Después de rechazar la proposición de casamiento, las relaciones entre Tereza Batista y Almério das Neves sufrieron un sutil y sensible cambio. Hasta entonces, el dueño de la panadería había sido para Tereza un cliente ante todo. Algo distinto a los viejos, no sólo por la edad, apenas había pasado los cuarenta, mientras que los otros (cinco en total) andaban en el límite de los sesenta, más para allá que para acá, sino también porque lo veía y lo trataba fuera de las discretas paredes de la residencia, en el cabaret, donde evidentemente ninguno de los conspicuos se mostraría nunca. Almério le hablaba de la panadería, del precio del trigo, de la inolvidable esposa muerta, de las gracias del chiquillo y Tereza lo oía atenta, era un cliente simpático y amable, con día y hora marcada una vez por semana.
La tarde crepuscular entristeciendo el mar influyó en esas relaciones, las volvió al mismo tiempo más y menos íntimas. En apariencia un contrasentido, pero en la vida de las prostitutas suceden esas cosas inesperadas y extrañas, supuestamente carentes de sentido. Menos íntima, pues Almério no volvió a tenerla desnuda, ya no ejerció su competencia en la cama, pidiendo exhibición de la hermosura completa, pechos y nalgas, la flor secreta. Perdió su calidad de cliente, ninguno de los dos volvió a la residencia el jueves a las cuatro de la tarde, a pesar de no haber conversado sobre el tema, comprendiendo ambos que era imposible volver a ejercer el trato de ramera y cliente, impersonal y pagado. Más íntimas, porque se hicieron amigos; poderosos lazos de confianza y de estimación se habían establecido esa tarde en los dos corazones abiertos sin tapujos.
Almério siguió yendo al Flor de Loto con cierta frecuencia, para tomar una cerveza, bailar un fox, acompañar a Tereza hasta la puerta de su casa. Seguía siendo un apasionado candidato a la mano de la sambista, pero ahora ya ni la mano le tocaba, ni exhibía melancólicas miradas ni la molestaba con súplicas y proposiciones. Sólo su presencia y su compañía. La pasión la llevaba adentro del pecho, así como Tereza llevaba el amor de Janu perdido en el mar ancho de los barcos cargueros. A veces, él le preguntaba, ¿todavía sin noticias, no supo nada del barco? Tereza suspiraba. En otras ocasiones, era ella la que quería saber si el amigo todavía no había encontrado una novia a su gusto, una mujer capaz de asumir el puesto vacante de Natália junto al niño y al lado de Almério, en la casa y en la panadería, en la cama y en el corazón. Suspiraba el viudo.
No se aprovechaba de la visible soledad de Tereza en su larga espera para proponerle sustituir a Januário, pero buscaba distraerla, la invitaba a fiestas y paseos, iban juntos a candomblés, escuelas de capoeira, ensayos de afoxés. Sin proposiciones, sin hablar de amor, Almério siempre estaba cerca de Tereza, impidiéndole que se sintiera abandonada; terminó ella por brindarle una sincera amistad que le era muy grata. En tiempos de desesperanza y de abatimiento tuvo Tereza el calor de algunas amistades, el maestro Caetano Gunzá, el pintor Jenner Augusto, Almério das Neves. Además de ellos, Viviana, Maria Petisco, la negra Domingas, Dulcinéia, Anália, todas muchachas de la zona. Contó también con la simpatía de la gente de la Rampa do Mercado, de Agua dos Meninos, del Porto da Lenha.
De naturaleza reposada y serena, ni la viudez ni la pasión habían afectado el ánimo de Almério das Neves para retenerlo en su casa. Le gustaban las fiestas a pesar de sus modales tranquilos, siempre tenía una invitación para hacer cuando aparecía, sólido y risueño en el Flor de Loto. Cordial con todos, presente siempre en la vida popular de Bahia, media ciudad lo saludaba. Cierta noche, al querer presentarlo al pintor Jenner Augusto que fue al cabaret para contratarla como modelo para un cuadro, Tereza se admiró de que sus dos amigos se conocieran, amigos entre sí también, compañeros en las fiestas de la Conceição da Praia y do Bonfim, en el candomblé de Mae Senhora y en los bailes de Cosme y Damião.
En vida de Natália, en el mes de septiembre, el caruru de Almério reunía docenas de invitados y durante la fiesta del Bonfim el panadero se instalaba durante la semana entera en una de las casas de romeros en la Colina Sagrada, en fiesta todos los días. En la sala de los milagros de la iglesia del Bonfim, se encontraba la fotografía de la inauguración de la nueva panadería, los obreros, los amigos, el padre Nélio, la mãe Senhora, Natália y Almério, todos prósperos y festivos. Entre los invitados estaba también el pintor Jenner Augusto.
—¿Te olvidaste de mí, Almério? ¿Y el caruru[128]?
—Perdí a mi adorada esposa, amigo Jenner, tuve un fatal disgusto. Antes de quitarme el luto no puedo dar fiestas.
Sólo entonces Jenner reparó en la cinta negra que colgaba de la solapa de la chaqueta de lino blanco del hijo de Oxalá.
—No me enteré, discúlpame. Te doy mi sentido pésame.
Miró a Tereza, pensó que allí había gato encerrado. El modesto comerciante, siempre risueño y tranquilo, sacando humo de su cigarro, así como se enfrenta al monopolio de la panificación de los españoles sin alterarse, así tranquilamente, era hombre capaz de sacar a Tereza del Flor de Loto y llevársela a su casa. ¿Aceptaría la muchacha? Aparentaba jovialidad pero vivía inmersa en la tristeza, hay en su vida un marinero que anda navegando. Pero Almério es un maestro para esperar callado, el tiempo trabaja a su favor. A su lado, Tereza se siente segura.