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Taviana le mandó un recado a Almério, no quería adelantar la noticia por miedo a que el acuerdo entre el comisario y Vavá no fuera otro tapujo. El panadero apareció por la residencia, disparado, los ojos húmedos al ver a Tereza; se quedó mudo, sin poder pronunciar una palabra. Ella se le acercó y lo besó en ambas mejillas:

—Necesita restablecerse, está hecha un esqueleto, los perros le comieron las carnes —dijo Taviana agregando—: Lo mejor es que Tereza salga, por un tiempo de la circulación, ese cochino de Peixe Cação se va a poner furioso cuando sepa que está de nuevo en la calle, es capaz de inventarse alguna historia. Ese tipo no es persona —escupió con desprecio y con la suela del zapato refregó la sucia saliva.

Tereza no veía necesidad de esconderse, quería volver a las pistas del Flor de Loto ese mismo día, a las lides en la residencia apenas mejorase un poco la fachada y engordase y le volviera el color de cobre. Pero Almério y Taviana no lo admitieron, ni pensar en eso. ¿Quería ir a parar de nuevo a la cárcel, inquietar a los amigos, crear toda clase de problemas, dejar a todo el mundo mal? Había que quitárselo de la cabeza.

—Ya sé dónde debo llevarla —informó Almério.

La llevó al candomblé de São Gonçalo do Retiro, al Axé do Opô Afonjá, dejándola al cuidado de la Senhora, la mãe-de-santo.