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Maria Clara y el maestro Manuel la llevaron en el saveiro por el Recôncavo en largo y lento viaje. Tereza se despedía de la ciudad, del puerto, del mar, del golfo, del río Paraguaçu. Había decidido irse de Bahia, regresar al sertón donde había nacido y se había criado. En Cajazeiras do Norte, Gabi le había dicho, vuelve cuando quieras, ésta es tu casa.

Pero antes tuvo ganas de recorrer los caminos de Janu, en el saveiro Flecha de San Jorge, que un día se había llamado Flor das Aguas y había pertenecido al maestro Januário Gereba, con esposas en las manos y grilletes en los pies. Conocer los viejos muelles que él había descrito en Aracaju, en el Ponte do Imperador. Cachoeira, São Félix, Maragogipe, Santo Amaro da Purificação. São Francisco do Conde, las islas perdidas, los canales, una geografía de tristezas. ¿Para qué quiere recuperar recuerdos, aprender paisajes, escuchar el viento si él no está y no va a llegar?

El maestro Manuel al timón, a su lado, en la popa del saveiro, Maria Clara canta modinhas de Janaína, músicas del mar y de la muerte, Inae[144] viajando según el soplo de la tempestad, Yemanjá cubriendo con su cabellera el cuerpo del náufrago, verde cabellera del color de las profundidades.

Por la noche, ya la luna se moría y nacía la aurora, el saveiro estaba quieto en las márgenes del Paraguaçu, con las velas arriadas; el maestro Manuel hace el amor con Maria Clara pensando que Tereza tiene los ojos cerrados, está dormida.

Las quejas de amor llegan a Tereza insomne, apoyada sobre la borda, los ojos secos de ausencia, un puñal en el pecho, el corazón muerto, la mano tocando las aguas del mar y del río mezcladas, el mar y el río de Janu de su amor.