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La noche siguiente, en el Flor de Loto, Almério das Neves baila con Tereza y la nota preocupada. Había pasado cuatro días sin ir a verla, en cama con una fuerte gripe; se levantó y fue en seguida al cabaret. Tereza lo recibió y saludó amistosamente.

—Desapareciste de mi vista, te estás vendiendo caro.

Bajo la broma estaba el desasosiego. En la pista, dándole a una rumba, Almério le pregunta si tuvo noticias de Gereba. No, nada de nuevo, desgraciadamente. Había descubierto la oficina de la empresa que enroló a los marineros a petición del comandante del carguero. Le prometieron buscar informaciones. Si las obtienen se las transmitirán. Deje un número de teléfono, es lo mejor. Teléfono no tengo, pero pasaré de cuando en cuando para saber. Ya estuvo allí dos veces y hasta ahora no hay nada; el Balboa debe de estar haciendo otra ruta, esos buques panameños no tienen un recorrido fijo, van adonde hay carga, son barcos gitanos, le dijo el español Gonzalo, empleado de la empresa, poniendo ojos de enamorado. A Tereza sólo le queda esperar, tener paciencia, seguir viviendo a lo que venga.

Almério quiso saber qué había hecho en esos días. Ah, tantas cosas, casi no se puede contar, tantas son las novedades. Tensa, ni el baile ni la charla la tranquilizan:

—¿Sabes con quien almorcé hoy? Un puchero de gallina espectacular. Dudo que puedas adivinarlo.

—¿Con quién?

—Con Vavá.

—¿Vavá, el de Maciel? Ése es un sujeto peligroso. ¿Desde cuándo te tratas con él?

—Lo conocí ahora… Te voy a contar…

No hubo tiempo. Alguien subía las escaleras corriendo y desde la puerta gritó casi sin aliento:

—¡En Barroquinha la policía está dando a la gente!

Tereza se suelta de los brazos de Almério, se tira escaleras abajo, sale disparada por la calle. El comerciante se precipita detrás, no entiende de qué se trata, pero no quiere dejar sola a la muchacha. En Ajuda, empiezan a encontrar gente, algunos exaltados, discutiendo. El número aumenta en la plaza Castro Alves. Desde Barroquinha llega el ruido de las sirenas de los coches de la policía. Tereza se quita los zapatos para correr más rápido, ni siquiera se da cuenta de que Almério, sin aliento, corre detrás de ella.