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Tiempo después del incidente con Rafael, Tereza había ido a almorzar a la casa de Maria Petisco, y se encontró a la muchacha trastornada, era otra persona. En el hombro la pequeña cicatriz, pero ¿dónde estaban la risa, la alegría, la despreocupación, el alborozo, todo cuanto la había hecho tan popular en la zona? La cara seria, preocupada; no sólo ella, también la negra Domingas, Dorotéia, Pequenota, compañeras de casa, y Assunta, propietaria del burdel. Sentada a la cabecera de la mesa, Assunta apartó la comida.

—Muchachas, ¿qué os pasa?

—A las muchachas solas no. A todas nosotras. Van a mudar la zona, ¿no oíste hablar? La semana que viene, si quieres comer con nosotras vas a tener que ir hasta el culo de Judas —contestó Assunta de mal humor.

—¿Cómo, qué es eso? No he oído nada.

—Esta mañana, Peixe Cação y el detective Coca anduvieron casa por casa, aquí en Barroquinha, avisando: preparen sus cosas, vamos a tener mudanza —dijo Maria Petisco.

—Nos dio una semana de plazo. Desde hoy lunes hasta el lunes de la semana que viene hay que hacer la mudanza —la voz de Assunta, sonó ríspida y cansada.

La negra Domingas tenía una voz grave, nocturna, cariñosa:

—Dice que van a mudar a todo el mundo. Empezando por aquí, y después las de Maciel, de Portas do Carmo, de Pelourinho, todo el puterío.

—¿Y para dónde?

Assunta no se contenía de la rabia:

—Eso es lo peor. Nos mandan a un agujero asqueroso, en la Ciudad Baja, cerca de Carne-Seca, por la Ladeira do Bacalhau, una porquería. Nadie vive allí desde hace tiempo. Anduvieron arreglándolo y pasando una mano de cal. Fui a ver, dan ganas de llorar.

Las mujeres masticaban en silencio y bebían cerveza. Assunta concluyó:

—Parece que los dueños son unos ricachos, parientes del comisario Cotias. Ya sabes cómo son ésos cuando tienen protección. Tienen casas en sitios malos, deshechas, llueve adentro, ¿qué pueden hacer? Alquilarlas a las putas y cobrarles caro. Así hacen con apoyo de la comisaría.

—Bandada de urubus.

—¿Y os vais a mudar?

—¡Qué vamos a hacer! La que manda en la zona es la policía.

—¿Pero no hay ninguna manera de quejarse, de protestar?

—Quejarse, reclamar, ¿a quién? ¿Acaso las mujeres de la vida tienen derecho a quejarse? Si salimos a protestar nos van a dar unos golpes.

—Pero es un abuso, hay que hacer algo.

—¿Qué podemos hacer?

—No mudarse, no salir de aquí.

—¿No mudarse? Parece que no supieras cómo es la vida de las putas. Nosotras no tenemos ningún derecho, sólo derecho a sufrir tenemos.

—Y callada, si no te mandan presa y a recibir leña.

—Parece que todavía no aprendiste.