Nota del editor

Casi todos los nombres propios de esta narración —excepto los históricos y geográficos— son ficticios. Cualquier semejanza con personajes o títulos de la realidad será obra de la imaginación del que leyere. También es verdad que algunas de las frases que pronuncian los personajes de esta sátira corresponden a expresiones que en su día se dijeron por individuos de carne y hueso. El lector curioso podrá detectar fácilmente esas frases si tiene buena memoria o si realiza una excursión hemerográfica. Las intervenciones de los personajes proceden de las transcripciones de la teleconferencia que en seguida se narra. Apenas se han añadido correcciones de vocabulario o de sintaxis para dejar constancia del habla y del estilo de cada interlocutor. Algún hermeneuta más escrupuloso podrá investigar hasta qué punto algunas partes del discurso del caudillo Gómez son traducción casi literal de las ideas del pensador norteamericano George Henry. Si así fuera, la responsabilidad sería de Gómez, no del autor, cuyo trabajo ha sido más de notario que de escoliasta. Tampoco responde el autor de los numerosos barbarismos —y hasta de alguna barbaridad— que se deslizan en la prosa de algunos teleconferenciantes. Hablaban así realmente en el 2002 y su jerga no sonaba demasiado extravagante en aquellos tiempos.