Cuando supieron que iba a volver a aquellos lugares, me pidieron que les trajera noticias de Tereza Batista y escribiera algunas de sus anécdotas. Y es que en el mundo gente curiosa no falta.
Así es que anduve haciendo mis averiguaciones, por aquí y por allá, en las ferias del sertón[4] y por los muelles y, con el tiempo y la confianza, poco a poco, me pusieron al tanto de enredos y sucesos, unos divertidos, otros tristes, cada cual según su punto de vista y su entendimiento. Reuní todo lo que oí y comprendí, retazos de historias, sonidos de acordeones, pasos de baile, gritos de desesperación, ayes de amor, todo mezclado y atropellado, para los que desean tener información sobre esa muchacha de cobre, sus quehaceres y sus andanzas. No es mucho lo que tengo que contar; la gente de esa región no es muy conversadora, y los que más saben no quieren hablar para no pasar por mentirosos.
Las aventuras de Tereza Batista transcurrieron en el país circundado por las márgenes del río Real, en las fronteras de Bahia y de Sergipe, hacia el interior también un poco, en la Capital. Tierras habitadas por una nación de caboclos[5] y pardos, cafuzos[6], gente de poco creer y de mucho hacer, menos los de la Capital, mulatos vagos, dados a canciones y batucadas[7]. Cuando digo Capital General de esas poblaciones del norte, todos saben que me refiero a Bahia, a la que algunos llaman Salvador, nadie sabe por qué. Y no me interesa discutir sobre eso cuando el nombre de Bahia es conocido hasta en la corte de Francia y en los hielos de Alemania, sin hablar de las costas de África.
Deben disculparme si no cuento todo, punto por punto. Es que no sé todo. ¿Hay alguien en el mundo que sepa toda la verdad sobre Tereza Batista, sus trabajos y sus holganzas? No lo creo, ni mucho menos.