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El pintor la había encontrado por azar hacía un tiempo, en las cercanías del Mercado donde conversaba con Camafeu de Oxossi y otros dos individuos, ambos extraños y extravagantes, uno con melena y enormes bigotes, el otro de ojos redondos y chaqueta abierta atrás. Al ver a Tereza, Camafeu fue a hablarle, se conocían desde hacía tiempo. El pintor se le acercó:

—¡Pero, si es Tereza Batista! ¡Tú por aquí!

Quedó en ir a verla al Flor de Loto, donde representaba un número de danza igual al que hacía en Aracaju, pero con algunos adornos más, y apareció en el cabaret primero solo y después acompañado por una banda de bohemios, artistas de poco dinero y mucha animación, todos ellos, se entiende, candidatos a dormir con Tereza por amor o simpatía, gratuitamente. No aceptó a ninguno pero nadie se ofendió.

A algunos les sirvió de modelo, incorporando una profesión más a las tantas que había ejercido. El que ponga los ojos en la Yemanjá roja y azul de Mário Cravo (el bigotudo), madera viva, poderosa humanidad, amante, esposa y madre, actualmente posesión de un amigo del escultor, podrá reconocer fácilmente a Tereza y su larga cabellera negra. También la Oxum de Carybé (el otro, el de los ojos redondos, dueño de la envidiada chaqueta abierta atrás), expuesta en una agencia bancaria, nació de Tereza, basta fijarse en las caderas, la elegancia y la gracia. ¿Y las mulatas de Genaro de Carvalho, quién las inspiró? Tereza multiplicada, con gatos y flores, aquél su aire de ausencia, como perdida en la distancia del mar. El bueno de Calá, un pequeñín muy sinvergüenza, ¿no hizo un álbum de grabados con diversos incidentes de la vida de Tereza? Fue también en esa ocasión cuando cierto músico, con el ojo puesto en la muchacha y esperanzado, le compuso y dedicó una modinha, un tal Dorival Caymmi. En compañía de ellos recordaba Tereza los días pasados con el doctor en Estância, por aquel intenso gusto de vivir.

De esa manera Tereza conoció un mundo de gente, asistió a fiestas de largo, paseó por el río Vermelho, donde vivía el pintor, fue modelo de varios cuadros. En la escuela de capoeira, el maestro Pastinha la enseñó a bailar la samba de Angola, en la barcaza del maestro Gunzá le contaron de vientos y de mares, le contaron de los puertos del Recôncavo; Camafeu la invitó a salir de figurante en la comparsa, Los Diplomatas de Amaralina, pero rehusó porque le faltaba ánimo para las fiestas de carnaval. Frecuentó candomblés, el Gantois, el Alaketu, el Casa Branca, el Oxumarê, el Opô Afonjá donde Almério, amigo de mãe Senhora, tenía un puesto en la casa de Oxalá.

Su paseo preferido era el diario y obligatorio a la Rampa do Mercado, el muelle de los saveiros, el puerto de Bahia. Cuando la barcaza Ventania estaba atracada, Tereza iba a conversar con el maestro Gunzá, a revolver el puñal que tenía clavado en su pecho hablando de Januário Gereba.

En el muelle la gente ya la conocía por sus preguntas repetidas y ansiosas. ¿Quién sabe noticias de un buque panameño, un carguero de nombre Balboa? En él habían embarcado seis marineros bahianos, ¿dónde andarán?

Con la ayuda del maestro Gunzá descubrió al Flor das Aguas, ahora de propiedad de un viejo saveirista, el maestro Manuel, que lo había rebautizado Flecha de San Jorge, en honor de su mujer, Maria Clara, hija de Oxossi. Tereza se demoró sentada junto al timón, tocó el maderamen. Maria Clara, al verla, tensa y ausente, los ojos en el vacío, tratando de descubrir en las curtidas tablas el gesto, el calor de la mano de Januário, le dijo:

—Ten fe, él volverá. Voy a mandar hacer un ebó[129] para Yemanjá.

Además de un frasco de perfume y un peine ancho para sus largos cabellos, Yemanjá pidió dos gallinas de Guinea para comer y una paloma blanca que se soltara sobre el mar.