva. El cuerpo se le quebraba al andar de puro hético. Su voz era meliflua, sus maneras jesuíticas:

—Presidente, tengo que hablar contigo ahora mismo, si no te importa. Es una emergencia. No me digas que no.

—Pepito, hijo, te he dicho que me llames «Señor Presidente» —le replicó solícito el avejentado Líder Modélico, todo ojeras y papada, de ojillos achinados y zumbones, tez amarillenta. Estaba recostado sobre una floreada hamaca tropical, regalo del dictador Pérez, de Venezuela, y se abanicaba con desgana. Tenía puesto el monitor holográfico de aprendizaje del inglés y lo apagó con un gesto paciente que invitaba al ministro a que siguiera.

—Señor Presidente, se ha de hacer algo para tirar adelante. Lo que me temía ha sucedido. Hemos hecho tantas desgravaciones para fomentar la nupcialidad, la natalidad y el ahorro que en la declaración de la renta de este año prácticamente todas han dado negativas. Va a ser muy difícil contener la noticia. Ya sabes que a Miguel Ángel Almiar le ha dado ahora por jugar a independiente en la agencia FG. Para empezar, acuérdate que no le ha gustado nada que hayamos cambiado el antiguo nombre de EFE. Bueno, hemos llegado a un compromiso para evitar la ruptura simbólica con el régimen anterior. Pues lo mismo habría que hacer en este tema del impuesto sobre la renta.

El Líder Modélico miró cejijunto a su ministro por encima de las gafas. Su boca se cerró en un gesto enérgico antes de hablar. Luego musitó como quien piensa en voz alta:

—Hay que explicar a la ciudadanía nuestro proyecto de futuro para que lo entiendan bien. Hay que ser autocríticos. No hemos acertado a explicar nuestra plataforma básica. A mi juicio, se trata de una cuestión básicamente comunicológica.

La voz del edecán salió todavía más queda y afectada. Jadeaba espesa por el calor o por la dificultad de la entrevista:

—Sí, les vas a explicar tú que a Mario Marqués, después de haber llegado hace dos años al «Banestovizbao», Represión Fiscal tiene que devolverle sesenta millones de ecus. Por cierto, habrá que pagarle con un cuadro de El Prado. Y así todos los demás. Isabel Kreisler, con cuatro matrimonios y nueve hijos (cinco de ellos adoptados), ha logrado desgravar tanto que tenemos que devolverle más de doce millones de ecus. ¿Quieres que siga?

—Pepito, llevas en esto de los impuestos, de alguna manera, más de quince años. Tú invéntame algo para reconducir el debate. Es obvio que para eso te pago.

—Señor Presidente, el impuesto general sobre la renta no nos sirve. Tampoco podemos eliminarlo de golpe, pues es el que nos permite fomentar que la gente se case y tenga hijos. Si no fuera por este estímulo todavía tendríamos que importar más criaturas para adoptarlas, más de doscientas mil el año pasado, casi todas de color. Así no podemos seguir. Vamos a ser un pueblo decadente, de mulatos. Antes de llegar a ello hay que hacer algo. Desde hace unos años casi todos los conflictos, de alguna manera, son conflictos raciales o fiscales. Se han de diseñar sistemas tributarios más imaginativos…

El Líder Modélico se sabía ya el discurso (que los críticos llamaban racista) y le cortó tajante con un gesto enérgico que se reflejaba en la arruga vertical del entrecejo:

—Que se abra un gran debate global. Quiero que todos se retraten. Que cada palo aguante su vela, eso es lo que digo, que cada palo aguante su vela.

Dicho y hecho. Un refrán del Líder Modélico era una orden. ¿No le acusaban de ser personalista? Nada más legitimador que un gran debate —pensó en voz alta el ministro Morrell. Él lo podría organizar muy bien. Tendría que ser por teleconferencia, retransmitido en directo por todas las cadenas. Se les podría hacer un precio especial por ser de inserción obligatoria. Que dieran su opinión todos los interlocutores sociales. Que expusieran los líderes políticos las dificultades para satisfacer el gasto público y sobre todo que aportaran ideas para establecer impuestos alternativos. Se necesitaba un nuevo tributo que se pagara con gusto (es un modo de hablar) y que viniera a sustituir al fallido impuesto general sobre la renta, si bien se mira una reminiscencia de la dictadura anterior. Lo que no se podía era alterar el esquema de desgravaciones. De lo contrario, nadie ahorraría nada y casi nadie querría tener hijos. Había que cortar el exceso de adopciones de niños africanos. No era cuestión tampoco de abusar de la práctica de la expropiación sin indemnización que con tanto éxito se había aplicado hacía unos años en los casos de Tumasa y El Corty Británico. Sus pensamientos se vieron alterados por el soliloquio del Presidente. Es como si hubiera leído esos pensamientos:

—Pepito, hijo, lo que quiero es pluralismo al máximo nivel para consolidar aún más el arco parlamentario. No hay que descartar ninguna hipótesis, pero si todas las palabras se toman como yo las digo, es decir, si eso no se traduce en que yo digo que aquí se va a convocar, hay alguna posibilidad de que se convoque la próxima teleconferencia sobre este tema. Quiero que parezca todo espontáneo, como siempre. Tenemos que objetivizar el análisis. Seleccióname los interlocutores políticos que mejor se expresen. No dejes de llamar a los líderes de los principales partidos, por lo menos Graznar y Laguita. Hasta puedes invitar al viejo Nicolás, que desde que es secretario general del Partido Laborista ya ni nos habla. Si sigue así le quitas la subvención y en paz. Por cierto, dile a Alfonso que organice unas discusiones sobre lo de la teleconferencia en todas las agrupaciones y en los clubes Divino Tesoro. Por algo son la obra predilecta del régimen. Tendrán que mojarse los intelectuales, tendrán que mojarse los intelectuales. Que tire de la lista de premios y al que no se reporte de inmediato, fuera subvención. El que mama, que no llore.

La teleconferencia sobre el gran agujero fiscal y sus remedios fue calificada por algún crítico como «un monumento electrónico a la tradición del arbitrismo español». El crítico pertenecía, naturalmente, a una de esas infames tertulias de la radio, una vieja institución que no ha logrado desaparecer del todo, a pesar de las numerosas protestas que sigue generando. Menos mal que en el programa semanal de la teleconferencia se consiguió bloquear automáticamente todas las señales de radio, de televisión y de vídeo, de tal forma que sólo quedaba expedita la que transmitía la teleconferencia. De esta forma se logró un techo en la audiencia difícil de igualar: treinta millones de espectadores. Tantos no podían estar equivocados. La audiencia récord no sólo se consiguió por el estímulo del sorteo instantáneo de un coche eléctrico por cada millón de televidentes. Existía un verdadero interés por estas cuestiones. No hay más que recordar el anterior programa de la teleconferencia sobre si se debía introducir la pena de muerte para los casos más graves de delito fiscal o de opinión desestabilizadora.

Unas palabras sobre el formato de la teleconferencia por si algún lector no estuviera familiarizado con el género. Se trataba de un debate en el que los participantes discutían a través de su visión recíproca en la pantalla del televisor. Cada uno estaba en su sitio, normalmente su despacho. Delante tenía dieciséis pantallas, dos enteras y otra dividida en catorce cuarteles. En una de las enteras se veía y se oía al que estaba en el uso de la palabra; en la otra aparecía siempre el moderador. En las restantes se podía ver el gesto, aunque no la voz, de los demás. El sistema exigía una gran disciplina en el turno de intervenciones y réplicas. Era imprescindible que únicamente hablase una persona al tiempo, que era la que pasaba a una de las pantallas grandes. El esquema visual se repetía para los televidentes que tuvieran una estación de trabajo, aunque en este caso mejor hubiera sido llamarla «estación de ocio». Había además una infinidad de estas estaciones en todos los lugares públicos, incluidos trenes y aviones.

Las intervenciones eran en principio de diez minutos. A partir de ese tiempo, un pequeño electrodo implantado en la oreja de cada orador recibía una pequeña señal eléctrica que empezaba a afectar al lóbulo del habla. La sensación no era dolorosa; un simple zumbido que se hacía cada vez más intenso hasta que impedía seguir hablando. Naturalmente, sólo lo percibía el orador. Si persistía en hablar a partir del inicio del zumbido, podía llegar a la afasia momentánea. De todas formas, este control era potestativo del moderador, quien podía activarlo o no, con mayor o menor intensidad, según aconsejara la situación del debate. El sistema se había instalado antes en el Parlamento con notables resultados. Se conoció en seguida por «el rodillo electrónico» o por «el aparato». La frase del presidente del Congreso era invariablemente la de «¿Le funciona el aparato a su señoría?». Aunque aludía a una especie de cuchufleta de años atrás, la frasecita fue protestada muy en serio por la minoría de diputadas, a causa de sus connotaciones machistas.

La teleconferencia sobre la crisis fiscal duró tres horas largas. Aquí se va a seleccionar lo fundamental, las intervenciones más destacadas. Eliminamos los numerosos comentarios que se fueron acumulando a partir de los retrograbadores. Como suele suceder en estos casos, pertenecen muchos de ellos al género escatológico. La institución del retrograbador es una mezcla del Defensor del Pueblo y de las pintadas en los servicios de caballeros. Se registran las quejas, los exabruptos, las protestas y también las frustraciones. Aunque un código secreto permite identificar cada una de las grabaciones con el correspondiente NIF (Número de Identificación Fiscal), hay recursos para burlar ese control. Por ejemplo, la mayoría de las respuestas con comentarios se suelen emitir desde las pantallas situadas en lugares públicos. País de pícaros.

La transcripción del debate revela el alto sentido de libertad y pluralismo que reina en la subcomunidad española «en estos momentos liminares del milenio», como acostumbra a decir Alfonso Paz. Bien es verdad que casi todos los participantes ostentaban altos cargos, pero, por eso mismo, representaban al pueblo y éste es soberano. Como es natural, estamos hablando de democracia participativa. La mejor prueba es la presencia de algunos líderes de la oposición y naturalmente la acción de los retrograbadores.

El debate comenzó con la introducción del que iba a actuar de moderador, el ministro de Represión Fiscal, José Morrell:

—Bien, señoras y señores, una vez más estamos aquí en la teleconferencia de cada mes. Para que se hagan una idea, éste es un debate libre, a la manera de como se desarrolla La Llave que dirige José Luis Botín en una de las cadenas privadas desde hace más de diez años; primero lo había hecho en la pública. La diferencia es que aquí no ponemos película antes. Les voy a introducir a los participantes. Son caras conocidas de todos ustedes. Llevan muchos años saliendo en los telediarios: Alfonso Paz, Luis Umbría, Joaquín Menina, José Rodríguez de la Burbuja, José María Graznar, Julio Laguita, Carlos Tomillo, Georges Maura, Nicolás Cuadrado, Francisco Hernández Bermúdez, José Luis Rastacueros, Manuel Chapines, Narciso Terra, Enrique Música Hatroz y Rosa Marqués. Es el orden en que los ven ustedes en la pantalla múltiple y por el que van a intervenir. Se trata de un puro azar. Cada uno está en su despacho, pero todos se están viendo en la pantalla. La imagen principal elige siempre al que está hablando, acaba de hablar o va a empezar a hablar. Por eso me permito decir a nuestros invitados que no se interrumpan mucho porque entonces el monitor automático tarda en «pinchar» la imagen. Gracias anticipadas a los participantes por su colaboración. Ya saben el tema de esta noche: «El gran agujero fiscal y las soluciones para taparlo». Hemos preferido un título poco técnico para indicar que el tema está en la calle y que se necesitan todas las opiniones. Este programa, como los otros, ha sido patrocinado por Galerías Depreciadas, empresa a la que damos las gracias. Así que vamos a empezar. La idea es que cada uno de los participantes nos vaya dando sus argumentos para sustituir, con un nuevo impuesto, la pérdida que significa que en el Impuesto General de la Renta de las Personas Físicas este año casi todas las declaraciones hayan dado negativas y, por tanto, que el Estado tenga que devolver una cantidad ingente de dinero. Anticipo que, como no hay suficientes recursos en el Tesoro Público, muchas devoluciones serán en especia. Por fortuna, el Patrimonio Subcomunitario es rico. Todo esto es un gigantesco desafío, un reto enormemente importante para estimular la imaginación. Se ruega a los televidentes que utilicen el botón de su retrograbador para apoyar con sus votos los argumentos que vayan escuchando. La intervención que reciba más votos será la que prospere de cara a confeccionar el correspondiente decreto del nuevo impuesto, a falta, obviamente, del refrendo presidencial. Este sistema interactivo es mucho más democrático que el que se empleaba en el antiguo Parlamento, antes de la última reforma constitucional. Ahora es el pueblo el que decide directamente sin intermediarios. Por eso es la nuestra, después de la última reforma constitucional, una verdadera democracia de participación. El Parlamento ha quedado sólo para los actos solemnes, que lo son más que antes, y el trabajo más técnico de las comisiones. Todo ello ha supuesto una importante profundización de las instituciones. Pero vayamos al grano, que el tiempo corre. El señor Alfonso Paz tiene la palabra.