Boa Bunda, Maricota, Mão de Fada, Bolo Fofo, la vieja Gregória, sexagenaria, Cabrita chiquita, de catorce años, dos de oficio, una camada de putas, amigo, que solas se enfrentaron y vencieron a la viruela negra en tierras de Buquim, adonde había llegado la cruel asesina. Y Tereza Batista al lado del pueblo dirigiendo la pelea.
Una guerra pavorosa. Si Tereza no hubiese asumido la jefatura de las putas de la Rua do Cancro Mole, no hubiera quedado nadie en el distrito de Muricapeba para contar la historia. Los habitantes ni escapar pudieron, que quedó ese privilegio sólo para los que estaban apartados del centro de la ciudad, los fazendeiros, los comerciantes, los doctores, comenzando por los médicos, los primeros en darse a la carrera, desertando del campo de batalla, uno para el cementerio y el otro para Bahia, en una desatinada y loca carrera, sin maletas y sin despedidas, ¡voy a Aracaju a buscar ayuda! el doctorcito se subió al tren sin preguntar por su rumbo ni destino, ¡ah! ¡cuánto más lejos mejor!
La viruela llegó con furia, le tenía ganas a la población y al lugar, vino a propósito, determinada a matar, haciéndolo con maestría, frialdad y maldad, muerte fea y cruel, la viruela más virulenta del mundo. Antes y después de la peste, seis meses antes o tres años después, dice todavía ahora la gente, dividiendo el tiempo con calendario propio, tomando como punto de referencia el antes y el después del terrible suceso, el miedo suelto e incontrolable, ¿quién no se asustó? No se asustó Tereza Batista, no demostró miedo, si lo sintió se lo guardó adentro, de otra manera hubiera sido imposible levantar el ánimo de las mujeres de la vida y arrastrarlas con ella a aquel trabajo de pus y horror. Valentía, compañero, no es simulación del que provoca líos a puñetazos o a tiros, perito en el puñal o en la pistola pernambucana, que eso cualquier hombre lo puede hacer, depende de la ocasión y de la necesidad. Para cuidar a un apestado, enfrentarse al mal olor y a los llantos, en las calles llenas de podredumbre y en el lazareto, para eso no basta el coraje de esos valientes de casualidad, hay que tener cojones y además estómago y corazón, y sólo las mujeres perdidas tienen competencia para eso, se la ganaron en la práctica de su duro oficio. Ellas se acostumbran al pus, al desprecio de los virtuosos, de los amargos y de los bien pensantes, y aprenden que la vida vale muy poco y que vale mucho, tienen la piel curtida y la boca cerrada, y, sin embargo, no son áridas y secas, ni indiferentes al sufrimiento ajeno, son valientes de desmedido coraje, mujeres de la vida, el nombre lo dice todo.
En esos días muchos machos se volvieron maricas, machismo fue lo que tuvieron esas putas, la vieja y la chiquilla. Si la población de Muricapeba tuviera dinero y poder, en la plaza de Buquim levantaría un monumento a Tereza Batista y a las mujeres de la vida, y a Omolu, orixá de las enfermedades y en particular de la viruela, habiendo quien dice que es también el responsable y que estuvo encarnado en Tereza, que ella sólo fue caballo del santo en la memorable lucha.
No hay que discutir esas opiniones, todas pertenecen a la fe y merecen respeto. Da lo mismo que ella fuera muy dueña de sí, consciente de sus pensamientos y sus acciones, que usara la educación aprendida cuando era niña con los chicos del campo, los juegos de cangaceiros y soldados, que estuviera reforzada por la vida que había llevado, la que se vio y la que todavía ha de verse, o que estuviese revestida de un coraje sobrenatural, mágico, debido a Omolu, la verdad es que Tereza Batista le hizo frente a la peste. Y digo yo, el coraje de los orixás, la belleza de los ángeles y arcángeles, la bondad de Dios y la maldad del diablo ¿no serán a lo mejor solamente el reflejo del coraje, la belleza, la bondad y la maldad de la gente?