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Rogério Caldas, el alcalde Papá Vacuna (el sobrenombre había tomado una estremecedora connotación, con la viruela suelta por la ciudad y la falta de vacunas), fue sepultado una tarde clara de domingo. Debido a las circunstancias, Buquim perdió la ocasión de un entierro grandioso, con banda de música, cortejo, alumnos del Grupo Escolar, soldados del Puesto de la Policía Militar, miembros de la Cofradía y de la Logia Masónica, las otras personalidades, discursos elocuentes que realzaran las virtudes del muerto; en fin, no todos los días se tiene la oportunidad de llevar al cementerio a un Alcalde muerto en el pleno ejercicio de su cargo. Escaso acompañamiento, breves palabras del Presidente de la Cámara Municipal, «sacrificado al deber cívico», afirmó refiriéndose al rápido fin del astuto administrador, en los últimos días verdaderamente desagradable a la vista y al olfato, pues las pústulas se desparramaban a lo largo de su cuerpo en grandes llagas infectas, formando la llamada viruela de canudo, viruela negra en el momento de la muerte. Para el común de la gente la viruela de canudo era una especie más virulenta, la más terrible, llamada la madre de la viruela, de todas las otras: de la negra, de la boba, de la varicela. En opinión del Presidente de la Cámara Municipal, el fallecido Alcalde, en el cumplimiento de su deber cívico, había experimentado la viruela para constatar su buena calidad, certificándose, antes de entregarla a la población del municipio, que se trataba de una viruela de primera clase, viruela mayor, viruela negra, de canudo, la madre de todas las viruelas.

El doctor Evaldo Mascarenhas fue el último en merecer, días después, acompañamiento y lamentaciones. Octogenario, sordo, casi ciego, medio caduco, arrastrándose por las calles, no se encerró en su casa ni se fue de la ciudad. Mientras el corazón se mantuvo, cuidó a los enfermos, a sus enfermos y a todos los otros de que tuvo conocimiento; había virulentos escondidos, con miedo al lazareto, sin medir sus fuerzas; con las últimas fuerzas de su organismo gastado, hizo lo que pudo, mucho no se podía hacer contra la peste. Fue él quien tomó medidas para organizar un lazareto, y la que ejecutó sus órdenes fue Tereza Batista, brazo derecho del doctor en esos trabajosos días antes de que el cansado corazón del viejo se parase.

Sólo tuvo tiempo de mandarle un recado a su colega Oto Espinheira, director del Puesto de Salud Pública; lo hizo por intermedio de Tereza: o llegan más vacunas con urgencia o todo el mundo se muere de viruela. Tras esa petición, por primera vez les falló a sus enfermos.