Ypsilon es una letra fina, letra de sabios y de liantes; por metida a defensora de pobres y curandera, llamaron a Tereza, Tereza do Ypicilone e Tal. En la fiesta de la macumba la aclamaban como Tereza de Omolu.
En la época de la viruela, la curandera Arduína no tuvo un instante de reposo; ganaba sus monedas rezando, conjurando la enfermedad, curando a algunos ya contagiados; no a todos, claro, porque sólo podía salvar a aquéllos en cuyos pechos no hubiese entrado el miedo; en consecuencia, muy pocos. Fue cuando el pai-de-santo Agnelo no dejó de darle a los atabales y de sacarle canciones a Obaluaiê, aun cuando las filhas-de-santo se redujeron a tres, pues las demás habían huido o estaban en el lazareto. Tal como se dijo, el Viejo no faltó en la emergencia y, montado en Tereza Batista, Omolu expulsó la viruela de Buquim y venció a la peste negra.
Así es que cuando de Aracaju arribó un equipo compuesto de dos médicos y seis enfermeros diplomados para vencer la irrupción de viruela, se encontraron con que ya estaba vencida; aunque en el lazareto todavía seguían gimiendo dos enfermos, hacía más de una semana que no se registraba un nuevo caso ni había muertos para enterrar. Circunstancia casual que no impidió que los componentes del equipo fuesen elogiados como es debido en un comunicado oficial muy entusiasta de la Dirección de Salud Pública, por el coraje y por la devoción puestos a prueba en la, de nuevo, definitiva erradicación de la viruela del estado de Sergipe. Igualmente se hizo justicia con el joven doctor Oto Espinheira, quien al frente de la dirección del Puesto de Salud de Buquim había tomado las medidas iniciales y decisivas para obstaculizar el avance de la epidemia, debiéndose a su competente dedicación, comprobada por todos, la organización de la lucha y el incansable combate del mal.
—Quisiera ver si el doctorcito Week-end todavía tiene coraje para volver por aquí… —bromeó el farmacéutico Camilo Tesoura, pero por su lengua contumaz nadie le prestó oídos y el director del Puesto, de vacaciones en Bahia, ganó el prometido ascenso. Prometido y justo.
Habiéndose adherido al nuevo gobierno el padre de la apresurada Juraci, también la hija fue promocionada, pasando a enfermera de primera clase por los relevantes servicios prestados a la colectividad durante la irrupción de viruela en Buquim, y en seguida se casó, pero no fue feliz, porque su naturaleza agria no le permitía una convivencia alegre. Sólo Maxi das Negras no tuvo promoción y siguió como simple enfermera, feliz de haber escapado con vida, con una historia para contar y un recuerdo.
La gente volvió a sus casas, de nuevo se vieron chicos y perros merodeando por las montañas de basura de Muricapeba en busca de restos de comida. Los urubus se esparcieron por el campo, de cuando en cuando desenterraban algún sepultado metido casi a flor de tierra y en él mataban su hambre.
En agradecimiento y júbilo se realizaron dos ceremonias religiosas.
En el sitio de Agnelo, en Muricapeba, Omolu tuvo su fiesta y su baile en medio del pueblo, al ritmo de opanigé[107]. Primero bailó Ajexé, Omolu apestado, que muere y renace en la viruela, cubriendo con un paño las pústulas del rostro; después bailó Jagun, Obaluaiê guerrero, el manto color marrón como la viruela negra; al final bailaron juntos y el pueblo saludó al Viejo con la mano en alto repitiendo, ¡atotó, padre mío! Vinieron los dos Omolus y abrazaron a Tereza; era de los suyos, le limpiaron el cuerpo y lo cerraron a toda y cualquiera peste para la vida entera.
La procesión salió de la iglesia Matriz llevando al frente al Vicario y al Alcalde interino; los dos notables cargaban las tablas con las imágenes de San Roque y de San Lázaro, Obaluaiê, Omolu de los blancos, y un gran acompañamiento popular. Fuegos artificiales, rezos, canciones, las campanas repicando alegremente.
Para irse de Buquim, donde ya no tenía nada más que hacer, Tereza Batista tuvo que vender algunas chucherías de su pertenencia al turco Squeff candidato a amante si se diera el caso; pero no se dio. Nunca más amante, ni siquiera compañera de aventuras, en busca de placer y tranquilidad; nunca más. Tereza a quien la muerte no había querido, abandonada por la viruela, ah, consumida por dentro por la fiebre, con un puñal clavado muy hondo en el pecho, va a partir hacia el mar para ahogarse. ¡Ay! ¿Januário Gereba, pájaro gigante, dónde estarás? Ni la muerte me quiso cuando fui desesperada a buscarla en medio de la viruela negra, sin ti, Janu de mi amor, ¿de qué me sirve la vida? Al menos quiero estar donde estás tú, seguir escondida tu rastro, mirar desde lejos el perfil de tu barco, padecer tu ausencia en la travesía, ¡ay! ¿a qué hora pasa el tren para Bahia? También Tereza quiere huir de la nostalgia atroz, de la desesperación.
Desde el atrio de la iglesia las beatas vieron pasar a Tereza Batista rumbo a la estación, sola. Una dijo —y todas estuvieron de acuerdo—:
—Mala hierba nunca muere. Murió tanta gente honrada y esa vagabunda que se metió hasta en el lazareto, no se contagió. Por lo menos la viruela podía haberle picado la cara.