Aquel veintiuno de septiembre el titular del vespertino anunció a todos los bahianos: LA CIUDAD DE FIESTA - LA PRIMAVERA Y LOS MARINEROS.
En el Bar Flor de São Miguel, la noche de la víspera, antes de la noticia de la invasión de Barroquinha por las tropas de la Brigada de Juegos y Costumbres y del grito de guerra de Nília Cabaré, antes del pronunciamiento de Exu Tiriri, el mozo Kalil Chamas, con palabras de candente indignación, se había echado contra la caterva de sirvientes imitadores de las costumbres europeas que festejaban la llegada de la primavera en medio de los aguaceros de septiembre, la misma manada de idiotas que disfrazaban de conejos a los hijos en Pascua y colocaban algodón en los árboles de Navidad simulando nieve:
—Sólo falta que se pongan pieles y tiemblen de frío. Van a ver a los colegios desfilando para decir que la primavera ha llegado. Puro colonialismo. Ojalá que llueva sin parar.
Estudiante de Ciencias Sociales en la Facultad de Filosofía, vendedor en la tienda de antigüedades de su padre en la calle Ruy Barbosa, dibujante que soñaba con exposiciones, éxito y fama, nacionalista extremado, Kalil Chamas es, además, el feliz enamorado de la dulce Anália. En la mesa del bar, se exalta contra la importación de hábitos extranjeros, sin sentido en el Brasil. En el trópico el invierno dura seis meses de lluvia, el verano seis meses de terrible calor; hablar de la primavera y el otoño es ridículo. ¡Ridículo!, se pone de pie, el largo dedo en ristre para completar la exclamación.
—Aquí reina la eterna primavera… —declara Tom Lívio, actor de teatro en busca de escenario donde demostrar su talento, que aprovecha cualquier lugar y ocasión para modular la voz.
Dos dibujos de Kalil, ilustraciones para poemas de Telmo Serra, amigo del alma y poeta inmenso (superado, en la opinión de Tom Lívio), fueron publicados en el suplemento dominical de un matutino y, en las dos ocasiones, los autores conmemoraron en los bodegones de la zona la gloria incipiente con cerveza y elogios mutuos.
Hacia el fin de la noche, la rueda de bohemios se disuelve; unos van a dormir a sus casas, otros se dirigen a las pensiones de las mujeres donde, después de un día corrido de trabajo, las muchachas se dedicaban a los caprichos de amor. A veces, cuando la cantidad de clientes es mayor, Kalil debe esperar en las escalinatas de la iglesia del Rosário dos Negros la señal de tránsito libre en la ventana de Anália. La astuta agita una toalla blanca, Kalil se precipita.
La noche que se declaró la guerra, Anália abandonó el puesto antes de la hora, acompañando a las otras colegas. Junto con Kalil recorrió la zona llevando por todas partes la declaración del burdel cerrado. Anália, alegre, batía palmas:
—Con esas historias de cerrar el burdel, mañana voy a poder ir a ver el desfile de los colegios por la fiesta de la primavera. Hace mucho tiempo que no lo veo. ¿Sabes que en Estância desfilé con el Grupo Escolar? Fui la abanderada.
—¡Subdesarrollada! —Apasionado Kalil, ¿qué hiciste con tus principios y convicciones?— Iremos juntos. Ojalá haga un buen día.
Los titulares del vespertino ocupan todo el ancho de la primera página. Para decir verdad, el redactor debería haber redondeado la frase: LA CIUDAD DE FIESTA - LA PRIMAVERA, LOS MARINEROS Y LAS MUCHACHAS.