Algunas mujeres se quedaron en las pensiones aprovechando el ocio para remendarse vestidos, escribir cartas a sus casas, cartas llenas de mentiras, o, simplemente, para descansar. En los límites de la prostitución, en las camas de pensiones, residencias, burdeles, hasta nueva orden, ninguna mujer puede recibir clientes ni amantes. La que quiera refregarse con su novio tiene que irse a la calle. ¿Quién se atreve a romper el tácito compromiso asumido en la víspera? Exu había prometido enfermedad y muerte, ceguera y lepra, el cementerio.
Las muchachas liberadas por la mañana intentaron volver a las casas invadidas, ya fuera para seguir viviendo en ellas o para sacar sus ropas y objetos, pero los agentes apostados en Barroquinha no les permitieron entrar. Buscaron asilo en pensiones conocidas, sólo doña Paulina de Souza recogió a doce, cuatro en cada casa. Echó mano al bolsillo y quiso enviar a la negra Domingas a São Gonçalo dos Campos.
—Necesitas unos días de descanso, chica, te maltrataron.
Pero la negra no aceptó por nada, no quería salir de Bahia en tal momento, ella y Maria Petisco estaban seriamente preocupadas: Oxossi y Ogum, habituados a bajar a Barroquinha, ¿sabrían dónde encontrarlas?
—Mañana es el día de ellos.
—¿Os creéis que los dioses no saben dónde encontraros? En Barroquinha, en São Gonçalo o donde sea, Ogum las va a montar igual.
La mayoría resolvió ir a pasear y la ciudad se llenó de risas, de alegría y de gracia. Parecían obreras, empleadas, estudiantes, amas de casa; madres de familia en día de fiesta, en día santo. Hicieron compras, fueron a la matiné del cine, pasearon por barrios distantes, en parejas, en pequeños grupos, del brazo con los novios, arrullándose, una cantidad de muchachas, de saludables mozas, de señoras serias y tranquilas.
Otras fueron a visitar a los hijos en manos de extraños. Madres amantísimas, llevando a los chiquillos en brazos o de la mano, llenándolos con refrescos y bombones. Con besos y mimos.
También algunas viejas fueron a la inauguración de la primavera. Libradas por un día de la obligación del terrible maquillaje destinado a cubrir arrugas, a la lucha por el cliente, se mostraban libres, mujeres de edad y cansadas.
En su desacostumbrado ocio, las mujeres ocuparon la ciudad entera, hicieron una extraña fiesta. Los pies desnudos corriendo por la playa, sentadas en las escalinatas de los parques, en el zoológico paradas delante de las jaulas de las fieras, los monos y las aves, visitantes de la Iglesia do Bonfim, comprando folletos de santos milagreros.
Las que estaban en la colina, contemplando el golfo, pudieron ver hacia las tres de la tarde tres barcos de guerra que avanzaban.