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Obedientes a las instrucciones del comisario Labão Oliveira, socio mayor de la empresa montada para recibir a los marineros, hacia las ocho de la noche toda la zona es invadida por los capitanes de la arena, cada uno con su canasto repleto de preservativos y frascos de Cacete Rijo, one dose five fucks.

Exactamente en el momento en que, bajo el mando supremo del comisario, las fuerzas de la policía se disponían a zurrar a las mujeres y a obligarlas a trabajar, los muchachitos entraban por las calles comerciando en inglés y armando una algazara infernal.

Desconocedores de la combinación, los soldados de la policía militar echan sus caballos contra la inesperada plaga de infractores de las reglamentaciones municipales, tratando de limpiar las calles de la presencia ilegal y cuantiosa que aumentaba la confusión reinante. Los vendedores esperaban encontrar ávida y gentil clientela de marineros mascando chicle, distribuyendo cigarros, comprando preservativos y medicamentos, pagando en dólares, haciendo la vista gorda la policía de costumbres, conchabada. En vez de marineros y muchachas, la caballería atropellándolos. La muchachada se desparrama, se refugia en las casas. Por las calles ruedan canastas, por el pavimento vuelan miles de preservativos. Los frascos de perfume se rompen, se derraman por los desagües los milagrosos líquidos del ilustre químico y farmacéutico Heron Madruga.

Las mujeres usan los frascos de Cacete Rijo como armas contra la policía. Con el revólver en la mano, el comisario Labão trata de impedir el fracaso de la empresa, el desmoronamiento completo de su organización. Se oye el silbato de los vehículos del Cuerpo de Bomberos.