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En el Bar da Elite o Bar das Putas, a su elección, pues el propietario no se molesta por eso, el comisario Labão se prepara para celebrar con su Estado Mayor la conferencia final antes de la inminente campaña contra las fuerzas del vicio en rebeldía. Camões Fumaça, traficante y drogadicto, intenta recibir el dinero que le deben por la monumental carga de marihuana. La desaparición de Vavá había dejado al detective Coca sin tener dónde guardar la explosiva mercadería, ni a quien arrancar el dinero para el pago del cincuenta por ciento anticipado del precio total. El resto se pagaría al fin de la lucrativa noche de marineros y dólares. Dólares amenazados por las desgraciadas, que se niegan a trabajar. El comisario pone los ojos funestos sobre el atrevido, pero el tipo no se intimida con facilidad, vive por encima del miedo en su nube de humo.

En el maltrecho Buick, rodando sin destino, el detective tuvo una luminosa idea, ¿cómo no se le había ocurrido antes? Les indicó que fueran a la Ladeira do Bacalhau y en uno de los edificios descargó la mercancía. Siempre con Camões en los talones, se puso en contacto con los especialistas encargados de la venta del producto a los marineros. Dirigiros a Bacalhau y allá esperad un aviso. Cuando se aclare la situación, con el retorno del orden y de las mujeres, enviará un recado y podrán partir para la zona a recoger dólares. Hay que mantenerse lúcidos, por favor. Después del trabajo viene la recompensa. Todo certero, pero con la molestia de Camões persiguiéndolo y queriendo recibir lo suyo:

—¡Desaparece de mi vista! —brama el comisario.

El tipo siente que no aguanta más sin tomarse una dosis. Lo que tiene que hacer es volver a Bacalhau, golpear a los que estén allá plantados, tomar su mercancía, colocarla en el Buick y llevársela de vuelta. Pero antes necesita una dosis.