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Después de la moqueca de siri mole acompañada de cerveza helada, Anália y Kalil toman un autobús en dirección al Largo da Sé. Doña Paulina había ordenado a sus chicas que regresaran temprano para evitar posibles conflictos con los disconformes clientes. A la altura de la plaza Castro Alves, Kalil, golpeándose la frente, le dice que tienen que bajar:

—Me olvidaba de nuevo.

—¿De qué?

—Del San Onofre de doña Paulina.

No satisfecho con favorecer los buenos negocios y facilitar las ganancias de sus devotos, San Onofre es el padrino oficial de las mujeres de la vida. En los burdeles y pensiones que se precian, los comedores tenían la imagen del santo cercado de flores y con velas votivas, muchas veces cerca del altar donde están sentados poderosos orixás.

Hace mucho tiempo que doña Paulina busca una imagen de cierto tamaño del santo protector para entronizarla en el altar, donde ya se encuentran Nosso Senhor dos Navegantes e Nossa Senhora da Conceição. Al saber que el padre de Kalil vendía antigüedades, le pidió la reserva de un San Onofre, grande, de segunda o tercera mano, en fin, que le saliese barato. En las tiendas del ramo no había encontrado ninguno en venta, ni nuevo ni viejo.

En general, el negocio del viejo Chamas vende los santos por verdaderas fortunas, a pesar de su mal estado de conservación, falta de cabeza, de brazo, de pierna, porque son piezas de colecciones, de museo. Aunque a veces, en medio de una tanda de imágenes descubierta en el interior del país, recibe algunas más o menos nuevas, que no encajan en una casa de antigüedades. Entonces se deshace de ellas, las vende por nada. Si aparece un San Onofre en esas condiciones, doña Paulina, puede contar con él y no le costará nada, regalo de alguien que abusa de su hospitalidad. Hacía dos días había aparecido uno, grande, casi nuevo, de yeso, pero Kalil se olvidó de llevárselo.

Deja a Anália en la esquina, va a buscar al santo, vuelve con él empaquetado en una hoja de periódico y siguen a pie, subiendo por Ajuda.