No, no reina la calma, es un engaño del comisario. En la zona, el lío aumenta, desatado.
El jefe Cotias se retira a tomar su merecido descanso, en los ojos lleva la doble visión de las mujeres semidesnudas tiradas como fardos en las celdas y la del comisario Labão hablando de la diversión de esa noche, visión molesta que le quita parte de la euforia del éxito. Al cruzar la plaza Castro Alves constata que existe absoluta tranquilidad en Barroquinha, donde los agentes vigilan. Todo terminó, menos mal. Noche exultante y deprimente, suspira el licenciado.
Mientras el jefe se va a dormir en paz, la noticia de la violencia y la prisión de las putas circula rápidamente por los callejones y escondrijos, por las residencias y las pensiones, penetra en los burdeles, en los cabarets, en los bares. Doña Paulina de Souza escucha el dramático relato de la boca de un cliente, recuerda las palabras de Ogum Peixe Marinho dichas en la víspera: quien nada arriesga nada gana. ¿Cuándo le tocará el turno al Pelourinho? Por ahora, avisa a las muchachas:
—La que se encuentre con una mujer de Barroquinha le dice que puede venir a ejercer aquí, mientras las cosas no se arreglan.
También Vavá es puesto en conocimiento de lo sucedido. Inquieto, espera la llegada del padre Natividade; retenido por obligaciones de fundamento no pudo salir del terreiro en todo el día. A la hora del almuerzo el proxeneta no pudo darle a Tereza la respuesta prometida:
—Sólo después de media noche. Discúlpame. No depende de mí.
Qué suerte que no apareció el detective con la marihuana, pero puede venir en cualquier momento. Dalmo Coca participó de la batida en Barroquinha, Vavá había tenido detallada información. También allá había estado la hermosa número uno, pero no la llevaron presa. De milagro. En su silla de ruedas, juguete de emociones contradictorias, receloso y rabioso, lleno de ambición y de amor, Vavá controla el negocio y las agujas del reloj.
En el Bar Flor de São Miguel, Nília Cabaré, muchacha muy popular entre las prostitutas y fuera de ellas, amiga de todo el mundo y de las fiestas, presa mil veces por desacato y escándalo público, proclama a los cuatro vientos:
—Que todo el mundo sepa que mientras ellas no vuelvan a Barroquinha yo tengo el burdel cerrado, no recibo hombres. Por ningún dinero del mundo. ¡La que es mujer derecha que me siga, se cierra el coño y hace cuenta de que es Semana Santa!
El alemán Hansen se levanta y besa a Nília Cabaré. En las mesas, media docena de mujeres a la espera de clientes. Todas se declaran solidarias. Salen a la calle y anuncian su decisión de cerrar puerta por puerta. Nília Cabaré le pidió un candado al dueño del bar y se lo prendió en la falda a la altura exacta. Con ellas van el gringo, algunos poetas, unos cuantos vagabundos, el dibujante Kalil, enamorado de Anália, los últimos bohemios de un mundo que se acaba en la prisa y en el consumo.
Cierra el burdel ahora mismo, empezó un nuevo calendario, el tiempo de la pasión de las putas, la penitencia sólo terminará cuando las muchachas regresen a sus casas de Barroquinha, entonces romperá el aleluya y se soltarán los candados. La resolución fue espontánea e incontenible.
Las mujeres saltan de su cama de trabajo, dejan a los clientes a la mitad del juego, cierran sus vulvas.