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—¡El casamiento se deshizo! —anuncia Maria Petisco, saltando del taxi a la puerta de la casa de Almério.

Había dejado a la novia en brazos del maestro Gereba. ¿No había naufragado, no estaba muerto? ¡Qué muerto ni muerto, vivo y bien vivo!, un pedazo de hombre para comérselo, rolete de caña. ¡Qué afortunada esa Tereza! Cuando el Balboa naufragó, hacía más de tres meses que él y Toquinho, otro bahiano, habían desembarcado e iniciado el viaje de vuelta a casa. Volvieron despacio, viendo mundo. Acababan de llegar y el compadre Caetano Gunzá le contó todo lo sucedido. Que el amigo Almério lo disculpase; pero el casamiento parecía bastante imposible.

En el primer momento, Almério sufrió una seria decepción, un profundo abatimiento, no podía ocultarlo, al fin, con los papeles arreglados y la fiesta pagada, no era para menos. Pero la curiosidad de viejo lector de folletines, de oyente fanático de las radionovelas, acostumbrado a encarnarse en los melodramáticos héroes, superó el mal momento y quiso saber detalles. Pueden creerlo, en menos de media hora estaba entusiasmado con el relato. Maria Petisco le había llevado la noticia a los invitados, llegó casi con el juez y el cura. El magistrado se retiró en seguida, pero don Timoteo se quedó a la espera de Almério, pensando que el pobre quizá necesitaría consuelo.

—¿Y qué va a hacer con tantos manjares? —quiso saber el viejo Miguel Santana, que había almorzado muy poco para reservarle espacio a la comilona.

—¡Ay, Dios mío, la fiesta no se va a hacer! —gimió la negra Domingas, que se había preparado para sambar la noche entera.

Entraba al salón Almério das Neves acompañado de Anália y escuchó las quejas, levantó entonces los brazos, él no tenía la culpa. Amigos míos, dijo, la boda se deshizo. Para mí fue triste, pero para Tereza fue alegre. El novio que ella creía muerto, llegó a tiempo. Peor sería que hubiera llegado después. Entonces sí que la cosa se hubiera puesto fea. De todos modos, había que aguantarse. Hacía el papel del enamorado generoso, capaz de sacrificarse sin un lamento por la felicidad de su bien amada y del rival afortunado.

—Ya que es así, vamos a festejarlo —propuso Caymmi, hombre sensato.

Almério observó la casa llena de gente, las mesas puestas, las botellas enfriándose en el hielo y la jazz-band. En sus labios nació una sonrisa, expulsando de su rostro sereno la última sombra de molestia. Heroico y abnegado, elevó la voz para que todos los presentes lo escucharan, para que lo escuchara Bahia entera:

—No hay casamiento, pero no por eso se suprime la fiesta. ¡Vamos a abrir el champaña del doctor Nélson!

—Eso sí que es hablar bien —aprobó Miguel Santana, dirigiéndose hacia las mesas.

La fiesta de casamiento de Tereza Batista, aunque no hubo casamiento, duró toda la noche con gran animación. Se comió todo lo que había, se bebió toda la bebida; una fiesta así sólo puede suceder en Bahia. A no ser para pellizcar de un plato o para tomar un vaso de cerveza, la orquesta no dejó de tocar y el baile acabó por la mañana en plena calle, con los compases del «Trío Eléctrico». En medio de la noche, Almério y Anália, la que no nació para prostituta, formaron una pareja inseparable y ella le confesó estar loca por los chicos. Por lo que parece, es cosa de novela.