J

Jamás podría soportar el desencadenado deseo del doctorcito, sin horario y sin descanso; a cualquier hora quería y pedía, ciertamente pensando que ella también participaba de aquellas culminaciones. Así había sido el capitán, la tenía de esclava a su disposición, no le importaba la hora, ni el momento, ni el lugar. Como no había en Buquim otra cosa que hacer, no parecía sinrazón lo que hacía el desocupado doctor del Puesto de Salud: vamos a matar el tiempo, querida mía. Por gusto del doctorcito la noche se podía prolongar bien pasado el día, con los dos en la cama, sin otra ocupación que ésa, para Oto, de satisfacciones mutuas; y para Tereza, una penosa obligación.

Pero ¿cómo decirle, me voy, nada me retiene aquí, estoy cansada de representar, nada me cansa tanto, vine engañada, puedo ejercer de prostituta pero no de aunante y amiga? ¿Cómo decirle eso si había aceptado ir y él la había tratado con gentileza y hasta con cierta ternura que le surgía de la lujuria y que lo hacía menos cínico, casi grato? ¿Cómo dejarlo allí, en esa ciudad sin diversiones, sin nada para complacer el cuerpo? Pero tenía que hacerlo, ya no soportaba la máscara que la asfixiaba.

Duró cuatro días, el tiempo necesario para que las pústulas se abrieran en la ciudad invadida y condenada.