Pasados algunos días, después de agradecerle la hospitalidad, Tereza se despidió de mãe Senhora, dejó el refugio del candomblé y regresó a su cuarto en la casa de doña Fina, en el Desterro.
En ausencia de la sambista y sin saber cuándo podría contar con ella, Alinor Pinherio, el propietario del Flor de Loto, había contratado nuevas atracciones, una contorsionista y la cantante Patativa de Macau, venida de Rio do Norte y no del Extremo Oriente, como decían algunos clientes imaginativos. Tereza se encontró sin trabajo, pero enseguida le hablaron de la posibilidad de trabajar en el Tabarís, el cabaret más elegante y bien frecuentado de Bahia, siempre lleno, animadísimo, corazón de la vida nocturna de la ciudad. Oferta imprevista y honrosa, en ningún momento se le había pasado por la cabeza la posibilidad de presentarse en el tablado del Tabarís, cuyos artistas siempre venían del sur y algunos hasta eran extranjeros. No sabía que estaba en las manos de Vavá el capital más importante de la sociedad que explotaba el dancing. Mientras tanto, debía esperar que terminase la actuación de la argentina Rachel Pucio, a quien reemplazaría. ¡Si no fuera por eso! Esperaría el tiempo que fuera; trabajar en el Tabarís era la consagración, la gloria.
Podía esperar, no le faltaba dinero. Por Anália, doña Paulina le había hecho un préstamo que debía devolver cuando pudiera y, en cuanto a Taviana, le había propuesto adelantarle lo necesario para sus gastos. No llegó a pisar el escenario del Tabarís.
Una tarde, el sobrino de Camafeu de Oxossi vino a buscarla con un mensaje urgente, el maestro Caetano Gunzá deseaba hablarle inmediatamente pues la barcaza levantaría amarras esa noche hacia Camamu. Tereza sintió que el corazón se le salía del pecho, de inmediato tuvo la certeza de que se trataba de una mala noticia. Se echó el chal por encima y bajó el Elevador Lacerda en compañía del muchachito.
A la entrada del Mercado, Camafeu afirmó que no sabía cuál era la razón del mensaje del marinero, sólo había recibido y transmitido el recado, pero la Ventania estaba cerca, anclada al lado del fuerte. Tereza advirtió inseguridad en la voz del amigo, al que trataba de compadre desde una fiesta de San Juan adonde había ido con Almério y donde había encendido las fogatas con Camafeu y Toninha, su mujer, estableciéndose entonces el tratamiento de compadres. Camafeu mantenía los ojos apartados, perdidos en el mar, medía sus palabras, de repente malhumorado, él que era el hombre más jovial del mundo. Amargada, Tereza embarcó en la canoa para llegar a la barcaza.
Antes de que el maestro Gunzá pronunciara una sola palabra, Tereza, al verle el rostro sombrío, le dijo:
—¡Murió!
El maestro se lo confirmó, el carguero Balboa había naufragado en las costas del Perú, debido a un gran temporal, casi un principio de maremoto. Murieron todos los tripulantes, no hubo supervivientes y quienes contaron la historia fueron los marineros de los barcos que habían ido a socorrerlos, pero no pudieron acercarse debido a la terrible tempestad. Sin embargo, desde la lejanía vieron cómo los tragaba el mar.
Le extiende un periódico, Tereza lo mira pero no consigue leerlo. El maestro Gunzá le da la noticia casi de memoria; se la había aprendido de corrido en esas horas tremendas. Noche trágica en el Pacífico, además del Balboa se había hundido un petrolero. Los que viven en el mar están sujetos a tempestades y naufragios, ¿qué otra cosa puede decirse? Para la muerte no hay consuelo. El periódico publicaba una nota sobre los tripulantes que se habían enrolado en Bahia. Tereza distingue el nombre de Januário Gereba. Tiene los ojos secos, como apagados carbones, la garganta cerrada.
Sobre los hombros de Tereza pesan los muertos, una carga enorme. Hasta entonces los había llevado sin demostrar depresión, sin caer en desesperaciones. Había aguantado el peso en sus espaldas tres veces. Pero Janu pesaba demasiado, con ese difunto ya no puede Tereza. Januário Gereba, marinero, Janu de mi amor, me muero con tu muerte, yo también me acabo.