Ciega, con las cuencas de los ojos vacías, chorreando pus, toda hecha de llegas y mal olor, la viruela negra arribó a Buquim en un tren carguero de la Leste Brasileña, que venía de las márgenes del río São Francisco, entre sus múltiples moradas una de las preferidas. En aquellas barrancas, las pestes celebraban tratados y acuerdos, reunidas en conferencias y congresos, el tifus acompañado de la fúnebre familia de la fiebre tifoidea y la fiebre continua, de la malaria, de la lepra milenaria y cada vez más joven, del mal de Chagas, de la fiebre amarilla, de la disentería especializada en matar niños, de la vieja peste bubónica que todavía anda en la brecha, de la tuberculosis, de las fiebres diversas y del analfabetismo, padre y patriarca. Allí, en las márgenes del São Francisco, en el sertón de cinco Estados, las epidemias tienen aliados poderosos y naturales: los dueños de la tierra, los coroneles, los comisarios, los comandantes de los destacamentos de la fuerza pública, los caudillos, los mandatarios, los politiqueros, en fin, el soberano gobierno.
Los aliados del pueblo se cuentan con los dedos de una mano: Bom Jesus da Lapa, algunos beatos y una parte del clero, unos pocos médicos y enfermeros, maestritas mal pagadas, tropa minúscula contra el enorme ejército de los interesados en la vigencia de las pestes.
Si no fuera por la viruela, el tifus, la malaria, el analfabetismo, la lepra, el mal de Chagas, y otras tantas meritorias plagas sueltas por los campos, ¿cómo mantener y ampliar los límites de las fazendas del tamaño de países, cómo cultivar el miedo, imponer el respeto y explotar al pueblo debidamente? Sin la disentería, la difteria, el tétano, el hambre propiamente dicha, ¿se imaginan el montón de chicos creciendo, volviéndose adultos, contratados, trabajadores, arrendatarios, inmensos batallones de cangaceiros, no esas escasas bandas que se están terminando por los caminos al son de las bocinas de los camiones, se los imagina tomando las tierras y dividiéndolas? Las pestes son necesarias y beneméritas, sin ellas sería imposible la industria de las sequías, tan productivas, sin ellas ¿cómo mantener la sociedad constituida y contener al pueblo, que es la peor de todas las plagas? Imagínese, compañero, esa gente con buena salud, y sabiendo leer, ¡es un peligro que da miedo!