Estaba Tereza Batista medio adormecida en la casa de Oxum, donde la iyalorixá la había hospedado, cuando tuvo un sueño con Januário Gereba y se despertó angustiada. En el sueño lo vio en medio del mar, sobre una balsa, entre olas colosales, cercado de espuma y peces enormes. Janu le extendía los brazos y Tereza iba hacia él caminando sobre las aguas como si fuese tierra firme. Estaba alcanzándolo cuando surgió del mar una aparición divina, mitad mujer, mitad pez, una sirena. La cabellera, larga y verde, le llegaba hasta las primeras escamas, verde como el color del fondo del mar; rodeó a Janu y lo arrastró con ella. Sólo en el último momento, cuando la sirena y el marinero iban a desaparecer en las aguas, Tereza pudo verle la cara, y no era Yemanjá como le pareció sino la muerte, el rostro era una calavera, las manos dos garfios secos.
La aflicción de Tereza, por más que disimulaba, no pasó inadvertida para la mãe-de-santo:
—¿Qué te pasa, hija mía?
—Nada, madre.
—No le mientas a Xangô, no le mientas jamás.
Tereza le contó su sueño y mãe Senhora escuchó atentamente. Pero así, de repente, no supo interpretar el sueño.
—Habría que hacer el juego. ¿Ya te lo hicieron alguna vez para conocer tu destino?
—Que yo lo pidiera, no.
Conversaron en la casa de Xangô y por el campo se extendía la calma; ya se habían celebrado las ceremonias matutinas en honor de la aurora. Mãe Senhora fue hasta el altar y se postró ante Xangô para pedirle las luces necesarias para su entendimiento. Sacó una nuez de un plato y la llevó a la habitación de las consultas. Sentada detrás de la mesa de mimbre trenzado, con un pequeño cuchillo cortó la nuez en cuatro partes, encerró los pedazos en su mano y con ella se tocó la frente y, pronunciando palabras mágicas en nagó, inició los pases.
A cada pase los pedazos de nuez rodaban sobre el mantel bordado; de admiración en admiración observaba la muchacha. Aunque recordaba las palabras escépticas del doctor acerca de la materia y de la vida, tan bien aprendidas en Estância, todavía sentía un temor en el corazón, un antiguo miedo, venido de antes de nacer, heredado de sus ancestros. No decía nada, pero esperaba, con los nervios tensos, la sentencia final tal vez.
Tres o cuatro filhas-de-santo, de rodillas, asistían y, al lado de la iyalorixá, se sentaba una visita importante, Nezinho, pai-de-santo en Muritiba, de reconocido saber. También él repetidas veces levantó sus ojos hasta la muchacha, interrogante. Por fin se iluminó el rostro de mãe Senhora. Dejó las cuatro partes de la nuez sobre la mesa, levantó las manos con las palmas hacia arriba y exclamó:
—¡Alafiá!
—¡Alafiá! —repitió Nezinho.
—¡Alafiá! ¡Alafiá! —fue el eco de las filhas-de-santo y la palabra de alegría y de paz se extendió por el lugar.
Todos aplaudieron demostrando su satisfacción. La iyalorixá y el pai-de-santo se miraron sonrientes y, al mismo tiempo, hicieron una señal afirmativa con las cabezas. Sólo entonces, mãe Senhora se dirigió a Tereza:
—Quédate tranquila, hija mía, todo está bien, no hay peligro a la vista. Tienes que tener confianza, los orixás son poderosos y te acompañan. Nunca vi a tantos en mi vida.
—Ni yo —la apoyó Nezinho—: Nunca me topé con una criatura mejor defendida.
Una vez más, mãe Senhora tomó los pedazos de nuez sagrada y, como buscando una confirmación, después de tocarse la frente con el puño cerrado, los tiró sobre la mesa. Se sonrieron al mismo tiempo, ella y Nezinho. Haciendo una reverencia, la mãe-de-santo de São Gonçalo do Retiro le entregó las cuatro partes de la nuez al padre del Candomblé de Muritiba. Nezinho se dirigió a Xangô:
—¡Kahuô Kabieci!
Después hizo un pase y el resultado fue el mismo. Mirando a Tereza, Nezinho le preguntó:
—¿Nunca encontró en su camino, en momentos de peligro, a un viejo de bastón?
—Sí. Pero nunca el mismo; eso sí, parecidos.
—Oxalá te cuida.
Mãe Senhora volvió a decirle que ningún peligro la amenazaba:
—Hasta en los peores momentos, cuando pienses que todo se terminó, debes tener confianza, no desanimarte, no rendirte.
—¿Y él?
—No tengas temor ni por ti ni por él. Yansã es poderosa y Januário es su ogan. No tengas temor, puedes ir en paz. Axé.
—¡Axé! ¡Axé! —repitieron todos en la casa de Xangô.