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Desde el interior del Buick escondido en un matorral, Camões y su compañero escuchan la llamada del edil Reginaldo Pavão. Habían puesto la radio para obtener un agradable fondo musical a la fumada. Camões presta atención:

—El negocio fracasó. Vamos a buscar la mercancía mientras haya tiempo.

—Está bien —accede el otro, balbuceante, casi un bebé, una criatura de pocas palabras.

Toma el volante y lleva al Buick hacia el destruido camino central de la Ladeira do Bacalhau. Los dos socios se sienten en forma para sacar la mercancía y transportarla de vuelta. Desde el principio ese asunto marchó mal, estuvo lleno de problemas.

En el edificio, el equipo encargado de las ventas, habiendo completado la división del precioso material, bajo la competente dirección de Cincinato Gato Preto, se quedó sin hacer nada a la espera de una orden; tener tanta marihuana y no poder usarla, qué maldad.

La mayor parte de los muebles traídos la víspera a Barroquinha en el camión de la policía y abandonados allí, habían sido requisados por vagabundos y mendigos con el correr del día. Quedaban algunos colchones; fueron trasladados a la sala y en ellos se acostaron los muchachos para esperar descansados. Larga espera, irresistible visión de los cigarrillos de yerba. Tras un breve debate se pusieron de acuerdo respecto a que la restricción del detective Dalmo Coca era absurda. ¿A quién ofenderían consumiendo uno o dos cigarrillos mientras esperaban? ¿Qué mal había en eso? Ninguno, evidentemente. Cincinato Gato Preto, muchacho de reconocida autoridad y seriedad cuando asumía un compromiso, terminó por dar su aprobación, también él lo estaba necesitando.

Voluptuosamente reclinados en los colchones, fuman y sueñan cuando Camões Fumaça y su compañero invaden la sala. Cincinato Gato Preto ama la tranquilidad en el momento del viaje. Levanta la cabeza, mira a los recién llegados y los reconoce; con seguridad habían venido a traer el mensaje del jefe Coca:

—¿Ya es la hora?

Camões explica el fracaso del negocio montado por el detective. La zona es un infierno, hay golpes, correrías, tiros, ni un loco escapado del manicomio pensaría en vender droga con la caballería y la policía concentrada en el lugar. Oyeron la radio cuando venían en el auto. Escéptico, Cincinato no cree una sola palabra de lo que dice Camões y menos el final:

—No pagaron un cruzeiro, vamos a llevarnos la mercadería.

—¿Llevárosla? ¡Una mierda os lleváis! —Gato Preto hace un esfuerzo, se sienta sobre el colchón, repite—: ¡Una mierda os lleváis!

Camões Fumaça, bajo el efecto de la droga, es el exponente del coraje:

—¡Mierda es la que te vas a tragar ahora, cerdo!

Algunos se ponen de pie y el lío empieza. El pigmeo saca una navaja y los ataca. Un cigarrillo encendido rueda por el colchón agujereado, cae en la paja seca. El fuego se extiende, se levantan llamaradas.