La última vez que vi a Tereza Batista fue en un terreiro[1], en febrero pasado, en la fiesta del cincuentenario de la mãe-de-santo[2] Menininha de Gantois, cuando toda vestida de blanco, falda acampanada y bata de encaje, pedía de rodillas la bendición de la iyalorixá de Bahia, cuyo nombre escribo aquí, por esa razón y muchas otras, el primero en esta rueda de amigos del autor y de Tereza; siguen los de Nazareth y Odylo, los de Zora y Olinto, los de Inas y Dmeval, los de Auta Rosa y Calá, de la niña Eunice y Chico Lyon, los de Elisa y Alvaro, de María Helena y Luiz, de Zita y Fernando, de Clotilde y Rogério, amigos de aquende y allende los mares, pues la mãe Menininha y el autor de este libro, además, somos los dos del más allá, del reino de Ketu, de las arenas de Aioká, somos de Oxossi y de Oxum. Axé.