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En el Pelourinho, el cuadro se asemejaba al de Maciel, los ejércitos de la moral y de la ley al comando del detective de primera clase Nicolau Ramada Júnior a la ofensiva: mujeres golpeadas, arrancadas de sus casas, traídas a la plaza, acorraladas, perseguidas por la caballería. Allí es más difícil esconderse, escapar, todas las desembocaduras de las calles hacia el Terreiro de Jesus y la Baixa dos Sapateiros están cerradas por los carros policiales. Las porras cantan a voluntad, las órdenes son de golpear hasta que las criminales se decidan a hacer la vida, a abrir los burdeles. Está en plena ejecución el Retorno Alegre al Trabajo.

La invasión de la casa principal de doña Paulina de Souza, dirigida personalmente por Peixe Cação, agregó a los detalles de la batalla la novedad de las barricadas. No confiando en la resistencia de las cerraduras, las renegadas recostaron pesados muebles contra las puertas, haciendo todavía más difícil el cumplimiento del deber a los policías, llevando al irritado Nicolau al colmo de la rabia.

Finalmente, la puerta se abre, Peixe Cação avanza por el corredor y ¿a quién ve a su frente? A esa perdida, lianta y desbocada de Tereza Batista. En ese instante, Tereza Pé nos Culhas, pone en las pelotas del comisario Cação, con toda su fuerza, la puntera cuadrada de sus zapatos de última moda, regalo de su amigo Mirabeau Sampaio, para quien había posado como modelo de una Nossa Senhora de Aleitação.

El grito de muerte del investigador paralizó a las tropas invasoras, Tereza se enfrentó a los policías, y salió afuera con las otras mujeres. Peixe Cação, agarrándose con las manos las pelotas, no piensa nada más que en la venganza de su enorme dolor. Unos minutos después, cuando consigue levantarse con la ayuda de dos agentes, mezcla los aullidos y las maldiciones.

Majestuosa, con el paso medido de una reina de carnaval y del puterío, doña Paulina de Souza desfila entre cuatro policías, guardia de honor, hasta uno de los carros celulares donde la dejan en compañía de súbditas detenidas momentos antes. Las tranquiliza, no tengan miedo. Ogum Peixe Marinho dijo que todo terminará bien, quien nada arriesga nada gana.

Cercada por los soldados de la policía militar, Tereza escapa entre las patas de los caballos, corre, sube la escalinata de la iglesia del Rosário dos Negros, se esconde en una de sus puertas. Otras mujeres hacen lo mismo, los caballos no pueden subir los escalones pero los polis sí los suben para arrancarlas de ahí.

A espaldas de Tereza se entreabre la puerta y, al meterse iglesia adentro, todavía puede ver, desapareciendo por detrás de un altar, a un imponente viejo de barba y bastón. ¿Un sacristán, un sacerdote? ¿Un santo? Hasta las putas tienen su patrono, San Onofre. ¿Habría sido uno de los orixás de la corte de Tereza? En la larga Noche de la Batalla del Burdel Cerrado, título que le dio el poeta Jehová de Carvalho en un largo y ardiente poema donde cantó los hechos y las provocaciones de aquella jornada, sucedieron muchas cosas sin explicación, incomprensibles para la mayoría pero no para los poetas.

De las pensiones del Pelourinho las mujeres salían a la desbandada, los agentes trataban de tirarlas por las aceras, pero ellas se precipitaron a la iglesia. Vienen otras de Maciel y del Taboão, en busca de refugio. Poco a poco la nave está llena de muchachas, algunas, de rodillas, rezan un padrenuestro.