Había en Estância un edificio colonial, maltratado por el tiempo y la falta de cuidados, todo pintado de azul, y el doctor, en la serena tarde, había llamado la atención de Tereza sobre la maravilla de aquella arquitectura, mostrándole detalles de la construcción, enseñándole sin querer hacerlo, haciéndola entender lo que sola no podría. Ya no la mantenía escondida; al contrario, se esforzaba por que lo vieran con ella, por mostrarse a su lado.
El industrial (todavía no había sido elegido senador), bajo, achaparrado, con paso menudito, había cruzado la calle para saludar al doctor Emiliano Guedes, demorándose en la conversación, verboso, inquieto, eufórico, desnudando a Tereza con sus ojos lujuriosos. El doctor había tratado de cortar la charla, cortés pero secamente, con monosílabos, y, aunque el otro había insinuado una presentación, mantuvo a Tereza al margen del encuentro, para evitar que ese ricacho la rozara siquiera con una frase, con un gesto, con la punta de los dedos. Cuando finalmente partió, comentó con inusitada crudeza:
—Ése es como la viruela, corrompe todo lo que toca; si no mata deja la marca de pus. Es viruela negra, contagiosa.
Para escapar al contagio del industrial, Tereza se había marchado a Buquim, en caballería que transportaba el equipaje del médico del Puesto de Salud, bajo el nombre de amiga, cuando la otra viruela, la verdadera, arribó para exterminar al pueblo.
Fue preferible esa pudrición y muerte; peor era vivir con alguien sin más interés que el dinero. Ejercer el oficio de prostituta es una cosa, no impone obligaciones, no impone intimidad, no deja marca; otra cosa muy diferente es convivir como amante de cama y mesa, con ardores fingidos, representando ser amiga. Amiga, dulce palabra cuyo significado había aprendido con el doctor. Amiga y amigo habían sido, en perfecta amistad, ella y el doctor Emiliano Guedes. Con ningún otro fue posible, tampoco con Oto Espinheira, doctorcito de escaso saber y limitado encanto. ¡Ay, Januário Gereba!, ¿dónde andarás, amante, amigo, amor, por qué no vienes a buscarme, por qué me dejas morir en esta pudrición?