Cuando el saveiro echó anclas en la Rampa do Mercado, Tereza estaba dispuesta a dejar el puerto de Bahia e ir a morir al sertón. En el muelle la esperaba el bueno de Almério. Pobre amigo, va a sufrir con la noticia pero imposible sería seguir allí, rehaciendo los caminos de Janu, mirando el mar donde él vivió, tocando la madera del velero en cuyo timón puso las manos.
Con la expresión afligida y la voz embargada de emoción Almério le dice:
—Tereza, Zeques está enfermo, muy enfermo. Es meningitis. El médico dice que a lo mejor no se salva —un sollozo se le escapa de la garganta.
—¿Meningitis?
Se pasó diez días a la cabeza del niño, prácticamente sin comer ni dormir. Diplomada de enfermera en la peste de viruela, tantas veces había luchado con la muerte y tantas veces la había vencido, Tereza da Bexiga Negra. Ahora muerta también ella, lucha por el huérfano.
El doctor Sabino, un joven pediatra, pasados algunos días, empieza a sonreír. Al recibir el agradecimiento de Almério, señala a Tereza que está de pie al lado de la cama del niño:
—A doña Tereza le debe la vida, no a mí.
Viéndolos siempre juntos, cuidando al chiquito, el doctor Sabino, con la imprudencia de su juventud, se entromete donde no lo llamaron:
—Si los dos son libres, ¿por qué no se casan? Lo que el niño más necesita es una madre.
Lo dijo y se fue, dejándolos uno frente al otro. Almério la mira, abre la boca lleno de miedo, arriesga unas palabras:
—Podría ser… Por mí, es lo que más deseo…
Cargada de muertos, muerta, entregada, Tereza Batista se acabó.
—Dame tiempo para pensarlo.
—¿Pensar qué?
Compañera para estar en la casa y cuidar al niño puede ser. Pero en la cama, ahí sólo sería una competente profesional y, siendo amiga de Almério, debiéndole gratitud, teniéndole estimación, el ejercicio de la función se volvería penoso y difícil. Más cruel que en un lupanar de puertas abiertas en los caminos del sertón, más cruel que en la pensión de Gabi, en la Cuia Dágua, en Cajazeiras. ¿Tendrá fuerzas para representar? En cama de puta no es difícil, pero en cama matrimonial, será una dura prueba, una ingrata obligación.
Almério ni siquiera le pide amor, cree que podrá ganárselo con el transcurrir del tiempo. Sólo quiere compañía para él y para el niño, una cama igual a la de la residencia, con interés y amistad. Alegría no tiene, así que no puede dársela, tampoco le quedan fuerzas para pelear, Tereza Batista Cansada de Guerra.
—Si me aceptas así…
Almério corre hacia la panadería y anuncia la nueva.