Cuando los marineros americanos llegan al centro de la zona, al Largo do Pelourinho, a la sombra de los caserones coloniales, con la esperanza de encontrar bellas y alegres mujeres, se encuentran sólo con esa vieja, sin edad, inútil aunque no estuviera muerta, extendida al lado de la imagen de San Onofre, el patrón de las putas.
Todavía con la impresión de esa visión inesperada, reciben órdenes estrictas de retorno obligatorio e inmediato a los barcos: la ciudad está aterrorizada. La fiesta se ha postergado.