Un camión lleno de presos pasa al lado de Tereza Batista, otro lo sigue, otros dos están en Barroquinha completando la carga.
La resistencia terminó, el conflicto fue breve y violento. De los vehículos bajaron los polis en cantidad, cerraron la calle, invadieron las casas y bajaron a las mujeres a golpes. Los palos lucieron en el lomo de las revoltosas. ¿Dónde se vio que se desobedeciera a la policía? Rompan a esas burras a palos, había sido la orden del jefe Hélio Cotias, el gentleman de la seguridad pública, el heroico. Unos pocos hombres, clientes casi todos en plena función, intentaron impedir la violencia y recibieron los mismos golpes, yendo a parar también ellos a la comisaría.
Muchas mujeres reaccionaron. Maria Petisco había mordido al detective Dalmo Coca, y la negra Domingas, fuerte como un toro, luchó hasta caer rendida. Arrastradas por los policías iban entrando en los carros celulares. Hecha la cosecha, el coche arrancaba. Hacía mucho que no se encarcelaba a tantas putas en una sola batida. La noche en las celdas iba a estar animadísima.
Al llegar a la esquina, Tereza ve a Acácia llevada por dos agentes. La vieja se debate entre palabrotas y maldiciones. Tereza se va hacia el grupo, Tereza Boa de Briga. Con el revólver en la mano, Peixe Cação, uno de los dos comandantes de las tropas invasoras, reconoce a la bailarina del Flor de Loto; ¡ah! llegó la hora de la venganza, la perra va a pagar cara su soberbia.
Cerca de Tereza un policía le ordena a la gente que se disperse, Peixe Cação, a gritos, le señala a la muchacha:
—¡A ésa! ¡Cógela, no la dejes escapar! ¡A ésa!
Tereza deja los zapatos, se suelta del agente, pasa adelante, quiere llegar hasta Acácia antes de que la metan en el vehículo, Peixe Cação avanza también, Tereza queda acorralada entre él y otro policía, rugen, largan espuma rabiosa: ¡me las vas a pagar, puta miserable! Arranca un celular con presos, pasa entre ella y el agente. ¿De dónde sale el viejo que la esconde a los ojos de Peixe Cação? Un viejo imponente, traje de lino blanco, sombrero chile y bastón con empuñadura de oro.
—¡Sal de ahí, puto! —brama Peixe Cação apuntando con su revólver.
El viejo no le hace caso, sigue cerrándole el paso. El poli lo empuja, no consigue moverlo. Almério entra montado en un taxi, alcanza a Tereza y la arrastra adentro. Ella protesta:
—Se llevan a Acácia.
—Ya se la han llevado. ¿Quieres ir también tú? ¿Estás loca?
El chófer comenta:
—Nunca vi una batida así. Pegarle a las mujeres ¡qué cobardía!
Peixe Cação y el otro buscan en vano, ¿dónde se escondió la desgraciada? Desapareció también el viejo sin dejar rastro. ¿Qué viejo? Un hijo de puta que me cerró el camino. Nadie vio a un viejo por aquí, ni antes, ni ahora, ni después.
El último coche deja Barroquinha, la sirena se abre paso entre los curiosos de la plaza Castro Alves.